Entre 1865 y 1870 se desarrolló la sangrienta y devastadora Guerra del Paraguay, que costó muchos miles de vidas. Entre ellas, las de varios oficiales tucumanos o vinculados de diversos modos a Tucumán.
La Guerra del Paraguay se extendió de 1865 a 1870. En ella combatieron las fuerzas de la llamada Triple Alianza (constituida por Argentina, Uruguay y Brasil) contra las del Paraguay. En las acciones de Estero Bellaco, Tuyutí, Yataytí Corá, Boquerón, Curupaytí, Humaitá, Lomas Valentinas y otras quedaron tendidos muchos miles de muertos de ambos bandos. Entre los oficiales caídos, nos interesa recordar a unos cuantos por su condición de tucumanos o de vinculados con Tucumán.
El veterano coronel
Ni bien planteada la contienda, jóvenes de la familia tucumana de los Roca (los hermanos Rudecindo, Celedonio, Marcos y el futuro presidente Julio Argentino) partieron al campo de batalla. Los encabezaba el padre, coronel José Segundo Roca, quien había luchado a las órdenes de San Martín en el Ejército de los Andes, como también en la Guerra del Brasil y en las contiendas civiles.
A pesar de que este veterano cargado de condecoraciones tenía ya 65 años -lo que era declarada ancianidad para esos tiempos- no titubeó en montar a caballo y partir en campaña. Estaba encargado de llevar al frente los contingentes de reclutas de Santiago del Estero -que se rebelaron y dispersaron- y de Tucumán.
Con ellos arribó a Corrientes. Pero en el campamento de Las Ensenaditas una súbita enfermedad terminó con su vida antes de que pudiera entrar en combate, como era su intención. Ocurrió el 8 de marzo de 1866. “El benemérito coronel Roca ha muerto hoy a las 11 de la mañana. Era un noble anciano sumamente simpático, un militar de la Independencia lleno de virtudes y brillantes servicios a la patria”, escribió Alejandro Díaz desde el campamento.
Celedonio Roca
No iba a ser la única muerte de esa familia en la Guerra del Paraguay. En octubre de 1868, en la batalla de Las Palmas, una bala terminó con la vida del capitán Celedonio Roca, uno de los hijos del coronel José Segundo. Combatía en el Regimiento 6 de línea, a las órdenes de los generales Luis María Campos y José Miguel Arredondo. Tenía 28 años.
El general Campos dispuso sepultar a Celedonio Roca en una fosa aparte, al pie de un corpulento ombú, y tributarle por su coraje una ceremonia especial. Ordenó a la compañía del 6 de línea “desfilar en su honor a la vera del túmulo, con la banda lisa muda y sólo al compás de un redoblante golpeado a la sordina y envuelto en crespón negro”.
Según narra Carlos Roca, la tropa marchaba “a breve paso acompasado, con la vista vuelta a su sepultura, sólo ornada con una rústica cruz de algarrobo y ante la cual se inclinó reverente el pabellón nacional”.
Nabor Córdoba
Uno de los más sangrientos encuentros de la Guerra del Paraguay acaeció en Curupaytí, el 22 de septiembre de 1866. Las fuerzas de la Triple Alianza, mandadas por el general Bartolomé Mitre, se lanzaron al asalto de la fortaleza paraguaya. A pesar del coraje que desplegaron en la acometida fueron terriblemente diezmados.
Uno de los oficiales que resultó muerto allí era el capitán tucumano Nabor Córdoba, quien contaba entonces 22 años y era hermano del futuro gobernador Lucas Córdoba. Le correspondió a su comprovinciano, el capitán Julio Argentino Roca, la triste misión de informar a don Nabor Córdoba padre de la muerte del hijo. En carta fechada en Curuzú cinco días más tarde le decía: “Querido don Nabor, el 22 hemos atacado a los paraguayos y hemos sido rechazados con grandes pérdidas. Usted es un hombre, don Nabor, yo no quiero ocultarle la verdad, que va a afligir profundamente su corazón y que me ha arrancado a mí lágrimas de dolor”, expresaba.
