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PABLO MORILLO. El célebre jefe de la expedición realista, en un óleo de Horace Vernet.-

En buena hora, el Bicentenario de la Independencia ha renovado el interés del público por la historia de su patria. …


En buena hora, el Bicentenario de la Independencia ha renovado el interés del público por la historia de su patria. Ese interés no solamente ha enfocado la famosa declaración de Tucumán de 1816. Abarca todo el proceso revolucionario iniciado en Buenos Aires ese 25 de mayo “frío y lluvioso” de 1810, junto con sus conexiones americanas, que arrancaban del año anterior.

Entre sus mil y un aspectos de penetrante interés, resulta ilustrativo meditar sobre cierta enorme suerte que tuvimos, en un momento dado. En efecto, nos salvamos de enfrentar un ejército realista mucho más numeroso y mejor armado que los que lucharon contra los patriotas en las victorias de Suipacha, Tucumán y Salta, y en los contrastes de Huaqui, Vilcapugio, Ayohuma y Sipe Sipe. Vale la pena contar, a grandes rasgos, esa historia.

Pablo Morillo

Es muy común que todo exiliado, cuando regresa, tenga la falsa idea de que nada ha cambiado en su ausencia. El rey de España, Fernando VII, no fue por cierto la excepción. Ni bien fue repuesto en el trono, en 1814, demostró que quería restaurar también su estilo absolutista de gobierno, y empezó por abolir la Constitución liberal establecida en su ausencia (1812), símbolo de los nuevos tiempos.

Y, respecto a la insurrección que ardía en sus dominios de América del Sur, no la consideró simbólica de un proceso inédito. Miró sus focos como simples e insolentes motines, y se dispuso a aplastarlos sin misericordia.

Para este propósito, buscaría a uno de sus más aguerridos jefes militares. Eligió al general Pablo Morillo, veterano de decenas de batallas, entre ellas las de Trafalgar y de Bailén, y que a los cuarenta años ya tenía colgadas del pecho varias condecoraciones ganadas con la punta de la espada.

Fuerza impresionante

El rey puso a órdenes de Morillo una fuerza militar impresionante. Según las obras de referencias, tenía “unos 65 buques, de los cuales 18 eran de batalla, incluyendo un navío de línea, el ‘San Pedro de Alcántara’, de 64 cañones”.

Entre marinería, servicios logísticos y de combate, “sumaba unos 15.000 hombres, aunque el ejército destinado a combatir estaba formado por 10.062, organizados en 6 batallones de infantería, 2 regimientos de caballería, 2 compañías de artillería, un escuadrón a caballo y un piquete de ingenieros militares, además de pertrechos y víveres”.

Nunca España había enviado a guerrear en América, ni enviaría luego, un conjunto de estas características.

La formidable expedición que mandaba Morillo estaba destinada a Montevideo. Se había previsto que rápidamente librara a esa ciudad del Plata del sitio patriota, como primera medida. Luego de terminar con tal problema, se conectaría con las fuerzas realistas del Alto y Bajo Perú, para aplastar, metódicamente, todos los focos insurrectos en las flamantes Provincias Unidas.

Cambio de rumbo

El general Morillo, investido con el rango de gobernador y capitán general de Venezuela, ordenó que la expedición zarpara de Cádiz el 15 de febrero de 1815. La noticia se esparció con rapidez. Muy pronto se la conoció en Río de Janeiro, y de allí llegó a Buenos Aires el 25 de mayo. El Directorio y el Cabildo porteño, justificadamente alarmados, pusieron en pie de guerra a la población de la ciudad. Ordenaron la movilización obligatoria de todas las milicias, e iniciaron un presuroso reclutamiento para reforzarlas.

Pero sucedió que, de pronto, Fernando VII resolvió cambiar el destino de la expedición. Ordenó que, en lugar de dirigirse a Montevideo, rumbeara hacia Venezuela, ya que la situación de la Costa Firme (como se llamaba genéricamente a los territorios costeros septentrionales de América) parecía necesitada de una intervención militar con toda urgencia.

Pero no dejó de anunciar que, en fecha próxima, enviaría otro fuerte ejército sobre Buenos Aires, compuesto por “20.000 infantes y 1.500 jinetes con su artillería competente”, cosa que nunca ocurrió.

Feroz campaña

Ocuparía un espacio del que no disponemos, narrar en detalle la campaña de Pablo Morillo en América, desde que tocó tierra en Puerto Santo, territorio de Venezuela, el 7 de abril de 1815. Se destacarían, en su transcurso, la derrota de Simón Bolívar en La Puerta y, antes, las tomas de la Isla Margarita, de la fortificación de Cartagena de Indias, de Santa Fe de Bogotá, para citar sólo algunos de los episodios más salientes de una empresa desarrollada con abundancia de crueldades, ahorcamientos y degüellos.

La campaña valdría a Morillo el grado de teniente general y el título nobiliario de conde de Cartagena. Finalmente, luego de un lustro de terribles combates, acordó con Bolívar el armisticio de noviembre de 1820, negociado en Santa Ana de Trujillo, con lo que terminó la etapa americana del duro jefe realista.

Ella se había extendido por espacio de cinco años. A un historiador francés le impresionaría la capacidad que tuvo Morillo para mantenerse durante ese período “en el corazón de un país enemigo” y “separado de España por vastos mares y recibiendo muy escasos recursos”.

Todo un guerrero

Morillo regresó entonces a España. Allí le esperaba todavía una actuación militar de primera línea, entre grandes turbulencias. Fue capitán general de Madrid y capitán general de Galicia, en diversas épocas, y mandó uno de los cuerpos del ejército denominado “Los 100.000 hijos de San Luis”.

Falleció en tierra francesa, en Barèges, a poco de empezar las guerras carlistas, el 27 de julio de 1837. Tenía 62 años de edad, y 46 de ininterrumpidos y eficaces servicios. Había participado en unas “150 acciones personales de guerra reconocidas”, donde fue herido cuatro veces. Ostentaba dos títulos de Castilla, once condecoraciones y pertenecía a cinco órdenes militares.

Como se sabe, la historia “contrafáctica” es aquella que examina qué hubiera ocurrido si los hechos hubieran tomado una dirección distinta a la que siguieron en la realidad. Este es un caso interesante para mirarlo con esa pauta.