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SOLDADOS DE LA CONQUISTA. El dibujo de Ulpiano Checa reconstruye una escena habitual del siglo XVI.

Valioso descubrimiento del historiador Pablo Cabrera, quien dio la primicia a LA GACETA, en 1918.


Que la ciudad de San Miguel de Tucumán fue fundada en el paraje de Ibatín el 31 de mayo de 1565 es un dato que actualmente consta en cualquier parte. Sin embargo, durante varios siglos la fecha precisa constituía una incógnita. En algún momento se había extraviado el acta fundacional, que debía conservarse en el archivo de los remotos papeles tucumanos.

Historiadores y cronistas diferían sobre aquella fecha. “La Argentina” de Ruy Díaz de Guzmán (escrito en 1612) daba como año de fundación 1564. El historiador jesuita Pedro Lozano se acercaba más: sostenía (1755) que la fundación fue en Ibatín y en 1565, pero consignaba como fecha el 29 de setiembre, por ser día de San Miguel Arcángel. En cuanto a los historiadores argentinos, Vicente Fidel López afirmaba que el hecho ocurrió en el año 1553. Adán Quiroga, en su “Calchaquí”, se inclinaba por el día de San Miguel, sin precisar año.

Así las cosas, el hallazgo del acta fue una feliz casualidad. No son muy conocidas las circunstancias que lo rodearon y narrar cómo se descubrió ese documento es el propósito de las líneas que siguen.

Dos riojanos

En 1918, en la ciudad de Córdoba, un erudito canónigo, monseñor Pablo Cabrera (1857-1936), se destacaba por su incansable tarea de investigación histórica. Desde 1906 venía publicando trabajos elaborados en base a fuentes documentales de primera agua: “El primitivo Obispado de Tucumán y la Iglesia de Salta”; “Ensayo sobre etnología argentina. Los Lules”; “Córdoba de la Nueva Andalucía. Noticias etnográficas e históricas acerca de su fundación”, estaban entre los más conocidos.

EL INVESTIGADOR. Monseñor Pablo Cabrera dio con la copia del acta de 1565, examinando un expediente de La Rioja.

Cierto día, a monseñor Cabrera se le dio por examinar un expediente de 1691. Es decir, de los tiempos en que al frente de la gobernación de Tucumán (que comprendía no sólo Tucumán, sino también Salta, Jujuy, Catamarca, Santiago del Estero, Córdoba y La Rioja) estaba don Tomás Félix de Argandoña. Este había convocado a los interesados en el repartimiento de “indios y pueblos” de Aminga y Machigasta, en La Rioja. Entre los que se presentaron como candidatos a esa gracia estaban don Bartolomé de Castro y don Juan de Adaro y Arrazola, prominentes vecinos riojanos. Ambos adjuntaban diversos documentos para probar sus méritos personales y los de sus antepasados.

Una copia fiel

Entre esas piezas, se incluía una petición que el abuelo de Adaro y Arrazola había hecho, en 1660, al teniente de gobernador de San Miguel de Tucumán. Había solicitado que le extendiera “un tanto de la fundación de la dicha ciudad de San Miguel, que está en su archivo, para que conste (que) la fundó Diego de Villarroel, abuelo legítimo de Doña Teresa de Villarroel, su suegra”.

En el idioma español usado en esa época, la palabra “tanto” significaba “copia de un escrito original”. El teniente de gobernador de San Miguel accedió al pedido y, fojas más adelante, estaba en el expediente la copia solicitada del acta. Así, monseñor Cabrera se topó con un documento fundamental, cuyo texto se fechaba “en treinta y un días del mes de mayo de mil y quinientos y sesenta y cinco años”. Gracias al afán de Adaro y Arrazola de exhibir el mérito de sus ancestros, quedaba esclarecida nítidamente la fecha exacta, que hasta entonces se ignoraba.

Primicia de LA GACETA

Además del acta, la copia venía completada con la transcripción de varios importantes documentos a ella vinculados. Por ejemplo, el poder que el entonces gobernador de Tucumán, don Francisco de Aguirre, había otorgado a su sobrino Diego de Villarroel, donde le indicaba con precisión el paraje donde debía instalar la ciudad, así como el nombre que se le impondría.

