Aquella nada estudiada revista que editó en esta ciudad el llamado “Grupo Tucumán”, en 1928-29.
Cuando empezaba el año 1978 tuve la suerte de tratar -primero por carta y luego personalmente- al doctor Carlos Cossio, el célebre filosofo del Derecho nacido en Tucumán. Mucho lamenté haberlo conocido tan tarde, ya que murió en 1987. Por cierto, nunca hablamos de Derecho. Otros temas tocaba conmigo su conversación interesantísima, donde brillaban una cultura de la vida y una sensibilidad literaria realmente difíciles de encontrar. Cierto día me obsequió una colección de la revista “El Carcaj”, que se editó en el Tucumán de sus mocedades. Constaba de diez números, aparecidos entre mayo de 1928 y mayo de 1929. Supongo -aunque puedo equivocarme- que era el total de los que se imprimieron, ya que Cossio no me dijo que hubiera más. Debajo del logotipo se lee “Órgano del Grupo Tucumán”.
Extraña que ningún estudioso de la historia cultural de Tucumán se haya ocupado de esta publicación, que se presentaba como “revista de crítica, de polémica y de afirmación”.
El “Grupo Tucumán”
Formaban el Grupo Tucumán, además de Cossio (que era la figura saliente), Marcelino Constenla, José Lozano Muñoz, Roberto A. Murga, Arturo Ponsati Córdoba, Justo Salas y José Luis Torres. Creo conocido que Ponsati Córdoba fue un destacado periodista; que Lozano Muñoz fue un político de relieve, intendente municipal de Tucumán, y que Torres, además de ministro del tempestuoso gobierno de Juan Luis Nougués, fue uno de los grandes periodistas políticos argentinos: él acuñó el término “década infame”(titulo de su libro de 1945) para designar a los años 1930.
En la carta que Cossio me envió el 11 de abril de 1978 decía, sobre la revista, que “en rigor de verdad la escribían tres o cuatro miembros del Grupo Tucumán, aunque antes de publicarlo discutíamos, entre todos, lo escrito. Por eso aparecían los artículos sin individualizar al autor, pero consignando el nombre de todos los que al número en curso lo habían discutido”. Agregaba que, “de todas maneras, en forma manuscrita, yo puse en todas mis colecciones el nombre del autor del texto de cada artículo importante”. Así es que, en la colección que me regaló consta, con letra de Cossio, la identificación de cada autor.
Varios ensayos
Para los estudiosos de la obra del doctor Cossio, “El Carcaj” tiene obvio interés. Allí se suceden ensayos con abundante pulpa para ahondar en el pensamiento filosófico-jurídico del destacado tucumano. Cito, por ejemplo a “Juan B. Justo”; “La reforma constitucional”; “El dogmatismo racional”; “Leopoldo Lugones”; “El nacionalismo. Fundamento racional”; “Los nacionalismos. Clasificación racional”; “Universidad y humanismo”; “Alejandro Korn”; “Concepto de generación histórica”; “Juan B. Terán”; “Filosofía y actualidad”, por ejemplo.
No tengo capacidad para comentarlos. Pero puede dar amenidad a esta nota pasar veloz revista a los punzantes comentarios que asestaba el “Grupo Tucumán” en esas páginas. A veces Cossio dejaba el ensayo para lanzar algunos de esos alfilerazos.
Alfilerazos
Por ejemplo, se refería a las poesías de Fray Luis de León. Decía que con reconocerles “un valor histórico grande” a sus poemas, “no le reconocemos ningún valor cultural actual”. Por largos trechos, “no nos suscita ya nada, porque su estilo ha envejecido a tal punto que, en vez de medio de expresión, es dificultad de expresión, apareciéndonos alambicado, duro, inelegante y llegando a veces a ser casi completamente incomprensible”.
