La vida del millonario porteño Fabián Gómez y Anchorena transcurrió en un clima de fiesta interminable. El rey Alfonso XII lo hizo conde. Pero la fortuna se agotó y Fabián terminó sus días en un pueblito santiagueño.
Se conoce solamente una foto de Fabián Gómez y Anchorena. Aparece muy serio, con la abundante cabellera oscura peinada con raya al medio. Luce barba y bigote con las puntas hacia arriba. Nadie sospecharía que el austero y aplomado caballero del retrato era uno de los juerguistas y derrochadores más grandes que registra la historia de la alta sociedad porteña. Su vida ha ocupado a escritores como Pilar de Lusarreta y Carlos Ibarguren: provienen de sus textos las referencias de esta nota.
Nacido en cuna de oro, era único hijo de los acaudalados Fabián Gómez del Castaño y Mercedes Anchorena Arana. Los padres murieron cuando era niño, y quedó bajo la tutela compartida de su tío Manuel Gómez y de su abuela Estanislada Arana de Anchorena. Los mimos de la señora lo malcriaron sin remedio. Con la billetera abultada, desde adolescente se hizo adicto al mundo de la diversión y del gasto sin tasa.
Idilio en el teatro
Ingresaría en la gran notoriedad a los 19 años, en 1869. Se representaba por entonces, en el teatro Colón -en su primer edificio, frente a Plaza de Mayo- la ópera “Los Hugonotes”, de Mayerbeer. En las funciones, más que al escenario la elegante concurrencia atendía las miradas que Fabián intercambiaba con una de las cantantes, la italiana Josefina Gavotti.
Todas las noches, el joven la aplaudía desde la primera fila de la platea, impecablemente ataviado con frac y guantes blancos, mientras las niñas casaderas masticaban su despecho desde los palcos.
El amorío de Fabián se convirtió pronto en la comidilla del gran mundo. De nada valía la feroz oposición que la familia lanzaba sobre la cantante, a quien Fabián cubría de joyas y de regalos. Lo más grave fue que se enamoró perdidamente de ella y quiso casarse. Cuando se lo dijo a la abuela, la formidable doña Estanislada armó un escándalo monumental. Se negó a siquiera considerar la posibilidad de una boda.
Boda con escándalo
Pero no arredró a Fabián. Un día se presentó en la iglesia de La Merced llevando del brazo a Josefina Gavotti, cubierta de velos. Con la ayuda de dos robustos amigos obligó al aterrorizado párroco Jacinto Balan a casarlos.
El escándalo creció hasta el rojo vivo. Hubo denuncia policial de la abuela por el casamiento clandestino de un menor sin autorización. La pareja fue arrestada y se desarrolló un juicio que ganó la primera plana de los diarios. Pero finalmente la pareja quedó libre y partieron, momentáneamente felices, rumbo a Europa. Se instalaron en un palacete de Florencia.
Muy pronto comenzaron los problemas. No se entendían y peleaban a diario. La oportunidad de hacer anular el matrimonio llegó al enterarse Fabián de que Josefina le había ocultado su condición de casada con un tal Fiori, con quien tenía dos hijos. Averiguar el paradero de Fiori fue sencillo, porque Fabián ofreció la recompensa de un millón de los fuertes pesos argentinos de entonces. La anulación por bigamia se dictó de inmediato, y el porteño quedó libre de toda atadura.
Una inmensa fortuna
En 1873 murió su abuela. Fabián consideró que doña Estanislada había sido desprolija al administrar sus bienes como tutora, y entabló pleito a los tíos. Terminaron firmando un acuerdo, donde quedó para Fabián la impresionante fortuna de unos 88 millones de pesos moneda nacional. Incluía además del dinero en efectivo, palacetes, manzanas enteras en el Barrio Norte de Buenos Aires y estancias en la provincia. Lógicamente, para sus ansias de buena vida, la Argentina le quedaba chica y resolvió instalarse en París.
En el Faubourg Saint-Honoré, compró la lujosa casa que había pertenecido a la condesa de Montijo, suegra de Napoleón III. Invitaba a banquetes donde hacía servir delicadezas como un salmón de dos metros, relleno de caviar.
Conde del Castaño
Después, las juergas lo llevan a España. Traba relación con el duque de Sexto y con el marqués de Casa Irujo. Por medio de ellos se hace amigo del futuro rey Alfonso XII, a quien más de una vez auxilia con su chequera. Llegado al trono, Alfonso manifiesta su intención de retribuir esas atenciones de alguna manera.
Fabián sostenía que el segundo apellido de su padre, Del Castaño, tenía alguna supuesta y remota vinculación con la nobleza. Fue suficiente. El rey encargó a sus genealogistas llevar a cabo los zurcidos y empalmes correspondientes.
