La Academia Nacional de la Historia sostiene que no puede presentarse como patriota, en un billete, a un simple asesino
El entrerriano Antonio “El Gaucho” Rivero, nacido en 1807, es un personaje polémico de la historia argentina de comienzos del siglo XIX. Para algunos, se trata sólo de un delincuente y un asesino. Otros, lo consideran un defensor de nuestra soberanía contra los usurpadores ingleses de las Malvinas. En esta última postura se alineaba la administración nacional anterior, ya que imprimió un billete de 50 pesos que lleva, en el reverso, la figura del “Gaucho” Rivero, jinete en un caballo encabritado y blandiendo la bandera celeste y blanca.
Del académico
Recientemente, en la Academia Nacional de la Historia, uno de sus miembros de número, el doctor César García Belsunce, planteó “las graves inexactitudes históricas” que contiene ese billete. Recordó que la Academia, en dos oportunidades (1966 y 1974) se pronunció al respecto, afirmando que “no se había documentado de modo alguno que el accionar de Rivero hubiera estado motivado por razones patrióticas”, y que más bien consistió “en el asesinato de cinco personas y el saqueo de sus bienes”.
García Belsunce pasa a resumir, muy sintéticamente, lo ocurrido en las Malvinas entre 1832 y 1833. Rivero había sido contratado por el gobernador argentino de las islas, Luis Vernet, como peón de su establecimiento ganadero, junto con otros gauchos y varios aborígenes, a lo que parece orientales.
La usurpación
Cuando Vernet viajó a Buenos Aires, el gobernador porteño Juan Manuel de Rosas designó (septiembre de 1832) gobernador interino de las Malvinas al sargento mayor Esteban Francisco Mestivier. El estilo enérgico de éste fue causa de que se sublevara la guarnición (noviembre), movimiento que terminó con el asesinato de Mestivier y el vejamen de su esposa.
El triste suceso dejó al archipiélago sin gobierno efectivo. Poco después, regresó allí la goleta argentina “Sarandí”, que el 1 de enero de 1833 fue atacada por la corbeta inglesa “Clío”, llegada sorpresivamente a las Malvinas al mando del capitán Onslow. El comandante de la “Sarandí”, coronel José María Pinedo, consciente de la imposibilidad de resistir a los cañones enemigos, embarcó los colonos que quisieron irse y enfiló a Buenos Aires. Antes, designó al capataz de Vernet, llamado Juan Simon, como “jefe militar y político” de las Malvinas.
Pago con papel
Onslow, tras saquear la población, tomó posesión de las islas en nombre de Su Majestad Británica, y luego partió sin dejar designada ninguna autoridad. Se limitó a ordenar al irlandés Guillermo Dickson, despensero de Vernet, que izara cada domingo la bandera inglesa. Destaca Garcia Belsunce que, durante la estadía de Onslow, “no hubo, por parte de los pobladores restantes, incluido Rivero, ninguna manifestación de repudio al ataque inglés”. Tampoco se sabe si Dickson izó efectivamente la bandera de los usurpadores.
Las islas siguieron, entonces, “bajo el gobierno nominal de un capataz”. En mayo de 1833, los peones gauchos informaron a Simon que no trabajarían más con la hacienda de Vernet. Luego de algunas conversaciones arreglaron permanecer en sus puestos cinco meses más, acordando que se les pagaría el sueldo en metálico. Pero cuando, pasado ese lapso, fueron a cobrar, encontraron que, en vez de metálico, volvían a pagarles con los vales de papel, firmados por Vernet, que circulaban en las Malvinas.
Los asesinatos
Rivero rechazó esa retribución y se preparó para vengarse. García Belsunce sintetiza lo que pasó después. Rivero, “con la ayuda de otros dos gauchos y de cinco indios, procedieron, el 27 de agostó, a asesinar primero al administrador de Vernet, el inglés Mateo Brisbane, luego a Dickson, inmediatamente a Juan Simon, el capataz y gobernador interino, y a continuación a Ventura Pazos, argentino, escribiente de Brisbane, y al colono alemán Antonio Wagner. Tras los asesinatos, se apoderaron de los bienes de las víctimas, saqueando sus viviendas. El resto de los pobladores aterrorizados se refugió en islotes vecinos, a los que los criminales no pudieron acceder por falta de barcazas”.
Pasaron los meses. En enero de 1834, llegó una nueva fragata inglesa, cuyo capitán puso preso a Rivero y sus compañeros y lo llevó a Inglaterra. Allí, luego de varias dilaciones, se resolvió que juzgarlos traería incidentes con Buenos Aires y suscitaría inquietudes en otros países. Se resolvió, entonces, dejarlos en tierra americana.
Patriotismo cero
Subraya el académico que “en ninguno de los múltiples documentos generados por el crimen, tanto en Buenos Aires como en Londres, se invocó que Antonio Rivero actuara con alguna finalidad patriótica, sino sólo por espíritu de venganza y de codicia, dando muerte a los empleados de Vernet de quienes dependía y a Juan Simon, jefe interino de las islas por decisión de Pinedo; además de otros dos civiles que ninguna responsabilidad tenían respecto de los salarios adeudados”.
Razona que si Rivero hubiera hecho algún gesto de “recuperar la soberanía patria” no se hubiera librado de la justicia inglesa, “pues habría atentado contra el dominio de Su Majestad Británica y hubiera sido ahorcado. Se salvó, justamente, porque se lo consideró un asesino múltiple”.
Rastro perdido
De paso y al margen, agrega García Belsunce que la figura que pretende representar a Rivero en el billete “es anacrónica, pues su vestimenta no es propia de su época sino del siglo XX, y evoca más a una jineteada en la Sociedad Rural Argentina de nuestro tiempo que a un gaucho de la primera mitad del siglo XIX en las tierras yermas de nuestras islas”. Así “la ridiculez se añade a la falsedad”, dice para cerrar su exposición. La Academia resolvió incluirla en la página web de la corporación, además de remitirla al presidente del Banco Central y al director del Museo de dicho Banco.
El rastro de Rivero se pierde después. No se sabe con precisión dónde lo desembarcaron los ingleses. Se dice que en el Brasil, mientras otros aseguran que en Montevideo. Sin documentación alguna, se llega a sostener que luchó en la Vuelta de Obligado y que allí perdió la vida: es la tesitura que sostiene el billete, al imprimir “1845” como fecha de su muerte, en el epígrafe del dibujo.
Bien se sabe que la verdad histórica nada puede hacer contra el mito popular, que perdona a Rivero cinco brutales asesinatos en nombre de una actitud de patriota que jamás se comprobó.