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"LA LIBERTAD". Para emplazarla al centro de la plaza se debió retirar la estatua de Belgrano, que estaba en ese lugar desde 1883. FOTOS ARCHIVO LA GACETA

La estatua era para la Casa Histórica, pero Lola Mora logró ubicarla en la plaza Independencia. Rediseñó el pedestal y afrontó una polémica por la orientación de la figura.


El tema del punto cardinal hacia el que deben mirar las estatuas ha dado lugar a impensados problemas. Fueron tormentas en vaso de agua, pero en su tiempo hicieron correr bastante tinta y movilizaron largas discusiones.

Por ejemplo, muchos recuerdan que, en diciembre de 1976, la autoridad municipal de turno consideró inadmisible que la estatua de Hipólito Yrigoyen, en la plaza de su nombre, estuviera dando la espalda al Palacio de Tribunales, desde que se la inauguró en 1942.

Consecuentemente, una cuadrilla de obreros procedió a darla vuelta. La curiosa disposición se prolongó durante varios meses hasta que un funcionario más atinado, en silencio, restituyó las cosas a su estado anterior. Así, el presidente radical volvió a mirar en la dirección impuesta por la escultora Ernestina Azlor, y que tiene hasta la fecha.

Los encargos de 1903

Pero fue bastante más sonado el caso de la estatua de “La Libertad”, que se alza al centro de la plaza Independencia. Hemos narrado detalladamente el episodio con Celia Terán en nuestro libro “Lola Mora. Una biografía”, editado en 1997. Pero merece la pena volver sobre sus aspectos principales.

Todo empezó el 21 de julio de 1903, cuando el presidente Julio Argentino Roca firmó dos decretos. Uno de ellos encargaba a la escultora tucumana Lola Mora las estatuas en mármol de los presidentes de las primeras Asambleas Legislativas argentinas, que ornamentarían el flamante Palacio del Congreso, en Buenos Aires. El otro le confiaba dos obras para Tucumán, destinadas a engalanar el pabellón o templete que en esos momentos se construía para resguardar el Salón de la Jura, único resto original de la Casa de la Independencia.

Se trataba de dos relieves de bronce que se fijarían a los costados del jardín -diseñado por Carlos Thays– que daba entrada al templete. Para el centro de ese espacio debía modelar una “alegoría de la Independencia”, en mármol de Carrara.

Todo un desafío

Lola Mora partió a Europa, y en su taller de Roma realizó ambos encargos. La denominada genéricamente “alegoría” se convirtió en una figura femenina que representaba “La Independencia” o “La Libertad”, como la conocemos hoy. Además, ejecutó el monumento a Juan Bautista Alberdi que le había confiado anteriormente el Gobierno de Tucumán, para la plaza homónima. Regresó a Buenos Aires en abril de 1904, en barco, trayendo los mármoles desarmados en numerosos cajones. Los relieves, ya terminados, se estaban fundiendo en bronce en Roma y se remitirían a Tucumán poco después.

El 18 de junio, Lola Mora bajaba del tren en nuestra ciudad. Acometería entonces la ímproba tarea de emplazar, en poco más de dos meses, tres obras de magnitud, cada una con sus correspondientes problemas y en diferentes sitios. El hecho de que saliera airosa de semejante empresa constituyó, por si hiciera falta, una nueva prueba de la impresionante capacidad de trabajo que complementaba su talento de artista.

Al centro de la plaza

De entrada, Lola Mora se dio cuenta de la inconveniencia de emplazar su “Libertad” en el lugar fijado. Una estatua colocada allí, “vendría prácticamente a tapar el templete, como un elemento postizo y fuera de escala que perjudicaría, de paso, su adecuada visualización”. Y más teniendo en cuenta la chatura de la edificación de la ciudad de entonces, la estrechez de la calle Congreso y el hecho de que el templete estuviera encajonado entre medianeras.

Habilísima para las relaciones públicas, se movilizó entonces a toda velocidad. Fueron y vinieron febriles telegramas a la Casa Rosada, hasta que logró que, el 8 de julio, Roca expidiera un decreto que corregía la ubicación primitiva de “La Libertad” y resolvía que el mármol de Lola Mora se colocase al centro de la plaza Independencia.

Esto implicó desalojar la estatua en bronce, modelada por Francisco Cafferata, del general Manuel Belgrano, que estaba allí desde 1883, y que terminó trasladada a la plaza homónima, donde se halla hasta hoy.

