Imagen destacada
UN SIMBÓLICO MAUSOLEO. La figura de la Justicia en su sitial, corona la tumba del juez Tedín en el cementerio de la Recoleta. LA GACETA / FOTOS DE ARCHIVO

Virgilio M. Tedín quedó en la historia como un magistrado que llenó su deber sin importarle que el poder político se incomodara. Su tumba fue costeada por suscripción pública.


Hay personajes a cuyo apellido el público invariablemente adosa la tarea que desempeñaron. Se habla, por ejemplo, del “Perito” Moreno o del “Baqueano” Alico, porque se los considera simbólicos de la faena que definió sus vidas. Algo similar ocurre con el doctor Virgilio Mariano Tedín, quien ha quedado en la historia como “El juez Tedín”.

Era un hombre de elevada estatura y lo distinguía, dice un testimonio, “la palabra medulosa, a la que acompañaba una voz clara y sonora”. Trabajos de Miguel Bravo Tedín y de Vicente Cutolo se han ocupado, entre otros, de su vida, y usamos sus referencias para componer esta nota.

Nació en Salta en 1850. Su padre, Pío José Tedín, era un abogado y político de la Generación del 37, que actuó con notoriedad en la Liga del Norte contra Rosas; y su madre, Eulogia Tejada, era sobrina carnal de Martín Güemes. El joven Virgilio completó el secundario en Salta y partió a estudiar Derecho a Buenos Aires. Allí decidió quedarse a vivir.

Se doctoró en Jurisprudencia en 1874, y ese mismo año luchó, en las filas de la Guardia Nacional, contra la rebelión porteñista. Mereció el ascenso a capitán. A poco andar, en 1875, dejó el bufete para ingresar a la Justicia. Primero fue juez en lo Civil en Mercedes, y luego en Buenos Aires. En 1882 lo designaron juez federal de sección en la Capital.

Juez que interviene

Se dedicaría desde entonces, en cuerpo y alma, a la función de magistrado. Y pronto adquirió renombre la independencia de este juez que actuaba con absoluta sujeción a la ley y sin miedo a desagradar al poder político.

Por ejemplo, en las elecciones de 1885-86, existía el sistema de “tachas” en los padrones. Una Junta Calificadora de cada parroquia opinaba sobre la anotación en aquellos, y resolvía inscribir o excluir, en resoluciones apelables ante el juez federal.

Ningún juez se había metido en esos asuntos, pero Tedín lo hizo. Intervino resueltamente en la corrección de las tachas que habían sido estampadas para asegurar el triunfo del “caballo del comisario”. Los oficios que libraba, dando la lista de quienes podían o no podían votar, causaron consternación en el oficialismo, acostumbrado a amañar los padrones.

El ministro de Justicia de la Nación no tuvo más remedio que reconocer que era “la primera vez que los partidos han hecho uso del recurso judicial que la ley ponía en sus manos para reclamar sus derechos electorales; y esta es también la vez primera que los jueces se han sentido movidos a dar, a esos reclamos, una importancia efectiva”.

La “detención forzada”

Más tarde, en 1888, el comisario de la sección 7 de policía de la Capital, ante una denuncia por amenazas formalizada contra el dibujante Eduardo Sojo, propietario del semanario satírico “Don Quijote”, puso vigilancia frente a su domicilio, con orden de arrestarlo ni bien saliera.

Como la situación se prolongó durante más de un mes, Sojo presentó un recurso de “habeas corpus”, y el juez Tedín le hizo lugar. Consideró que su caso era “el de una persona que sufre detención forzada, desde que no puede abandonar su domicilio sin caer en manos de la Policía”, cosa que restringe “su libertad personal, garantizada por la Constitución”.

El jefe de Policía se negó a cumplir la orden, y finalmente recurrió en apelación contra el “habeas corpus”. Tedín desechó su recurso, entendiendo que el jefe no era parte en la causa. “Si se admitiera semejante recurso al funcionario o empleado público autor de la detención declarada ilegal, el recurso de ‘habeas corpus’ sería absolutamente inútil y frustrado en su espíritu y propósitos, perdiendo el carácter de pronto y eficaz remedio con que ha sido establecido”, sostuvo Tedín.

