Afamado fotoperiodista en las décadas de 1920 y 1930, voló además en los precarios aparatos del Aero Club Tucumán
Don Luis Alfredo Posse, conocido entre sus contemporáneos con el apodo de “Perillo”, fue durante las décadas de 1910 y de 1920, el más afamado de los fotógrafos periodísticos de Tucumán. Sus trabajos se publicaron en todo el país. Tuve la suerte de conocerlo en 1965: empezaba yo en el periodismo y para él transcurría el último lustro de su vida. Nos hicimos amigos, cuando detectó mi interés por las fotos viejas. Aceptó que lo entrevistara y publiqué en LA GACETA el correspondiente reportaje, buena parte del cual reproduce esta nota.
Las dos pasiones
Posse tenía entonces 71 años. Era un hombre delgado, con ojos grandes y vivaces. Su conversación ágil, colorida, vibraba con ritmo juvenil. Me dijo de entrada que las dos intensas pasiones de su vida habían sido la fotografía y la aviación. Pero, en la primera no quiso dedicarse a sacar retratos, como era común en esa época, sino a las imágenes periodísticas. Eso satisfacía su espíritu curioso y andariego.
Tomó sus primeras fotos con una cámara “Bliz a cajón”. Me contaba que debía encerrarse “en un ropero para revelarlas”. Después, pudo comprar una “Spido Gaumont”, que era especial para lo que le interesaba hacer. Con esa máquina captó los principales acontecimientos de un largo período de la vida provinciana. Trabajó en dos diarios: LA GACETA de los primeros tiempos y “Norte Argentino”. Pronto se hizo conocido de las grandes revistas porteñas de la época, como “Fray Mocho”, “Caras y Caretas” y “PBT”, que empezaron a requerir y editar con gran frecuencia las fotografías de Posse, identificando a su autor.
Fotos a granel
Así, registraba cuanto acontecimiento ocurría en Tucumán. Desde la inauguración de la Universidad hasta los grandes agasajos al presidente Roque Sáenz Peña; desde la visita de Teodoro Roosevelt hasta la del príncipe Humberto de Saboya, para citar solo unos pocos casos. El gobernador Ernesto Padilla, contaba, “era el que más me ayudó”. Lo enviaba a tomar fotos de vestigios antiguos y de artesanías.
Cuando Padilla resolvió trasladar el menhir Ambrosetti desde Tafi del Valle al parque 9 de julio, en 1915, encargó a Posse el registro gráfico de esa aventura de varias semanas. Como era un buen jinete, acompañó a caballo (faltaban aún 30 años para el camino de autos) la odisea que significó, a la tropa de tafinistos, acarrear la milenaria piedra por las sendas de la quebrada, cruzando ríos y más de una vez soportando aguaceros.
Recordaba que lo retrató a Miguel Lillo, quien era reacio la fotografía, en una entrevista que le hizo el periodista Perkins. A éste, Lillo le había advertido que no quería reportajes ni fotos. Pero, narraba Posse, “lo conversé” y no sólo logró que Perkins entrase a su casa, sino que le pudo tomar al sabio seis fotografías…
Jinete con cámara
No había muchos reporteros gráficos por entonces. Pero Posse recordaba a Luis Cabala (“un porteño, siempre andábamos unidos”) y también a “Chasirete” y a Martín, “quien cargaba una cámara enorme”. Incluso pudo tratar, aunque ya era muy anciano, a don Angel Paganelli, el gran pionero de la fotografía en Tucumán.
Con la “Spido” amarrada a su montura, Posse recorrió a caballo toda nuestra provincia; también anduvo por Salta y Jujuy, hasta tocar Bolivia. Le complacía evocar que fotografió dos maniobras militares, la de 1913 y la de 1915, y que en ambas “se cansó” de tomar fotos. El paisaje y los veraneantes de Tafi del Valle, quedaron registrados en centenares de imágenes de Posse: las tomó en excursiones, en fiestas, en guitarreadas. El hecho de tener una nutrida parentela le abría todas las puertas.
Aviones “gallineros”
Y además, la aviación. Esos años 10, eran la época de “los intrépidos con sus máquinas voladoras”. Volar se le convirtió en una adicción. Conoció a Benjamín Matienzo (“que era de mi edad, con quince días de diferencia”) cuando era, junto con Luis Candelaria, oficial del Batallón de Ingenieros destacado en Tucumán. Sobre los primeros tiempos afirmó, terminante, que “Nicanor Posse formó la aviación aquí”.
Posse guardaba, en los cajones de su escritorio, algunas imágenes de la época en que empezó a volar en los frágiles aparatos del Aero Club de Tucumán. Se inició en 1914, en uno de esos aviones que “llamábamos gallineros”. En las ya amarillentas fotos, pude apreciar, posando junto a los aparatos, a un Posse veinteañero, con casco y antiparras. Previsiblemente, las fotos le despertaban anécdotas.
Las anécdotas
Sonreía al recordar cuando el teniente Jorge Sariotte volaba de noche en Tucumán, ante el asombro de la gente. O cuando Olsen hacía piruetas, como la de pasar entre las torres de la Catedral, piloteando un “Avro”. O cuando el famoso Castailbert brindaba arriesgadas exhibiciones sobre el parque 9 de julio, por ejemplo. Posse voló acompañando a los citados, así como a Nicanor Posse, a Holland, a Kingsley y otros que enumeraba nostálgicamente. Claro que cuando se casó, tuvo que dejar los aviones para siempre.
Yo había visto muchas fotos tomadas por Posse (las firmaba a veces con sus iniciales en el borde) en álbumes familiares. Pero él conservaba muy escasa cantidad. Cuando pregunté la razón, me dijo que “un aprovechado admirador” -de cuyo nombre no quiso acordarse- lo visitó un día y le pidió en préstamo el gran álbum donde archivaba copias de todos sus negativos. Tanto insistió, que Posse dijo que sí. El álbum jamás regresaría a sus manos.
Todo un testigo
De todos modos, de las pocas que tenía me obsequió media docena. Las he conservado. Fue una muestra de afecto que mucho hizo crecer mi simpatía por ese agradable caballero que era don Luis Posse. Como ocurre siempre a quienes nos ocupamos del pasado, ahora pienso que debí haberlo interrogado mucho más a fondo, como gran testigo que era de un tiempo que pasó. O pedirle que me identificase, en las fotos de su tiempo, tanto rostro añejo que para él era conocido.
Don Luis Alfredo Posse murió el 2 de abril de 1970, cinco años después de esa entrevista. Deploro no haber registrado nuestra larga conversación, en uno de esos grabadores de cinta abierta que –no sin desconfianza- empezábamos a usar los periodistas de los años sesenta.