Un nuevo pedestal

Conseguida la prestigiosa ubicación, estaba el problema nada pequeño de modificar el pedestal. El mismo debía adecuarse a un emplazamiento al aire libre, con mucha mayor altura. Lola Mora diseñó presurosamente un nuevo basamento de granito, y el equipo de albañiles italianos que traía procedió a levantarlo, a tambor batiente, al centro del paseo. Pablo Rojas Paz fue espectador, en su niñez, de esa tarea, y la recuerda en el capítulo “Raboneros provincianos” de “El patio de la noche”, su libro de 1940. “Los obreros cantaban allá arriba, mientras hacían crepitar el granito y el mármol con el golpe de los cinceles”, escribe. “Uno de voz más potente que los otros cantaba ‘Celeste Aída’ a plenos pulmones. El cielo era de un azul de mar antiguo. El aire estaba lleno de tañidos y palomas”.

Ahora bien, ¿a qué punto cardinal debía mirar la estatua? Lola Mora, sin titubear, resolvió que los ojos de La Libertad enfocarían hacia los cerros, al oeste. Pero no todos pensaban lo mismo. Don Guillermo Aráoz, célebre explorador del Bermejo y hombre respetado en temas históricos opinó, en el diario “La Provincia”, que “La Libertad” no debía mirar hacia el poniente sino hacia el naciente.

¿Al cerro o al sol?

Lola Mora le contestó en una carta publicada en “El Orden”. Dijo que “en todas partes del mundo artístico, las cosas simbólicas, que se las representa naciendo o surgiendo, siguen el curso del sol: la Libertad, cual astro de la moral y civilización de los pueblos, debe nacer con el sol; y como el que nace jamás lleva los ojos hacia atrás, mira por tanto al infinito. Omito poner ejemplos de grandiosos monumentos que no miran al sol”.

Agregaba, con picardía: “hay otra razón: que acá, más que en ninguna parte, es adivinada la posición de la estatua; porque colocada frente del sol y marchando una y otro hacia las alturas, pueden toparse en el camino produciéndose un gran choque y… querido tío Guillermo, después de la catástrofe, ¿qué nos haríamos sin Libertad y sin sol en Tucumán?”

Opinión de Mitre

Como era habitual en estos asuntos, se requirió entonces la opinión prestigiosa del general Bartolomé Mitre. Interrogado en abstracto sobre la colocación de una obra de arte, Mitre dijo que “la haría mirar hacia el oriente, porque esa es la orientación que se da a los monumentos cristianos”. Y, “tratándose de La Libertad entre nosotros, según nuestro simbolismo patriótico, ella debe mirar al sol naciente de la libertad, que corona el escudo nacional”.

Al enterarse Lola Mora, según el periodista de “El Orden”, dijo que “si el general Mitre, a quien mucho estimo y respeto, es una autoridad como historiador, yo también creo tener el derecho de opinar como artista, desde que, en este caso, se trata de una cuestión de arte”. Esto canceló la polémica, y la estatua quedó colocada de la manera que quería Lola Mora.

Las tres obras de la gran escultora (La Libertad, los relieves de la Casa Histórica y el Alberdi) se inauguraron en dos días, en presencia del ministro de Obras Públicas de la Nación, doctor Emilio Civit. El personaje llegó a Tucumán el 21 de septiembre, y el 24 a la mañana inauguró el templete de la Casa Histórica y los relieves.

Al fin, “La Libertad”

Por la tarde se descubrió en la plaza Independencia la estatua de La Libertad. Lola Mora la concibió como “una ampulosa mujer que, con gesto decidido y rompiendo los vientos, corta las cadenas, movimiento para el cual proyecta al frente el pecho y lleva los brazos hacia atrás”. Impulsan ese ímpetu “los paños, tratados como ‘mojados’, es decir enteramente adheridos al cuerpo, siguiendo la tradición clásica”. Da fuerza al planteo “la cabellera sumamente revuelta y soplada hacia atrás, apenas sostenida por un gorro frigio”.

La crónica periodística apunta que el intendente municipal, Manuel Martínez, quitó la bandera que cubría el mármol, pero no la pudo desenganchar del todo y quedó colgando de uno de los brazos. El público aplaudió, gritando que la dejaran así, pero un soldado del piquete trepó en una escalera y retiró la enseña.

Al día siguiente, bajo un sol de fuego, se inauguró en una imponente ceremonia el monumento a Juan Bautista Alberdi en la plaza de su nombre. Luego de agasajos y de felicitaciones, el 4 de octubre Lola Mora tomó el tren a Buenos Aires, mientras la gente aplaudía desde el andén. Podía estar satisfecha. Había dotado a Tucumán de tres monumentos escultóricos que integran hasta hoy nuestro más preciado patrimonio.