Aunque incompleta, puede ensayarse una lista reveladora de la cantidad de personas que donaron sumas importantes en beneficio de nuestra comunidad. No siempre se las recuerda como merecen, ni se las imita.
Hubo en el pasado –remoto y no tan remoto- de Tucumán, mucha gente generosa, capaz de invertir su peculio a favor de la comunidad. No siempre se la recuerda con el homenaje que merece en buena ley, y no es frecuente que se la imite. Vale la pena echar siquiera una mirada –aunque muy superficial y muy incompleta- sobre algunos de esos gestos ejemplares.
Para todas las etapas
La lista puede empezar con don Alfredo Guzmán (1855-1951) y su esposa doña Guillermina Leston (1863-1947), quienes llevaron la generosidad a grandes alturas. Diseñaron un plan coherente, que atendía las necesidades de las tres etapas de la vida. Para la niñez costearon, entre 1904 y 1930, la Sala Cuna, cuyo soberbio edificio de un cuarto de manzana se levanta en la calle Congreso al 300.
Para la adolescencia, donaron (1937) el terreno y la construcción del monumental Colegio “Guillermina Leston de Guzmán”, en avenida Sáenz Peña al 600. Para la vejez, los terrenos y edificios del Hogar San José para Ancianas “Trinidad Méndez de Guzmán” (1942), y el Hogar de Ancianos “San Roque” (1945).
Y para las necesidades del espíritu, su admirable filantropía culminó tomando a su cargo la construcción del santuario de Nuestra Señora de La Merced, inaugurado en 1950. Tales fueron sus donaciones de mayor magnitud. Pero habría que agregar muchas otras: el terreno en avenida Mate de Luna para los Vicentinos; la manzana para el Club “Sportivo 9 de Julio”, que en agradecimiento se denominaría “Sportivo Guzmán”; el terreno para la iglesia de Villa 9 de Julio, por ejemplo. Cuando la UNT resolvió instalar un consultorio, el matrimonio Guzmán encabezó la lista de donantes, con los fuertes 3.000 pesos de 1940.
Un millón de 1923
En 1921, impresionó a Tucumán la noticia de que el industrial Manuel García Fernández (1856-1923), propietario del ingenio Bella Vista, donaba a los Padres Salesianos la entonces fantástica suma de 1.000.000 de pesos, para edificar un colegio en la avenida Mitre. Iba a llamarse “Manuel Belgrano” pero, por la donación, se lo bautizó “Tulio García Fernández”, en memoria de un hijo del donante, fallecido a los 22 años en Madrid, en 1921.
Cabe agregar que García Fernández, radicado en Tucumán desde 1874, favoreció a su pueblo natal de Luarca, en Asturias, con la donación de un enorme edificio para asilo de ancianos, además de costear en gran parte los locales del centro cívico de esa población.
El colegio “Tulio García Fernández”, se levantó en las dos manzanas de terreno sobre avenida Mitre que, a ese efecto, donó una dama tucumana de gran generosidad, doña Serafina Romero de Nougués (1862-1942). A esta señora se debieron, también, parte del edificio actual del Colegio Santa Rosa, y varios pabellones del viejo Hospital de Niños de avenida Sarmiento.
Moreno y la educación
Hace dos años, en esta columna (LA GACETA, 15 de setiembre de 2013), nos ocupamos de otro singular benefactor olvidado, don José Federico Moreno (1840-1905). Mendocino de nacimiento, fue uno de los fundadores del ingenio Santa Lucía, en 1882, y luego su único dueño por compra a los socios.
Prosperó en el negocio azucarero, y un día decidió vender el ingenio, convirtiendo en efectivo su fortuna. Cuando se sintió enfermo, dispuso por testamento que todos sus bienes se destinaran a construir edificios escolares y salas de hospital en San Miguel de Tucumán, Monteros, Santa Lucía, Mendoza y la Capital Federal.
