Las batallas tucumanas de El Manantial y Río Colorado, entre confederados y liberales.
Como se sabe, la batalla de Caseros (3 de febrero de 1852) terminó con el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Siete meses después –y por varios años- el país se dividió en dos fracciones duramente enfrentadas. Por un lado, la Confederación Argentina, y por el otro, el Estado de Buenos Aires. Este no aceptó la Constitución de 1853, ni los presidentes elegidos de acuerdo a ella: el general Justo José de Urquiza y después el doctor Santiago Derqui.
La situación se hizo insostenible y, en 1859, la Confederación y Buenos Aires chocaron en la batalla de Cepeda. Triunfaron los confederados y se llegó a un acuerdo con los vencidos. Buenos Aires aceptó la Constitución (después de revisarla y modificarla) y se abrazaron el presidente Derqui y el ex presidente Urquiza con el gobernador porteño Bartolomé Mitre. Todo parecía quedar en paz.
Pero era solo una ilusión. Nuevos y graves desencuentros siguieron separando a las dos fracciones, y las llevaron a una nueva y definitiva batalla, en los campos santafesinos de Pavón, el 7 de setiembre de 1861. Esta vez –y por polémicas razones- el triunfo fue de las fuerzas de Buenos Aires, mandadas por Mitre, sobre las confederadas de Urquiza.
Los preludios y el resultado de Pavón, tuvieron graves repercusiones en Tucumán. Revisarlas sintéticamente, es el propósito de las líneas que siguen.
El caso de Santiago
El problema en esta zona del país, reventó cuando corría setiembre de 1860. En Santiago del Estero, el gobernador electo, Pedro Ramón Alcorta, no había podido mantenerse en el cargo a causa de los porteñistas Taboada, virtuales amos de la provincia. Alcorta pidió al presidente Derqui que lo repusiera en el cargo, y este ordenó al jefe del Ejército del Centro, general Octaviano Navarro, que ejecutara la reposición, por las buenas o por las malas. De paso, Derqui quería remover el gobierno de Tucumán –que ejercía entonces el doctor Salustiano Zavalía- por encontrarlo inclinado a los porteños.
El general Navarro avanzó con sus fuerzas desde Catamarca y pidió a Zavalía que le enviase las milicias tucumanas, además de autorizar a las salteñas, que venían a unírsele, a cruzar por la provincia. Mucho alarmaron a Zavalía estas órdenes. Entregar las milicias lo dejaba desarmado y sabía que, con las salteñas, cabalgaba el ex gobernador rosista Celedonio Gutiérrez.
Noticias erradas
Entonces, Zavalía partió a entrevistarse con Navarro en el campamento de Albigasta. El general se mantuvo firme en sus exigencias, y Zavalía debió regresar desairado. Ante ese resultado, los porteñistas de Tucumán, encabezados por el presbítero José María del Campo, lo derrocaron y nombraron gobernador a su ministro, Benjamín Villafañe.
Este mandó con urgencia al coronel Juan Elías a hablar con Navarro, para evitar la entrada a Tucumán del más de un millar de soldados que el general traía y que pronto tendrían un sustancial refuerzo. El enviado fracasa. Mientras tanto –vimos- ocurría en el litoral la batalla de Pavón. Dadas las distancias, no se sabía su resultado, y de pronto llegó a Navarro la errónea información de que, en aquel encuentro, había triunfado la Confederación.
Entonces, Navarro resolvió marchar sobre Tucumán. El gobernador Villafañe, otra vez, trata de impedirlo, sin éxito. De nada sirve la comisión pacificadora que envía, compuesta por liberales y federales: Ángel Cruz Padilla, Manuel Zavaleta, Vicente Gallo, el presbítero Miguel Moises Aráoz.
Los preludios
El 3 de octubre, las fuerzas confederadas (que, reforzadas con las salteñas, sumaban unos 3.800 hombres) avanzaron sobre las tropas de Tucumán, que sumaban unos 1.100 entre infantes y jinetes. Como Villafañe temía, entre las fuerzas federales venía el ex gobernador Gutiérrez, al mando de los emigrados federales tucumanos.
El gobierno no tiene más remedio que aprestarse a la lucha, y José María del Campo –ahora ministro- conducirá las tropas de la provincia. A pesar de todo, no cejan los frenéticos esfuerzos de Villafañe por obtener un avenimiento. Envía más comisionados, mientras duda si enfrentar al enemigo o tratar de salir a Santiago, para conectarse con los Taboada.
