El histórico edificio de José Eusebio Colombres estuvo en riesgo de demolición por las obras del parque 9 de Julio.
En el corazón del parque 9 de Julio, se alza la “Casa del Obispo Colombres”, que actualmente cobija al “Museo de la Industria Azucarera”. Es “una construcción sencilla, de muros lisos revocados y encalados, con una arquería simple de arcos de medio punto, en donde una moldura apenas insinúa el remate de los pilares. Una estructura de madera a la vista, tanto en el entrepiso como en el techo, demuestra que este edificio, aun cuando haya sido construido en la primera mitad del siglo XIX y ya en el período independiente, es totalmente deudor de la arquitectura del período virreinal”. Así la describe un artículo del arquitecto Diego Lecuona.
Su profunda significación histórica reside en que era el casco de la hacienda donde Colombres fundó la industria azucarera tucumana, recuperando así una experiencia interrumpida a fines del siglo XVIII, por la expulsión de los jesuitas. Esto es generalmente conocido por la mayoría de los tucumanos. Lo que no está muy difundido, es que la casa se salvó, como de milagro, de la demolición.
Casa en peligro
Corría el año 1912 cuando se ejecutaban –costeados gracias a las cuatro leyes nacionales que proyectó el senador Alberto de Soldati- una serie de trabajos para ir “parquizando” la vasta extensión del flamante parque 9 de Julio. Este había sido inaugurado el 23 de setiembre de 1908, pero todavía faltaba mucho para que tuviera aspecto de paseo público.
Los trabajos incluían, aparte de las tareas de relleno, nivelación y plantación de ejemplares, la demolición de las construcciones que estaban diseminadas por esa área. Y ocurría que, entre las casas condenadas al derrumbe, estaba el vetusto edificio de dos plantas que perteneció al obispo Colombres. Era la época en que el Gobierno y el público tenían poca conciencia del valor de las casas antiguas, por históricas que fueran. Tanto, que en 1904 se demolió la Casa de la Independencia, y en 1908 se abatió el Cabildo para reemplazarlo por la Casa de Gobierno, sin que nadie lo lamentara.
La restauración
En esos días de 1912, el doctor Ernesto Padilla era candidato a gobernador de Tucumán: resultó electo y asumió el 2 de abril de 1913. Uno de sus amigos –y futuro ministro- el doctor Miguel P. Díaz, le había informado que la casa de Colombres estaba en peligro. Padilla narraría que “fue entonces cuando resolví, una vez en posesión del cargo de gobernador, disponer la suspensión del remate, para realizar el propósito, que después fue convertido en hecho definitivo, de guardar (la casa) como monumento histórico”.
En efecto, Padilla no sólo se movilizó para que las Cámaras sancionaran la ley que declaró “monumento público” a ese inmueble (9 de octubre de 1913), sino que dispuso que le practicaran las reparaciones más urgentes. Además, emplazó al costado un trapiche de palo idéntico al que usó Colombres (y de los cuales, en esa época, todavía quedaban numerosos ejemplares); mandó trazar un jardín en el entorno, y resolvió que allí se realizaría la apertura de los actos del Centenario, en 1916.
Busto y placa
Padilla encargó a su amigo, Clemente Onelli, que hiciera modelar un busto del obispo Colombres, tomando como modelo el daguerrotipo que se conservaba y el retrato al óleo que ejecutó Ignacio Baz. El encargo incluía la fundición en bronce de la efigie, en Italia. Fueron comisiones que Onelli desempeñó puntualmente.
Él tuvo a su cargo también, con el asesoramiento del historiador jesuita Guillermo Furlong, la confección de la leyenda latina para la placa que se ubicaría al pie del busto. Desarrollando las abreviaturas, su traducción aproximada es: José Eusebio Colombres/ Obispo electo/ sacerdote resplandeciente por su virtud./ Mirando por la Patria/ juró su libertad./ Para su querido pueblo/ trajo opulenta riqueza/ a la tierra con las cañas/ cuyo dulcísimo jugo/ él primero exprimió./ La Provincia de Tucumán dedica. Año 1916.
Mención omitida
Muchos años después, tocó a Furlong escribir la biografía de Padilla. Narra allí que el gobernador se negó a que en la placa referida se incluyeran las palabras “Ernesto Padilla gobernador”, como lo había planeado Onelli. La negativa obedecía, escribió Padilla, a que “entiendo que es una irreverencia poner el nombre del postrero que levanta el monumento, al lado del que lo merece”. Un criterio que no es de extrañar, en una persona con alta calidad moral.
Los actos del Centenario de la Independencia se inauguraron el 1 de julio de 1916, en la casa de Colombres, como estaba previsto. Padilla dejó descubierto el busto con su pedestal y la placa, así como la casa remozada, y pronunció un discurso que ha quedado entre sus más bellas piezas oratorias. De esa manera, se salvó la construcción que ha llegado a nuestros días y que hoy cobija un museo.
Un patriota
La ocasión es adecuada para evocar brevemente al prócer. No sabemos el rostro que Colombres tenía en la juventud, ya que los retratos fijaron solamente su imagen de la vejez: murió a los 81 años, edad que muy pocos alcanzaban por entonces. Nació en Tucumán en 1778: se ordenó sacerdote, se doctoró en Cánones en Córdoba, y su primer destino fue la parroquia de Piedra Blanca, en Catamarca.
Producida la Revolución de Mayo, abrazó decididamente su causa. Al convocarse el Congreso de Tucumán, en 1816, la provincia de Catamarca lo eligió diputado, junto con el doctor Manuel Antonio Acevedo. Así, la firma de Colombres consta al pie de la histórica acta del 9 de julio.
