Imagen destacada
LA CUNA DE MOLDES. Una calle de Salta a fines del siglo XIX, cargada de reminiscencias del tiempo viejo.

El salteño José Moldes era un resuelto patriota, pero de carácter difícil y violento.


Una de las cuestiones espinosas que debió afrontar en Tucumán el Congreso de las Provincias Unidas, fue la situación del diputado por Salta, coronel José Moldes. Se trataba de un personaje nada común. Nacido en esa provincia en la penúltima década del siglo XVIII, era hijo de un hidalgo gallego, don Juan Antonio Moldes, y de la salteña María Antonia Fernández y Sánchez de Loria. Tenía ocho hermanos.

Su padre, uno de los comerciantes más acaudalados del norte, envió a los tres hijos varones a estudiar a Madrid. Allí, se destacó José de inmediato. Lo incorporaron a un cuerpo muy selecto, la Guardia de Corps Americana. Según el historiador Bernardo Frías, cursó esgrima en el Seminario de Nobles, hasta adquirir gran pericia en el manejo del sable.

Sonado duelo

La probaría en el incidente que tuvo con un oficial francés, de apellido Reguières. Este se refirió despectivamente a los españoles americanos, en una reunión donde Moldes estaba presente. El salteño lo derribó de un puñetazo y la cuestión terminó en desafío a duelo. Durante el lance, Moldes ultimó a Reguières de una estocada. Esto le dio gran popularidad, y el rey lo ascendió a teniente primero de la Guardia de Corps.

Eran los días de la invasión francesa a España. Junto con su amigo Francisco de Gurruchaga y otros americanos (como Juan Martín de Pueyrredón y Carlos de Alvear, entre otros), vieron la ocasión de sacudir la tutela real en América, e iniciaron reuniones secretas de conspiración. No eran tan secretas: Moldes y Gurruchaga terminaron presos pero, sobornando a los guardias, lograron más tarde escapar a Sevilla.

De allí, Moldes viajó a Londres. Esperaba una ayuda británica para sus propósitos: no la pudo lograr, a pesar de que entrevistó a altos dignatarios. Terminaba 1808 cuando se embarcó para el Plata con un nutrido grupo de independentistas. Lo integraban, además de Gurruchaga, el chileno Bernardo O´Higgins y el peruano José de la Riva Agüero. Llegaron a destino en enero de 1809.

Vuelta al país

De inmediato, Moldes se relacionó con los patriotas porteños que conspiraban en la quinta de Rodríguez Peña y en la jabonería de Vieytes. Recibió de ellos el encargo de difundir la planeada revolución en el interior. Habló en Córdoba con don Tomás de Allende; en Santiago con Juan Francisco Borges; en Tucumán con el doctor Nicolás Laguna, y en Salta con muchos amigos y parientes. Siguió al Alto Perú, para entrevistarse con Clemente y Mariano Díaz de Medina, en La Paz y en Cochabamba.

Regresó a Buenos Aires en 1810, cuando ya había sido depuesto el virrey y gobernaba la Primera Junta. Esta lo nombró teniente de gobernador de Mendoza. Adoptó duras medidas contra los simpatizantes realistas y volvió a la capital a comienzos de 1811. Rápidamente se puso al frente de un cuerpo de caballería, dispuesto a luchar en la Banda Oriental.

La batalla de Tucumán

La Junta lo ascendió a teniente coronel y lo designó gobernador de Cochabamba. No pudo asumir a causa de los sucesos del 6 de abril de 1811, que sustituyeron a la Junta Grande por un Triunvirato. Se complicó en ellos y terminó desterrado. Pero poco después el gobierno lo rehabilitó, y lo destinó, con elogiosas recomendaciones, al Ejército del Norte. En esa fuerza, se le encargó imponer la disciplina. Cumplió su misión con tanto rigor, que los oficiales lo bautizaron “el tirano Moldes”.

Tanto clima adverso lo movió a retirarse. Pero luego equipó y armó a su costa 125 hombres, y se presentó con ellos a Belgrano. Participó destacadamente en el dispositivo de la batalla de Tucumán, el 24 de septiembre de 1812. El general José María Paz cuenta una anécdota de ese día. Narra que, cesado el fuego, Belgrano, sin saber el resultado final del combate, recorría el campo con un grupo de oficiales, entre los que cabalgaba Moldes. De pronto, llegó al galope un tal teniente Carreto, y aseguró al general que habian triunfado. Traía una carga de elementos tomados a los realistas.

“No crea usted a este oficial, que está hablando de miedo”, dijo Moldes a Belgrano, en alta voz. Carreto protestó, y le aseguró que tenía “tanto honor” como él. Moldes, “con una mirada de profundo desprecio”, le replicó: “¿Cómo ha de tener honor un ratero como usted?”. Carreto lo desafió a un duelo, que Moldes aceptó de inmediato: Belgrano logró detenerlos cuando desenvainaban las espadas. Consta que Moldes donó 5.000 pesos a las cajas del Ejército. No pudo Belgrano nombrarlo inspector general, como quería, por la cerrada oposición de sus oficiales contra “el tirano”.