En la madrugada del 4 de octubre las fuerzas tucumanas se mueven hacia el campo llamado indistintamente El Manantial, El Manantial de Marlopa o El Rincón de El Manantial, escenario de tantos combates. Invitado por Navarro a conversar, Villafañe parte solo a la entrevista. Nadie se atreve a acompañarlo.
Batalla del Manantial
Hay un tenso diálogo con Navarro, del que participa también Gutiérrez. Al gobernador tucumano le parece que es posible un arreglo. Vuelve hacia sus filas y, cuando está conversando con Campo, una partida federal al mando de Ramallo e Isidoro López cae sobre ellos y logra matar un oficial y tres soldados.
Campo resuelve entonces iniciar el combate sin más trámite. Todavía Villafañe aspira a detener el encuentro. Con una bandera blanca, vuelve al galope al campamento de Navarro para otra tratativa, a pesar del incidente. Regresa optimista, aunque rápido se desengañará. Ni bien arriba a sus filas, llega un ultimátum de Navarro, que lo intima a rendirse a discreción.
Al no recibir respuesta, se inicia el combate de El Manantial. Durará una hora y media, con el triunfo de las fuerzas confederadas de Octaviano Navarro. Después de la acción, Villafañe logra escapar.
Caos en Tucumán
El 5, un grupo de ciudadanos elige gobernador interino de Tucumán a Juan Manuel Terán, quien asume el 7, llevando como ministro al doctor Ricardo Viaña. En la ciudad y sus alrededores, la situación es caótica. Partidas federales recorren los comercios para requerir un empréstito que llega a los 5.000 pesos; se saquean ingenios, curtiembres, estancias; se engrilla a los reticentes a contribuir; se arrea ganado. Crece esta violencia cuando Terán delega el mando en Patricio Acuña, cuya mano es mucho más dura.
El victorioso Navarro intentará invadir Santiago del Estero, para someter a los Taboada. Pero entretanto, se entera del verdadero resultado de Pavón que, unido al hambre y la sed que ofrecían los arenales santiagueños, lo obliga a retirarse. Ahora, Antonino Taboada se prepara para marchar sobre Tucumán, junto con José María del Campo.
Batalla de El Ceibal
A todo esto, en Tucumán, el trastorno institucional supera todo lo imaginable. Acuña se ausenta y la Policía se toma la atribución de nombrar gobernador a Félix Vico, a principios de diciembre. Pocos días después, se prepara una nueva batalla. Los confederados, al mando de Navarro y Gutiérrez, se concentran en El Ceibal o El Cevilar, punto central del referido campo de El Manantial. El 16, los liberales ocupan la ciudad, y el 17 es la batalla donde Campo y Taboada derrotan a Navarro. El 27, La Sala de Representantes nombra a Campo gobernador. Tiene carácter interino, ya que el titular sigue siendo Villafañe, exiliado en Jujuy y luego en Salta.
Días después, Tucumán entra en el nuevo orden nacional. Declara caduca la Confederación Argentina y sus autoridades y faculta al vencedor de Pavón, Bartolomé Mitre, para ejercer el Poder Ejecutivo Nacional y convocar a un nuevo Congreso.
Río Colorado
A comienzos de 1862, el aguerrido José María del Campo se entera de que el federal Ángel Vicente “Chacho” Peñaloza ha invadido Tucumán desde Catamarca. La fuerza de Campo lo enfrenta y lo derrota en la batalla de Río Colorado, el 10 de febrero. Secuela de ese triunfo será la caída pacífica de los gobiernos confederados de Catamarca y de Salta.
Arregladas las situaciones, Campo invitó a Benjamín Villafañe a reasumir el mando. Desde Salta, el gobernador derrotado en El Manantial, envió por correo su amarga renuncia al cargo. El documento contenía un detalle de las últimas y dramáticas instancias de su gobierno. Ponía énfasis en aclarar el porqué de las reiteradas gestiones de paz que intentó antes del combate. Quería, sobre todo, disipar la sospecha de debilidad sobre su conducta conciliadora de aquellos momentos, en contraste con la espectacular belicosidad del ministro Campo.
La renuncia de Benjamín Villafañe fue aceptada el 8 de abril de 1862. El 20, la Asamblea Electoral designaba gobernador de Tucumán –como era previsible- al presbítero José María del Campo.