A propósito de un certamen literario organizado como homenaje a Ricardo Rojas, encuentra Cossio “magnífica la idea”. Pero hace dos sugerencias. “No debe limitarse a autores noveles. Los autores noveles son muy malos por lo general. Así el premio se discerniría cada muerte de Papa”. Y además, apunta que “no debe exigirse la edición provinciana”, ya que en muchas provincias se carece de imprentas y de operarios adecuados. “¿O es que se pretende que los libros de provincia tengan una presentación realmente provinciana?”.
Rojas Paz y Cancela
Roberto Murga solía insertar trufas bastantes duras. Cuando aparece “Arlequín”, tomo de ensayos y cuentos de Pablo Rojas Paz, opina que “por encima de la lindeza de estilo, que no pocas veces consigue, advertimos los paisajes de Rojas Paz impregnados de un simpático afecto hacia las cosas que describe, aunque este afecto no sea consecuencia del sentimiento que pudiera haber aromado su paisaje nativo, sino más bien bondad de miras, empleada como sistema de observación. Rojas Paz parece que mirase a la naturaleza con el vidrio teñido de unas gafas rosadas, puesto entre sus ojos y el paisaje”.
Sobre “Palabras socráticas” de Arturo Cancela, comenta que “tan sin ningún valor es este libro, que omitimos generosamente el ocuparnos de lo que en él pudiera ser un fondo doctrinal”. Lo formarían “una buena cantidad de aspavientos: argumentos más o menos sofisticados, con que el autor se ejercita en vencer dificultades que él mismo crea, para accidentar y dar tono polémico al discurso”.
Dávalos y Borges
En cuanto a José Lozano Muñoz, analizaría sin piedad el poemario “Cantos de la montaña”, de Juan Carlos Dávalos. El autor salteño le parece “mejor prosista que compositor de versos”. Sería “tarea fácil e ingrata” señalar ejemplos de “ripios sin gracia ni audacia, de consonancias sin eufonía repetidas monocordemente, de figuras maltrechas por su vulgaridad, y versos libres sin un ritmo armonioso que los salve o que les preste sabor de verso”.
Jorge Luis Borges acababa de publicar “El idioma de los argentinos”. Lozano Muñoz desatacaba los artículos dedicados al estudio del lenguaje, pero encontraba “largas u ociosas” las páginas referidas al truco, al tango, a la milonga, al arrabal. “Junto al rasgo sobresaliente de lanzar afirmaciones y negaciones, vacías de razón o de poca razón, se destaca en Borges el afán culterano de decir las cosas enrevesadamente. A ratos el mal gusto y la falta de sencillez molestan. La oscuridad de expresión y de concepto es desoladora, a veces. Se diría que pretende deslumbrar al pobre lector”.
Güiraldes
Marcelino Constenla solía derramar su acidez. Sobre la revista “La Gaceta del Sur”, opina que “la total ausencia de problemas la reduce a divagaciones literarias y a estudios de critica estética, ajenos en absoluto a las cosas más urgentes y mas argentinas cuya existencia patentiza esta hoja”.
Es muy duro su juicio sobre “Don Segundo Sombra”. Afirmaba que “Ricardo Güiraldes no ha enriquecido la bibliografía relativa al gaucho argentino, con un vigor que implicara una superación de cuanto de él se ha escrito”. En realidad, el libro “no es sino una serie de narraciones inconexas y sin interés en su mayor parte, condiciones ambas que nos impiden calificarlas como novela”.
De estatuas
Arturo Ponsati Córdoba se encarnizará, por ejemplo, con las estatuas del parque 9 de Julio que acababan de instalarse. Las llamaba un “lote heterogéneo”, con “algunas copias en extremo defectuosas, como la de la Venus de Milo”. Contrastaba, decía, “esta adquisición de obras malas y hecha a conciencia -queremos creerlo- con la ausencia de copias que no pueden faltar en ningún conjunto discreto de esculturas, como el Hermes de Praxíteles”. Le parecía que la copia del “Moisés” de Miguel Ángel, “lejos de causar la sensación imponente que provoca su tamaño, tiene algo de grotesco en su insignificante pequeñez”. Cerraba su nota proponiendo que las esculturas fueran directamente retiradas del paseo…