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LA CAMPAÑA DEL DESIERTO. En el clásico cuadro de Blanes, el último de los jinetes, a la derecha, es el entonces teniente coronel Napoleón Uriburu

El general Napoleón Uriburu residió varios años en Tucumán, donde salió ileso de un atentado, en 1885


Una mañana de 1885 se aglomeraba una inusual cantidad de gente en las calles de Tucumán. Ocurría que estaban llevando a cabo la inscripción de electores en los padrones para los próximos comicios. Las mesas donde tenía lugar el trámite estaban emplazadas -como era habitual en la época- en los atrios de las iglesias. El de la Catedral se veía especialmente colmado de público. Se encontraba en esos momentos en la ciudad el entonces teniente coronel Napoleón Uriburu. Era un oficial de abundantes relaciones de parentesco y amistad en Tucumán.

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ELECCIONES EN TUCUMÁN. Atrio de la vieja iglesia de La Merced un día de elecciones. En el de la Catedral, un individuo trató de acuchillar a Uriburu, en 1885.

El atentado

Había pasado aquí largas temporadas en la década de 1870, cuando era jefe del Regimiento 11 de línea. Conversaba con unos amigos en la casa del doctor Ángel Cruz Padilla (hoy Museo “Casa Padilla”) junto al Cabildo, cuando alguien llegó corriendo y le dijo que, en la Catedral, “los federales estaban realizando fraudes”. Enojado Uriburu, en compañía de su asistente, se dirigió a paso rápido al atrio del templo.

Estaba llegando al lugar, taponado por una multitud, cuando le saltó encima un hombre blandiendo un cuchillo, con claras intenciones de apuñalarlo. Uriburu “se salvó de una muerte segura gracias a su valor personal y a la actitud resuelta y rápida de su asistente”, escribe el historiador Jacinto Yaben. Los policías capturaron al agresor. Resultó ser un personaje tristemente célebre: el salteño Rudecindo Argañaraz, a quien se atribuía haber asesinado décadas atrás, en la batalla de Arroyo del Rey (21 de febrero de 1853), al gobernador de Tucumán, Manuel Alejandro Espinosa.

Lucida carrera

Nos detengamos en Uriburu. Salteño de nacimiento, hijo de un guerrero de la Independencia, el coronel Evaristo de Uriburu, y de doña María Josefa Arenales, empezó muy joven en la milicia. Cuando en 1863 el presidente Bartolomé Mitre creó el batallón 8 de Infantería sobre la base de tropas salteñas, otorgó a Napoleón Uriburu el grado de capitán. El coronel Diego Wilde lo calificó entonces de “joven de mérito, valor y antecedentes conocidos, que ha prestado servicios en dos expediciones”. Se refería a las realizadas contra los indios del Chaco, y a la de La Rioja, contra la montonera.

Había participado en la Guerra del Paraguay y se halló en prácticamente todos sus encuentros: el asalto y toma de Corrientes, la batalla de Yatay (donde fue ascendido a sargento mayor), Uruguayana, Paso de la Patria, Estero Bellaco, Tuyutí, Yataytí Corá, Boquerón y Sauce. Fue “uno de los actores en el violento asalto a los atrincheramientos paraguayos de Curupaytí”. Seis condecoraciones ganó en esa guerra, además de los cordones de plata de Tuyutí. Tenía ya grado de teniente coronel cuando encaró la expedición al Chaco de 1870.

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PAUL GROUSSAC. Se hizo amigo de Uriburu en Tucumán y lo describió cálidamente en “Los que pasaban”.

Retrato de Groussac

En esa década fue que lo conoció Paul Groussac, quien por entonces transitaba su etapa de Tucumán. En un capítulo de “Los que pasaban” lo describiría larga y detalladamente. Cuenta que al principio no le cayó bien. “Sus modales desenvueltos de oficial buen mozo y farfantón no me atraían”, admite el maestro franco argentino. “Bello, erguido, ceñido en su galoneado uniforme, el flamante mayor de caballería -frisaría entonces en los 28 años- con su afilado bigote y su aire conquistador, me inspiraba verdadera antipatía, en la que quizá entrara cierta envidia mezclada con timidez”, confiesa. Hasta le sonaba antipático “ese nombre de Napoleón en un militarcito de tres al cuarto”.

Pero pronto tuvieron ocasión de tratarse y la situación se modificó de raíz. “A los pocos días, éramos amigos para siempre”, cuenta Groussac. “En la intimidad y descortezado de su exterioridad fanfarronesca, más aparente que real, Napoleón Uriburu presentaba un brillante ejemplar del antiguo oficial argentino, sin más escuela que algunas lecturas y poco sabedor de teorías o cálculos; pero leal, caballeresco, intrépido; a trueque de algo indisciplinado y arrastrador de sable, en la paz siempre listo, en la guerra para cualquier empresa heroica; y si un tanto valentón ¡tan real y pródigamente valiente!”.

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ELISEO ACEVEDO. Se batió a duelo con Paul Groussac, a quien Uriburu apadrinó en el lance.

Un duelo

Su trato, “mezcla de fina urbanidad, confianza criolla y franqueza militar oliendo a campamento, resultaba singularmente atrayente”; y en lo físico, contrastaban “un vozarrón de soldado” con sus “finísimas facciones”.

Tan amigos se hicieron Groussac y Uriburu en Tucumán, que éste lo apadrinó en un duelo “con el insoportable ex mayor y periodista Eliseo Acevedo”. Apuntaba que, apenas curado del “rasguño” que tuvo en el lance, Groussac se reunió con Uriburu y Alfredo Ebelot, padrino de Acevedo, en un almuerzo. A los postres “se armó tal chamusquina entre mis padrinos, que me vi a punto de tener que prestarles el mismo servicio que ellos a mí pocos días antes”…

Cuando lo designaron gobernador del Chaco, Uriburu ofreció a Groussac ser su secretario, medida a la que se opuso el presidente Nicolás Avellaneda. Los años siguientes volvieron a verse en Santiago, Salta, Jujuy y en Buenos Aires. En esta última ciudad solían alojarse en una casa amueblada, en Lavalle y Florida.

El mal que no perdona

Después, cuenta su amigo, “la vida nos separó”. Uriburu participó destacadamente en la Campaña del Desierto que conducía el general Julio Argentino Roca, en 1879, y que le valió otra condecoración. En sus partes, Roca elogiaba la conducta del salteño. El Senado aprobó su ascenso a coronel, y años después, en 1883, fue ascendido al grado de general de brigada.

Entretanto, la amistad con Groussac se había enfriado. Pero se reanudó en julio de 1890, el mismo día de la revolución, cuando se encontraron en el Círculo de Armas. En 1893, Groussac realizó su largo viaje a los Estados Unidos. Al volver, supo que Uriburu había sido llamado para dirigir el Arsenal de Guerra, pero que “ya enfermo de la afección que no perdona, había tenido que renunciar, faltándole las fuerzas hasta para el descansado empleo”.

Confiesa Groussac que varias veces fue a su casa con el propósito de visitarlo. Pero llegado a la puerta, “me resistía a verle y comprobar lo que, bajo el horrible mal, había quedado del bello y jovial Napoleón de otros tiempos”. El general Napoleón Uriburu murió a los 57 años, el 8 de setiembre de 1895. Su amigo resaltaba cálidamente “cuán fuertes vínculos de simpatía me habían ligado a ese buen soldado argentino y digno descendiente de Arenales”.