Meses más tarde, renunció a la banca y se concentró en las tareas eclesiásticas. Esto al mismo tiempo que perseguía la idea de que en Tucumán se volviera a plantar caña y que se fabricara azúcar, como lo habían hecho los jesuitas.
Tras las cañas
De acuerdo al testimonio de un añoso vecino de la ciudad, don Alejandro Güede (publicado en “El Orden” el 26 de agosto de 1884), a comienzos del siglo XIX de vez en cuando alguien plantaba caña en Tucumán, pero no se elaboraba azúcar. Contaba que, en 1808, don Juan Valladares plantó canutos traídos del Brasil, en Los Chañaritos; pero al cabo de dos años se secaron, “sin duda por falta de competencia en su cultura”.
No se sabe con precisión la fecha en que Colombres inició sus ensayos, ni el lugar de donde trajo las primeras cañas para semilla. Algunos dicen que procedían de una pequeña plantación casera, próxima a la Ciudadela. Otros apuntan que venían de Orán, en Salta; o del Perú, o de Chile, o de Bolivia. Se sostiene inclusive que las primeras plantaciones fueron hechas por Colombres en su curato de Catamarca, y que luego las ensayó en la finca tranqueña de La Higuera, propiedad de su hermano Francisco.
Güede aseguraba que el primer operario con que contó Colombres fue el cruceño José Antonio Suárez, residente en Orán, “inteligente para su cultivo y plantío”. Y que luego pidió a Fernández Cornejo (dueño del ingenio de Campo Santo, en Salta) alguien competente “para la elaboración de azúcar, mieles y chancacas”. Le enviaron entonces a un tal maestro Carrizo, “quien trabajó las primeras azúcar, mieles, etcétera, que conoció el país”.
Azúcar tucumana
Sea como fuere, lo concreto es que, en 1821, Colombres ya tenía una plantación en su finca del actual parque 9 de julio. Allí cosechó cañas, les extrajo el jugo en un precario trapiche de madera movido por bueyes, y fabricó azúcar tras un rudimentario proceso de filtración de melazas en sucesivos recipientes de barro cocido.
Había nacido así la industria azucarera tucumana, y el cultivo empezó rápidamente a divulgarse entre la población. Esto significó beneficios públicos tan notorios, que la Sala de Representantes de Tucumán sancionó, en marzo de 1839, una ley donde titulaba a Colombres “ciudadano benemérito”, ordenando “darle este epíteto siempre que se nombre de oficio”.
En los considerandos de la norma, la Sala expresaba la intención de “premiar el importante servicio que ha hecho a su patria el ciudadano doctor don José Colombres, aclimatando la caña de azúcar, propagando su cultivo y dando el primer ejemplo de elaborar esta y el agua ardiente de la misma especie, con lo que ha vencido una preocupación arraigada y perniciosa, demostrando con la experiencia que la tierra de Tucumán es apta para estos productos, y creando una industria pingüe, que aumenta notable y progresivamente la riqueza pública”.
En la política
Pero las preocupaciones de Colombres no se agotaban en la caña de azúcar. Actuó resueltamente en la política de su tiempo. En 1840 se adhirió a la Liga del Norte contra Rosas y fue ministro de Gobierno de Bernabé Piedrabuena.
Al ser derrotada la Liga en la batalla de Famaillá (1841) debió exiliarse en Bolivia, donde pasó difíciles años de pobreza y privaciones. Entretanto, los oficiales rosistas embargaron sus bienes de Tucumán. Describían la propiedad del actual parque como “una chacra con una cuadra de frente y su fondo desde la calle de Ronda hasta la quinta del finado Serafín Sorol, con una casa del altos de ocho habitaciones”. Luego se embargó la quinta del frente, donde había “como trescientos naranjos plantados, un rancho de paja en mal estado, dos tablones de caña de una cuadra poco más o menos en mal estado”. Según el acta de embargo, la casa de altos estaba, en esos momentos, ocupada por una partida de soldados federales “al mando del sargento Olivera”.
Regreso y muerte
En 1845 pudo regresar a Tucumán. Se le restituyó su cargo de Cura Rector, al que sumó –por disposición del Vicario Capitular- la Vicaría Foránea. En 1846, fue nombrado Visitador, en Tucumán y Catamarca. Luego debió trasladarse a Salta, como Canónigo Magistral y Vicario Apostólico, hasta 1858. Mientras desempeñaba esos cargos, el Gobierno de la Confederación Argentina lo propuso a la Santa Sede para Obispo de Salta.
El Papa Pío IX lo designó en tal carácter, el 23 de diciembre de 1858. Pero las bulas que contenían la decisión nunca llegaron a sus manos, por las dificultades de la distancia. El doctor Colombres falleció en su casa (ubicada en 24 de Setiembre 565, hoy Museo Folklórico), el viernes 11 de febrero de 1859 a la una de la tarde, sin saber que había sido elevado a la dignidad episcopal. Era el último sobreviviente de los congresales de 1816 y sus restos reposan en la Catedral de Tucumán.
Último inventario
En el inventario de los bienes de Colombres realizado después de su muerte, consta “una quinta situada al naciente, que dista de nueve a diez cuadras de la plaza, compuesta de un terreno de una cuadra de frente por una y media de fondo, en el cual se levanta una casa de alto de 23 y media varas de frente por nueve y media de ancho con paredes de ladrillo y adobe en estado ruinoso”. Tenía cinco piezas bajas y tres altas, e inmediata al edificio se hallaba una cocina con paredes de tapia y techo de teja. Frente a la casa, en un terreno contiguo de una cuadra de largo por tres y media de fondo, existía una quinta con naranjos y con higueras.
La casa del obispo fue declarada Monumento Histórico Nacional por decreto 98.076 del 12 de agosto de 1941