A Tucumán le correspondió la entonces cuantiosa suma de 385.000 pesos. Una comisión se encargó de ejecutar las mandas. Así, se construyeron las escuelas “José Federico Moreno” en esta ciudad (cuyo nombre inexplicablemente se cambió hace unos años por “José Mármol”) y en Monteros, además de otra en Santa Lucía. Se ensanchó y amuebló el hospital de Monteros, y se dotó de nuevos pabellones al viejo hospital Santillán de esta capital. Otras sumas sirvieron para reparaciones en el Hospital Padilla y en el colegio de las Hermanas Dominicas en Monteros.
Las mencionadas fueron las liberalidades más mentadas en la historia social de Tucumán. Pero de ninguna manera fueron las únicas. Sería más que interesante una investigación que las precisara, esclareciendo lo que significaron los montos respectivos en su tiempo.
Escuelas, templos, Cottolengo
El gobernador de Tucumán, don Federico Helguera (1824-1892), tuvo el singular gesto de donar, en 1878, todos sus sueldos de mandatario para que se construyera, en la calle Buenos Aires 172, la escuela que funciona hasta hoy y que lleva con toda justicia su nombre.
El mismo propósito concretó el industrial azucarero Wenceslao Posse (1817-1900). Poco antes de su muerte, en 1900, donó a la ciudad de Buenos Aires la escuela que llevaría su nombre, ubicada en una enorme casa de pleno centro, en calle Suipacha 118. Existe hasta hoy, en otro local (Juncal 3131).
Los dueños del ingenio Mercedes, Isaías Padilla (1845-1914) y José Padilla (1841-1911), donaron el terreno de la calle Buenos Aires 565, y allí edificaron a su costa el gran templo y convento (1916) de las Hermanas Terciarias Franciscanas de la Caridad, que terminó demolido en 1976.
Otro industrial, el doctor Evaristo Etchecopar (1873-1942), poco antes de morir, costeó las instalaciones del Pequeño Cottolengo de Don Orione, en avenida Mitre al 2000. En su memoria, sus herederos edificaron, además, el local para sede de la Acción Católica, en calle San Martín 265.
Otra persona generosa fue don Francisco Javier Álvarez (1863-1943). Con su esposa Aquilina de Soldati, donaron el edificio del entonces “Asilo San Vicente”, de los vicentinos; el terreno donde se edificó el hospital de Concepción; su casa de veraneo de San Pedro de Colalao, para que sirviera de colonia de vacaciones escolares; el magnífico altar mayor de mármol de la capilla del colegio Sagrado Corazón, por ejemplo.
Más rasgos generosos
Doña Sofía López de Terán (1857-1931), madre del fundador de la Universidad, Juan B. Terán, edificó en la calle Alberdi 351 un importante local para internado y escuela, y lo donó a las Hermanas Adoratrices. Y su hermana, doña Javiera López de Méndez (1864-1930) donó a los Hermanos Concepcionistas (los “Padres Azules”), para que instalaran el “Hogar Agrícola San Cayetano”), su gran quinta al sur de la ciudad y las estancias La Puerta de Palavecino y Las Cuchillas, en el departamento Burruyacu.
Para terminar esta nómina por demás incompleta, puede apuntarse que en 1915, cuando la Municipalidad de Tucumán proyectó construir una plazoleta en la intersección en las avenidas Mitre y Sarmiento, dos distinguidos juristas, los hermanos Patricio y Fernando de Zavalía, donaron el terreno respectivo. Completado con dos pequeñas parcelas vecinas que adquirió la comuna, se contó con la extensión necesaria para diseñar la plazoleta, que ocupaba –como se sabe- un espacio mucho mayor que el estrecho de la actualidad.
Son solamente unos cuantos casos. En 1923, elogiando la donación García Fernández, el doctor Juan B. Terán la consideró “el signo halagüeño de la aparición de una nueva conciencia social”, ya que “el concepto de los deberes que la fortuna comporta, significa la presencia de una razón de ser para la fortuna misma, porque le da un destino distinto al de la egoísta satisfacción personal”. Convendría no olvidarlo.