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GUARDIAS NACIONALES. Se necesitaban 2.100 guardias y Tucumán aportó 2.985, así que hubo que licenciar al excedente.

El campamento de 60 días de la Guardia Nacional dejó imborrable recuerdo en una generación de tucumanos.


En Tucumán, hasta promediar la década de 1950, durante aquellos grandes desfiles militares de las fechas patrias había un momento emotivo. Era cuando desfilaban, viejos pero orgullosos, los veteranos de la legendaria “conscripción de Arcadia”, algo de imperecedero recuerdo para toda una generación.

Llamaban así a la parte que le tocó a Tucumán en la movilización de la Guardia Nacional, dispuesta para toda la República en 1896 y que abarcaba a los ciudadanos que hubieran cumplido los 20 años hasta el 31 de diciembre de 1895. Se materializó en 60 días de campamento. Ni bien sancionada la norma, el gobernador de Tucumán, teniente coronel Lucas Córdoba, dispuso que la movilización en la provincia se efectuara a partir del 1 de abril.

La movilización

Nos correspondían cinco batallones, que constituyeron la denominada “Brigada Tucumán”. A cargo de ella estaban el general Félix Benavidez, el coronel Salvador Tula, los tenientes coroneles Sebastián PereyraEugenio GilJosé L. Suárez y Gabino Lobato, además de otros oficiales de menos grado.

Se resolvió instalar el campamento en un sector de la estancia “La Arcadia” o “Arcadia”, propiedad de don Lautaro Gramajo. Su padre, el doctor Prudencio J. Gramajo, había comprado ese campo con historia a la viuda del gobernador Alejandro Heredia. Este, como se sabe, se dirigía rumbo a Arcadia cuando fue ultimado por una partida a la altura de Lules, en 1838.

Los aprestos alborotaron a todo Tucumán. El público quería trasladarse a despedir a sus familiares movilizados, lo que significó un récord de venta de pasajes del Ferrocarril Provincial, de ida y vuelta hasta la estación Arcadia, distante 75 kilómetros de la ciudad.

En Arcadia

Se publicaban en los diarios avisos como los de la sastrería “Epper”, de Buenos Aires, que ofrecía confeccionar y enviar toda clase de uniformes, incluidos “tiros, dragonas, charreteras, gorras, espadas y bordados militares de todas clases”.

La movilización se hacía cumplir con estrictez por medio de la Oficina de Enganche. El resultado fue contundente. A Tucumán le correspondía aportar 2.100 ciudadanos. Como el día de la concentración se presentaron 2.985 hubo que licenciar al excedente.

El 23 de abril de 1896, la “Brigada Tucumán” marchó rumbo a Arcadia. Llegaron en tres horas. El campamento bullía de gente cuando se produjo el arribo, saludado por vivas y estruendosos aplausos. El general Benavidez y el gobernador Córdoba pasaron revista a la tropa, a los sones de la “Marcha de Ituzaingó”. A la noche, los guardias la pasaron “a campo raso, en medio de grandes hogueras”, con los jefes y oficiales.

Chismes críticos

Desde ese día, la prensa local se ocupó largamente del campamento. La información alternaba con chismes, que aparecían firmados por seudónimos como “Un cabo”, “Un sargento”, o “Cabo Paz”. Eran notas críticas, que denunciaban, por ejemplo, la falta de carpas suficientes; o la mala calidad de la comida; o la tardanza con que llegaba la leña, porque la traían de La Madrid. También se calificaba de malo el servicio del Cuerpo de Sanidad, porque le faltaban elementos suficientes. Y se denigraba también la elección del campamento: lo calificaban de “campo insalubre, un ciénago donde reina de enero a enero, la fiebre malaria”.

Las críticas tuvieron como efecto la corrección de muchas deficiencias, con lo cual los diarios se calmaron. El 31 de mayo, unas 1.500 personas aplaudieron a los guardias nacionales en la ceremonia de la jura de la bandera, en el campamento. Asistirían también a la misa de campaña que ofició el padre Miguel Román, párroco de Medinas.