El caso Alem

En 1892, el Poder Ejecutivo Nacional decretó el estado de sitio en todo el país, y ordenó detener al caudillo de la Unión Cívica Radical, el senador Leandro Alem. Este -antes de ser arrestado y llevado al buque “La Argentina”- alcanzó a interponer un “habeas corpus”. Sostenía que, de acuerdo a la Constitución, no podía ser apresado mientras tuviera fueros de miembro del Congreso.

El juez Tedín hizo lugar al recurso y ordenó que le fuera presentado el detenido. Pero el comandante de “La Argentina” no quiso recibir el oficio, ni permitió que se aproximaran a la nave. También en el Estado Mayor de la Armada rehusaron recibir el oficio de Tedín. En suma, el Ejecutivo se negó a cumplir lo ordenado por el juez. Pero quedó claro para todos que Tedín era capaz de desafiar al gobierno cuando lo entendía adecuado.

La ley rige

No estaba sistemáticamente en contra del poder político: sólo quería que se cumpliera la ley. Por la misma época, el periodista Diego Fernández Espiro fue también detenido, e interpuso un recurso de “habeas corpus”. Tedín lo rechazó, por entender que estaba vigente el estado de sitio, durante el cual la detención procedía.

Pero requirió que le presentaran al detenido, y el jefe de Policía se negó a hacerlo. En un decreto en el expediente, Tedin expresó que a esa negativa “conviene no dejarla pasar en silencio, en estos momentos en que todo tiende a subvertirse, desconociéndose las más claras nociones de Derecho”.

Recalcaba que “bajo el estado de sitio existe, y está en vigencia, la ley que establece el beneficio del recurso de ‘habeas corpus’; de modo que ni los jueces pueden rehusarse a admitirlo, ni los agentes o funcionarios subalternos bajo cuya custodia se encuentra un detenido, pueden lícitamente negarse a cumplir los trámites del procedimiento prescripto por la ley y ordenado por los magistrados competentes”.

El juez en su tumba

Son solamente algunas muestras de los puntos que calzaba Tedín y que lo singularizaron en la magistratura de su tiempo. Joaquín Castellanos recordaría, años después, que “los fallos valientes y las resoluciones moralizadoras con que el doctor Tedín trató de oponer un dique al desborde de la corrupción política, desencadenaban a su alrededor la borrasca. Y fue precisamente en esa ocasión y con tal motivo, que su figura varonil se destacó gallarda, con la cabeza erguida, firme la mano sobre el libro de la ley, y firme la conciencia, afrontando sereno la intriga y la calumnia, el desacato y la amenaza”.

El doctor Virgilio Mariano Tedín murió de una crisis cardíaca en Buenos Aires, el 29 de junio de 1893, a los 42 años. Los restos fueron colocados provisoriamente en la tumba de Domingo Faustino Sarmiento, en la Recoleta. Esto hasta el 29 de julio de 1899, fecha en que, costeado por suscripción pública, se inauguró su mausoleo en el mismo cementerio.

Ejecutado en mármol por el escultor Miguel Sansebastiano, el monumento muestra a la Justicia en su sitial, desde el que se inclina para poner una corona de laurel sobre la figura alada que porta una tabla de la Ley.

La leyenda tallada al frente reza: “Al juez Virgilio Tedín. Homenaje nacional”. En las de los costados, se lee: “Mantuvo incólume la potestad de la ley en que reposa el verdadero bienestar de la Patria” y “Dio a cada uno lo suyo, vivió honestamente y a nadie dañó”.

Verdad, Justicia, Derecho

Al colocarse allí los restos de Tedín, el gobernador de Buenos Aires, doctor Bernardo de Irigoyen, dijo que “este monumento se ha levantado por un verdadero veredicto del sentimiento nacional, sin distinciones políticas ni sociales. Y si él debe mantener vivos los tiernos recuerdos del alma, está destinado también a confortar la austeridad, la elevación y el carácter de los que tienen, como el Juez Tedín, la misión de aplicar y mantener inflexiblemente la Verdad, la Justicia y el Derecho; es decir, el imperio de todo lo que es alto y grande en las naciones civilizadas y libres”.

Estaba seguro de que, cuando los contemporáneos se acercaran a esa tumba, “leerán, aunque no esté escrita en ella, la palabra Justicia. Porque el austero y sabio magistrado que aquí descansa, fue un digno representante de aquella sublime institución, y la representó con la integridad, sabiduría y proverbial entereza que constituyeron los perfiles salientes de Tedín”.