Pasó a Buenos Aires. Lo designaron Intendente General de Policía y, en 1813, Salta lo eligió diputado a la Soberana Asamblea de ese año. Allí, “demostró su orgullo y su atrabiliario carácter, dando una paliza en pleno recinto al diputado doctor Agrelo”, escribe Leoncio Gianello. Después, mandó un regimiento que actuó en la toma de Montevideo. En 1814, su público desdén a la política del Director Supremo Gervasio Posadas, determinó que lo confinaran a Patagones. Durante su estadía, logró hacer procesar por inconducta al comandante militar Francisco de Vera.

Banca y obstáculos

Al convocarse el Congreso de las Provincias Unidas, en 1816 Moldes fue elegido diputado por Salta, junto con José Ignacio de Gorriti y Mariano Boedo. Desde Mendoza, el general José de San Martín escribió a Tomás Godoy Cruz: “Estoy seguro de que, si Moldes entra en el Congreso, se disuelve antes de dos meses: el infierno no puede abortar hombre más malvado”.

No pudo incorporarse nunca al Congreso. Había demasiados diputados que no lo toleraban, empezando por los porteños. Eso sí, su nombre sonó con insistencia para Director Supremo; pero el Congreso nombró en el alto cargo a Juan Martín de Pueyrredón. Después, se adujo que faltaba una firma en el acta de la asamblea que lo eligió diputado, a pesar de que en la misma se había designado también a Gorriti y Boedo, a quienes nadie objetaba. De nada valieron las reiteradas protestas que formuló el Cabildo de Salta.

Más tarde, el diputado Godoy Cruz lo acusó de haber violado su correspondencia: entonces se le suspendió la ciudadanía, y se le inició proceso, además de inhabilitarlo para la diputación y disponer su arresto. En septiembre de 1817, ya mudado el Congreso a Buenos Aires, se acordó reemplazarlo en la banca. Un año atrás, en octubre de 1816, había publicado en Tucumán una extensa “Exposición” de sus servicios a la patria.

Grandes enconos

Pasó a Salta. Las inquinas hacia su persona influyeron en Belgrano, ya jefe del Ejército del Norte, quien modificó la estima que antes le tuvo. “Es el hombre más a propósito para revolverlo todo, injuriar a todos y, a pretexto de hablar verdades, satisfacer sus enconos y, a mi entender, la envidia que lo devora”, escribía el creador de la bandera a Martín Güemes, en noviembre de 1816. Fray Cayetano Rodríguez trazó un ponzoñoso retrato de Moldes, en el soneto cuyo último verso decía: “¿Cuál de los dos es peor? ¿Tú o el demonio”…

El gobernador salteño prontó se lo sacó de encima. Pasó a Buenos Aires. Allí se convirtió en el gran detractor de su antes amigo, el Director Supremo Pueyrredón. Decía que este se había quedado con dinero de la Casa de Moneda de Potosí, durante la retirada de 1812, y se alió con el periodista Vicent6e Pazos Kanki en esa enconada campaña.

¿Envenenado?

El Director lo remitió a Tucumán, a disposición de Belgrano. Este decidió endosarlo a San Martín y bajo arresto. Moldes cruzó la cordillera y se presentó al vencedor de Maipú, quien lo encerró en el castillo San José, de Valparaíso. Recién en 1819 pudo fugarse y regresó al país al año siguiente. El gobierno le dio permiso para radicarse en Córdoba.

Bernardo Frías escribe que, en 1824, “no pudiendo contener su genio tempestuoso”, viajó a Buenos Aires con sus dos hermanas solteras. Estaba dispuesto a denunciar lo que consideraba negociados en el tesoro público. El 18 de abril, a los once días de llegar, se sintió enfermo y supuso que lo habían envenenado sus muchos enemigos. Procedió a tomar un vomitivo, pero cayó muerto al poco rato.

Apuesto y arrogante

Sin duda, Moldes era un hombre difícil. Pero nadie puede negarle su condición de patriota valiente y decidido, ampliamente merecedor del rango de prócer. Vicente Fidel López dice que su figura, como su carácter, era “arrogante, con hermosos rasgos de detalle, pero antipática en su conjunto”. Tenía modales cargados de menosprecio, que suscitaban “odios instintivos”.

Era hombre “alto y robusto, perfectamente formado, ancho de espaldas, el pecho saliente. La cabeza grande, elevada y soberbia, estaba magníficamente vestida con un cabello negrísimo y ondulado. La patilla, negra también y cortada a la mitad del carrillo, hacía brillar la tez fina y esmaltada de su rostro, varonilmente sombreado por el azul de la barba”. Los ojos eran “bellos y negros, pero de un mirar recio y ofensivo”. Su nariz “parecía siempre al viento, por el ademán altivo y natural del cuello”.

Fue inhumado en La Recoleta, pero no se sabe dónde reposan los restos de este patriota tan singular.