Monseñor Cabrera había enviado el texto íntegro de su trabajo (es decir, tanto el acta y anexos, como sus eruditas notas y comentarios) a la “Revista de la Universidad de Córdoba”, que lo tenía en prensa.

Pero decidió adelantarlo y lo envió a LA GACETA. El diario lo publicaría completo en sus ediciones del 7, 8 y 9 de marzo de 1918. Lo titulaba “Contribución a la historia”, con los subtítulos “El acta de fundación de la ciudad de Tucumán. Conclusiones que de ella se derivan”.

Nuevos datos

El estudioso cordobés destacaba los puntos que estos documentos (expedidos en 1660 por el Cabildo tucumano, en copia fiel) venían a revelar y aclarar, además de fijar día, mes y año. En primer lugar, establecían que la ciudad no se bautizó San Miguel por el día del santo, como pensaron tantos historiadores, sino porque así lo indicó expresamente Francisco de Aguirre. En efecto, autorizaba a Villarroel para que “podáis poblar y pobléis la ciudad y pueblo de San Miguel de Tucumán”.

Precisaba también Aguirre que la fundación debía realizarse “en el campo que llaman en la lengua de los naturales Ebatyn, ribera del río que sale de la quebrada”. Incluso daba a Villarroel la facultad (que este no utilizó) de cambiar ese lugar, agregando que la fundación debía hacerse en Ibatín, “o en el sitio que os pareciere”.

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DIEGO DE VILLARROEL. El fundador de la ciudad, en una estatua de Juan Carlos Iramain.

Primeros vecinos

El texto del acta revelaba asimismo que, según lo disponía Villarroel, “la Iglesia Mayor de esta ciudad se nombrase y fuese la advocación de Nuestra Señora de la Encarnación”. Apuntemos que por eso es que una imagen de la Anunciación preside hoy el altar mayor de la Catedral.

También permitía el acta saber quiénes eran los primeros vecinos de San Miguel de Tucumán, al enumerar los que Villarroel designaba para integrar el flamante Cabildo. Instituía como alcaldes ordinarios a Pedro de Villalba y Juan Núñez de Guevara, y como regidores a Antonio Berru, Diego de Saldaña, Bartolomé Hernández, Francisco Díaz Picón, Diego de Lorique y Diego de Vera, con Alonso Martín del Arroyo en calidad de procurador.

Todos estos firmaban el acta, que acreditaba el escribano “público y de cabildo” Cristóbal de Valdés. Al grupo se agregaban Diego de Zavala y “Francisco mulato”. Otros dos nombres de vecinos de 1565, Juan Bautista Bernio y Pedro López, constaban en la presentación de Villarroel, ese día 31, ante el recién instituido Cabildo.

El pregonero

A “Francisco mulato”, en la ceremonia, le correspondió pregonar las palabras fundacionales de Villarroel. Es decir que “San Miguel de Tucumán y Nueva Tierra de Promisión” quedaba fundada en nombre del rey Felipe y del gobernador Aguirre, en el asiento de Ibatín; que la Iglesia Mayor sería patrocinada por la Virgen de la Encarnación, y que al “palo y picota” que acababa de enterrarse al centro de lo que sería la plaza, nadie podía quitarlo bajo pena de muerte y pérdida de todos sus bienes.

Comprensivamente, monseñor Cabrera no podía disimular la enorme satisfacción que le representó el hallazgo de la copia del acta y de los papeles anexos.

Orgullo del hallazgo

Escribía al comienzo de su trabajo que “la afanosa y perseverante gira que, desde hace varios años, vengo realizando a través de nuestros archivos públicos y privados, en demanda de datos más o menos interesantes para la historia del país o su pale-etno-geografía, acaba de tener su cuarto de hora de Tabor, merced al hallazgo importantísimo con que me ha agraciado la fortuna”. Esto es, ”el acta de fundación de la ciudad de San Miguel de Tucumán, desconocida hasta la fecha, por lo menos desde dos siglos a esta parte, y cuyo texto sale hoy a luz por vez primera”.

Afirmaba que “la utilidad de las piezas documentales transcriptas resalta, primeramente, del punto de vista cronológico, ya que la fecha asignada por nuestros viejos historiadores a la erección de la ciudad de San Miguel de Tucumán es errónea, ora en cuanto al año, ora en cuanto al mes y días correspondientes”.