De allí salió, para Fabián, el título de “Conde del Castaño”, con escudo de armas y todo. Desde entonces, firmaría “Fabián Gómez y Anchorena, conde del Castaño”.
Con el rey y el duque de Tamames formaban un trío inseparable. Además, Fabián tiene un yate, el “Enriqueta”, lujosamente equipado y siempre lleno hasta el tope por amigos sedientos de diversión. El grupo se autotitula “Peregrinos del Placer”. Fabián juega desbocadamente a los naipes, a la ruleta, a los caballos, y sale con bellas mujeres.
Breve casamiento
Sus amores son a veces tempestuosos. En 1878, mientras visitaba el Museo de Armas, aparece el marido de la beldad húngara que lo acompañaba, y se le lanza encima con intención de matarlo. Hombre de recursos, Fabián se defiende echando mano a una de las espadas expuestas. No se priva de ninguna locura. Ni siquiera, se rumoreaba, de financiar una revolución -que fracasa- en algún país de los Balcanes, donde aspiraba a ser coronado rey.
Un día se enamora en serio. Se casa con la marquesa Catalina de Henestrosa y vuelve con ella, orgulloso, a Buenos Aires. Ha hecho traer de París un soberbio chalet desmontable, que hace armar en el jardín de la manzana de su propiedad (Esmeralda, Suipacha, Arenales y Sargento Cabral), frente a la plaza San Martín. Allí se instalan los enamorados.
Sigue la fiesta
Pero ni bien llegados, empiezan a atormentar a Catalina fuertes dolores en una rodilla, que tenía afectada por un viejo golpe de caballo. La dolencia se agrava. Fabián regresa con ella a Europa, para consultar a los mejores médicos. Tiene pésima suerte: amputan la pierna a Catalina, quien fallece poco después.
El desconsolado conde del Castaño declara que entrará de monje. Pero pronto descarta ese propósito y regresa, con ánimos renovados, al mundo de la fiesta interminable. Se suceden noches fantásticas en París y en Venecia. Las crónicas registran festines realmente locos que ofrece el porteño derrochador: como el de 200 cubiertos, en homenaje al príncipe de Orange. A los postres emergió, del interior de un gigantesco pastel de hojaldre, la actriz Cora Pearl desnuda. Llevaba al cuello un collar de perlas de ocho vueltas, regalo de Fabián.
Pobre y enfermo
Ninguna fortuna podía resistir tan formidable sangría. Al ocurrir la crisis de 1890, ya Fabián se encuentra en dificultades económicas. No le importa. Ordena a sus administradores que empiecen a vender casas y tierras, y que le giren el importe. Así tira un tiempo más, hasta que regresa empobrecido a Buenos Aires. Su abogado lo aloja en la estancia de nueve leguas cercana a Mar del Plata -cuyo casco será el actual pueblo de Pirán- con la que Fabián había pagado sus honorarios en aquel juicio de 1873.
También empieza a fallar la salud. En 1897 llega al diario “La Nación” la noticia de su muerte y se publica su nota necrológica. Pero pocos días más tarde, el diario recibe una carta firmada por el supuesto fallecido, desde la estancia de Pirán. Allí agradece “los para mí halagüeños conceptos de mi anticipada necrología”, y pide aclarar que vive. Tres años más tarde contrae una gangrena que obliga a amputarle una pierna, en el Hospital Español.
Morir en Icaño
De cuando en cuando, viajaba a Buenos Aires desde Pirán. Había logrado arreglar un conflicto que tenía con sus tíos, y ellos lo mantenían con una modesta suma mensual. Tan modesta como el hotelito en que se alojaba en esas visitas. El gran mundo porteño ya se había olvidado del famoso fiestero, que ahora caminaba con muletas.
En 1912 resuelve casarse por tercera vez, en Pirán, con una viuda, Victoria Ponce, que lo acompañaba desde una década atrás. Con ella se traslada, dos años más tarde, a Icaño, un pueblo perdido de Santiago del Estero, donde establece su residencia. Victoria necesitaba un clima seco y Fabián pudo comprar allí una casita, que escrituró a nombre de su cónyuge.
En Icaño vivió Fabián Gómez y Anchorena, conde del Castaño, hasta el 25 de julio de 1918, cuando un ataque cardíaco terminó con su vida, a los 67 años. Lo enterraron en el cementerio del pueblo. “Era alegre, chistoso, y aunque mantenía el orgullo de su linaje, jamás dejó de atender con su habitual finura a toda persona, de cualquier categoría que fuese, que quisiera conocerlo”, recordaría su viuda ante la escritora Pilar de Lusarreta.