El artista valenciano Julio Vila y Prades ejecutó esa decoración en 1916 y recibió grandes alabanzas
La Casa de Gobierno de Tucumán se edificó en el solar que quedó libre tras la demolición del Cabildo colonial y de las dos casas de familia linderas hacia el sur, del doctor Próspero García y don Tiburcio Molina, que se expropiaron. La construcción, dispuesta por tres leyes dictadas entre 1906 y 1911, dio comienzo el 25 de mayo de 1908, durante el gobierno del ingeniero Luis F. Nougués y de acuerdo a los planos del ingeniero-arquitecto Domingo Selva. Quedó inaugurada en julio de 1912, con la primera visita del presidente Roque Sáenz Peña a Tucumán. Gobernaba entonces la provincia el doctor José Frías Silva.
Tucumán tuvo así una Casa de Gobierno que, hasta hoy, tiene fama de ser la más lujosa del interior argentino. No se ahorraron gastos para dotarla de los mejores materiales, en su interior y en su exterior. Tan buena calidad tenían que –en una gran proporción- sobrevivirían a más de un siglo de uso constante, de también constante maltrato, y de nulas tareas de conservación.
El Salón Blanco
Pero lo que suscitaba especial orgullo en los gobernadores Nougués y Frías Silva, y en el doctor Ernesto Padilla que los sucedió, era el espacio de mayor importancia y relieve del palacio: el denominado Salón Blanco. Era el ámbito de gran gala, reservado para las máximas ceremonias del Estado y para las recepciones de mayor aparato.
Un tema fundamental dentro del ajuar de ese salón, estaba constituido por la decoración del techo y de la mitad superior de las paredes. No se lo había resuelto en las dos visitas sucesivas del presidente Sáenz Peña, en 1912 y en 1913. Recién en diciembre de 1915, la Comisión Provincial del Centenario recibió una propuesta interesante.
Ésta provino del pintor valenciano Julio Vila y Prades. Artista de nombradía, discípulo de Joaquín Sorolla, estaba recorriendo desde 1906 los países americanos. Llegó a Tucumán para exponer sus óleos en la Sociedad Sarmiento, y un día se presentó ante la Comisión, ofreciendo decorar el Salón Blanco.
Sobre telas
Su propuesta fue aceptada sin controversia, dado el prestigio del artista. Las pinturas no se ejecutarían al fresco (es decir, directamente sobre la pared) sino en enormes telas que posteriormente serían fijadas sobre el techo y paredes superiores. El pintor viajó a Buenos Aires, donde se dedicó afanosamente al trabajo contratado, que debía estar listo para las fiestas del Centenario de la Independencia.
En los últimos días de abril de 1916, las telas estaban terminadas. Vila y Prades las trajo de inmediato a Tucumán. Las adhirió en forma tan impecable, que hasta hoy –y ha pasado un siglo- parece que estuvieran pintadas sobre el muro.
El 17 de mayo de 1916, a las seis de la tarde, el gobernador Padilla citó a las autoridades, a la Comisión del Centenario y a invitados especiales, para reunirse en el Salón Blanco y apreciar el trabajo de Vila y Prades. Éste se encontraba también presente.
Gran impresión
Según la crónica de LA GACETA, “para imponerse mejor del efecto del decorado, fueron encendidas todas las luces del gran salón”, y “Vila y Prades recibió muchos plácemes de los presentes”.
Hay una fotografía de la concurrencia. Aparece el gobernador señalando alguna figura, junto al ministro, doctor Miguel P. Díaz. A su lado se divisa al presidente de la Corte de Justicia, doctor Miguel M. Campero. En un extremo de la imagen, aparece el rector de la flamante Universidad, doctor Juan B. Terán, quien mira hacia el techo junto al doctor Manuel Lizondo Borda. En primer plano, el joven secretario de la Universidad, doctor José Lucas Penna, comenta el trabajo con la directora de la Escuela Sarmiento, doña Otilde B. Toro. Con una lupa se percibe, detrás de Padilla, al doctor Alberto Rougés quien conversa con el presidente del Senado, don Alfredo Guzmán.
Es imaginable la impresión que deben haber causado las airosas figuras estampadas en los paneles por Vila y Prades. Hasta ese momento, nunca se había visto en la ciudad –y tampoco se vería después- un edificio oficial decorado con un trabajo pictórico de esa naturaleza y de esa envergadura. Cada tela estaba enmarcada por trabajadas decoraciones de yeso y, en las cuatro esquinas, aparecían sobresalientes esculturas con figuras diversas de rostros y angelitos.
Dieciséis paneles
Los paneles eran un total de dieciséis 16. Según la rápida descripción del diario, “tres representan la Fe, conduciendo al pueblo argentino, entre cardos y espinas, emblema de las dificultades”. Otros tres, representaban “la Victoria, coronada de laureles, todos ellos en figuras al desnudo y ecuestres”.
Figuras femeninas exponían carteles de los años 1816 y 1916, en dos paneles laterales. Los ocho restantes, colocados en los ángulos, mostraban diversos especímenes de aves argentinas. “En el ‘plafond’ –seguía la crónica- pintado sobre fondo de celaje, cuya perspectiva da la sensación de una altura que se pierde en el espacio, aparecen como figuras alegóricas principales: la Argentina, con el escudo de Tucumán, y la Libertad, con las cadenas rotas, posando su mano sobre el Escudo, como consagrándole la Independencia”. Alrededor, aparecían cóndores, ramas de laurel, plantas, flores.
“Digno de un Tiepolo”
A la derecha, los niños cantaban el Himno Nacional Argentino, cuyas primeras estrofas se transcribían sobre un pergamino rodeado de flores. Dos figuras de gran tamaño tenían, una, el libro de la Historia Argentina, y la otra escribía allí, con pluma de oro, la “página gloriosa”. Por fin, el grupo de la izquierda representaba las luchas intestinas, cuya espada devastadora era detenida por las Artes, las Ciencias, las Industrias, la Agricultura y otras alegorías.
LA GACETA expresaba: “no cabe en estas líneas hacer un detenido estudio crítico de la obra del artista, cuya concepción, sin hipérboles, es digna de un Tiepolo o de un Giordano, tanto por el genial desarrollo del asunto, como ser el tecnicismo de la ejecución”. Agregaba que “debe tenerse en cuenta, que no es lo mismo pintar un lienzo de semejantes dimensiones (15 por 5 metros) al que hay que buscarle efectos de perspectiva y luz especiales, que hacerlo en el reducido espacio de un cuadro, donde se dominan con relativa facilidad”.
“Arte verdadero”
Añadía que “la armonía del conjunto y fineza de esta obra, demuestran un dominio absoluto de ambiente y de objetivo. El colorido, cuya gama se desenvuelve entre violáceos y amarillos, está desarrollado teniendo en cuenta los efectos de la luz artificial al batir sobre ellos”.
En suma, para LA GACETA, “toda la obra, en conjunto y detalle, es admirable; pero especialmente las figuras de la Argentina y la Libertad, escorzadas admirablemente por el perfeccionamiento del dibujo y la delicadeza del pincel, son la nota culminante de la obra. Es el arte decorativo verdadero, original y creador, el que hoy ostenta el Salón Blanco de la Casa de Gobierno”.
En cuanto a Vila y Prades, hasta su muerte (que ocurrió en Barcelona, en 1930) siguió cosechando éxitos. En la Argentina, ejecutó numerosos retratos, así como decoró las paredes de varias residencias particulares y de clubes sociales. Había trabajado intensamente en países americanos como Venezuela y Perú y realizó, en los Estados Unidos, una exposición que tuvo impresionante éxito.