La gran revista

El 4 de junio, arribó a Arcadia el ministro de Guerra, Guillermo Villanueva, con el jefe de Estado Mayor, general Alberto Capdevila; los generales Eduardo Racedo y Enrique Godoy, además de otros altos oficiales. La tropa formó y las autoridades pasaron una revista que, según declararon, los dejó muy satisfechos.

El vespertino “El Orden” publicó una poética narración del escenario. “Cerca de la carpa del general, habíase levantado una especie de torreón circundado de zanjas profundas. Desde aquella altura, el anteojo de Capdevila dominaba el campamento. El día era hermoso, el cielo estaba limpio, el sol caía sobre el predio de verdura de la La Arcadia, que se extendía en poéticas ondulaciones hasta las sierras del frente. El Aconquija, con su cabeza coronada de nieves, y más allá envuelto en cendales de bruma, el elevado e inquietante Ñuñorco”, escribía el periodista.

Cálida recepción

De acuerdo a las estadísticas, en el campamento se gastaron, en total, 100.000 tiros de munición de guerra y 20.000 de fogueo. Se consignaba que el mejor tirador resultó un mocetón oriundo de Amaicha del Valle, quien “jamás había tirado” y “ni sabía cómo tomar un arma”. Esto no fue obstáculo para que hiciera 74 blancos en 86 disparos.

Ya estaban transcurriendo los últimos días del campamento. El regreso se había previsto para el 14 de junio y se levantó una suscripción pública para costear el programa de festejos de la recepción. El día de retorno llegó por fin. La Guardia Nacional recibió una imponente bienvenida en San Miguel de Tucumán. En la ciudad toda abanderada, una multitud aplaudió el desfile de la “Brigada Tucumán”. En su transcurso, las mujeres arrojaban papelitos de colores con leyendas de elogios, al paso de los soldados. Fuegos artificiales y recepción en el Club Social cerraron los festejos.

Una medalla

La “orden general” de Capdevila, emitida como despedida, exaltaba que “es la primera vez que el país realiza una campaña sin sangre ni dolor. Es la campaña de la instrucción militar, sin la cual el valor no es más que una heroica debilidad”. El valor, expresaba a los guardias, “es vuestra herencia tradicional, y ahora agregáis la preparación adquirida, que también será una tradición argentina”.

Se distribuyeron medallas acuñadas para conmemorar el acontecimiento. Llevaban la leyenda “El pueblo de Tucumán a la Guardia Nacional movilizada. Abril 15-Junio 15 de 1896”. Llevaba grabado un paisaje donde se veía el mar, sobre el fondo, y unas carpas, a la izquierda. A la derecha, una columna conmemorativa rodeada de hojas de palma y al centro la figura de La República. Un soldado le presentaba el arma y mostraba, con la otra mano, el sol naciente sobre el mar.

Don Lucas

Según “El Orden”, el gobernador Lucas Córdoba fue uno de los más asiduos visitantes del campamento. Prácticamente pasaba allí todo el día encantado de saborear de nuevo algo de esa vida militar que abarcó tantos años de su vida. “Entre cuento y cuento, montaba a caballo y salía a recorrer las carpas. Andaba de levita y sombrero alto de felpa, y desafió con ese traje, a caballo, la llovizna”, aseguraba el periodista.

Es que a don Lucas -aunque ya retirado- nunca dejó de fascinarle su profesión militar. Cinco años después, cuando parecía inminente la guerra con Chile, hubo en Tucumán una gran manifestación el 8 de diciembre de 1901. En esa oportunidad, en su discurso, don Lucas aseguró que “sabré cumplir con mi deber y satisfacer la tradición de mis antepasados. Si el caso llega, seré un camarada de la milicia ciudadana, marchando con ella y sometiéndome con ella a las fatigas, a los sacrificios y a los peligros de la guerra, que levantan y rejuvenecen los corazones…”