Tiro en la cabeza
“Su querido hijo Nabor, que era para mí un hermano querido, ha caído al pie de su bandera, con la abnegación de los mártires que se sacrifican en el altar de la patria”. Narraba que “al llegar a la trinchera enemiga, Nabor recibió un balazo en la cabeza que lo derribó en tierra, donde exhaló el último suspiro en brazos de sus compañeros”.
Le decía: “Don Nabor, usted tiene que consolar a una numerosa familia y no debe demostrarse débil ni abatido por la pérdida de un hijo querido. Su cadáver ha quedado en poder del enemigo. Yo no he estado cerca de él; si no hubiera perecido antes que abandonar sus restos”.
Francisco Paz
En ese feroz combate, cayó muerto también el joven Francisco Paz, hijo del tucumano Marcos Paz, vicepresidente de la República y en esos momentos a cargo del Ejecutivo, por ausencia del general Mitre. El joven Paz tenía 20 años. Ya había participado en la toma de Corrientes, donde fue herido, y tras restablecerse volvió al frente. En el asalto de Curupaytí fue atravesado por dos disparos. El cabo Gregorio Rodríguez corrió a auxiliarlo, en medio del encarnizado fuego de fusiles y cañones.
Paz rehusó el auxilio, gritándole “¡No, adelante, que el toque es de carga!”. Había perdido mucha sangre y murió cuatro días después, el 26 de septiembre. Mitre escribió a Marcos Paz para darle cuenta de la tragedia. Le decía al final que “por mi parte, me queda la triste satisfacción de haberme acordado de él en medio del peligro, como si fuera su propio padre”.
“Dominguito”
Otro de los muertos de Curupaytí fue el joven capitán Domingo Fidel Sarmiento, “Dominguito”, adorado hijo del autor del “Facundo”. Tenía 21 años. El casco de una bomba le destrozó el tendón de Aquiles y terminó desangrado. En ese momento, Sarmiento padre se encontraba en los Estados Unidos. El tucumano Nicolás Avellaneda resolvió transmitirle por carta la triste noticia. No quería, escribió, que se enterara por los diarios, “sin que le haga llegar al mismo tiempo una voz amiga”.
Le informaba que “Domingo ha muerto sobre el campo de batalla, en el último ataque de Curupaytí. Llegó de los primeros a la trinchera, para clavar sobre ella su sable, cuando cayó derribado por la metralla”. Los funerales del joven, a juicio de Avellaneda, habían sido impresionantes “por la efusión del sentimiento popular”. Constituía un espectáculo conmovedor ver el féretro llevado a pulso por los estudiantes, seguidos por el pueblo.
“Resignación y fuerza”
Trataba de acercarle algún consuelo por “esta gran desgracia que va a visitarlo”. Sarmiento había confiado a Avellaneda la educación de Dominguito, y el tucumano había podido apreciar que ya “era un hombre por su voluntad poderosa, por la fuerza de su carácter y por su inteligencia verdaderamente extraordinaria”. No quedaba más que resignarse ante la desgracia. “Usted, el hombre fuerte, sabrá sobrellevarla. Resignación y fuerza”, escribía Avellaneda.
El tucumano pronunció en La Recoleta el discurso de despedida al hijo de Sarmiento. “Era una parte de nuestra vida y lo habíamos asociado a nuestras más vivas esperanzas, creyéndolo prometido a todas las glorias. Se le había visto una vez, o escuchado su voz vibrante, y desde entonces no se desprendía ya de la memoria aquella aparición, y una curiosidad instintiva y un secreto anhelo del corazón se ligaban a sus pasos. Los ojos se desviaban con pena de su fisonomía siempre velada por tristes sombras, y de esa mirada vigorosa que parecía anhelante de bienes que aquí en la tierra no se encuentran”.