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UNA VIEJA QUINTA. Casa de Jesús María Aráoz en La Ciudadela, paraje que tocaba el ala izquierda del ejército unitario. Es un óleo de autor anónimo, que perteneció a Wellington de la Rosa.

Luego de tres horas de combate, el ejército unitario de La Madrid fue vencido por los federales de Quiroga en 1831.


Una de los más feroces encuentros de la guerra civil en Tucumán fue la denominada “Batalla de La Ciudadela”, en 1831. Se enfrentaron allí los 1.670 hombres del ejército federal de Juan Facundo Quiroga, con los 1.950 del ejército unitario de la Liga del Interior. Este iba al comando de Gregorio Aráoz de La Madrid, por haber caído preso, meses atrás, su jefe supremo, el general José María Paz. Para la descripción del combate tomamos los datos que suministra el historiador Isidoro J. Ruiz Moreno, en el primer tomo de “Campañas militares argentinas”.

Los problemas

Desde el comienzo, La Madrid enfrentaba serios problemas. Primero, la antipatía manifiesta del comandante general de Tucumán, coronel Javier López, quien participaría a desgano en la acción y que se retiró con su caballería al promediar aquella. Lo mismo hizo, con sus jinetes, Juan Esteban Pedernera, mientras el coronel Luis Castro no acudió, con su contingente, a cargar sobre la retaguardia federal. Y como si fuera poco, el general Rudecindo Alvarado no movió sus fuerzas de la frontera de Salta para apoyarlo.

Y últimamente, La Madrid no estaba preparado para una empresa de esa magnitud. Uno de los combatientes de su tropa, el capitán Domingo Arrieta, afirmaría que “el valor de La Madrid nos era demasiado conocido y experimentado; pero también nos era conocida su escasísima ciencia para dirigir por sí solo una batalla”. Para el historiador Juan B. Terán, el ejército de La Liga “estaba vencido antes, mucho antes, de presentarse en La Ciudadela”, ya que ninguno de los jefes cooperó con La Madrid, a pesar de que este contaba con fuerzas superiores en número.

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GREGORIO ARÁOZ DE LA MADRID. Daguerrotipo que retrata al general en sus últimos años, con su hija Berenice y su yerno.

Tensas vísperas

La noche del 3 de noviembre, La Madrid organizó las fuerzas para enfrentar a Quiroga. Juan B. Terán observa que el escenario era “el mismo campo donde se vieron al frente españoles y argentinos el año 12. Quiroga ocupa aproximadamente la posición de Tristán y La Madrid la de Belgrano”. El ala derecha estaba “protegida en su extremo por una zanja y un cerco de tunas”, mientras la izquierda se recostaba en la zona donde, diecisiete años atrás, el general José de San Martín erigió el fuerte de La Ciudadela.

En el centro estaban dos columnas de infantería, cada una con una batería de cuatro cañones y sus flancos reforzados por obuses. La reserva iba al mando del coronel Juan Balmaceda, con un escuadrón de unos dos centenares de soldados, más los voluntarios. La Madrid contaba con que el coronel Luis Castro, que venía desde Famaillá, se le uniera con su fuerza para caer por detrás sobre Quiroga. Pero ignoraba que López le había indicado abstenerse hasta que él le diera la orden; y como nunca llegó a darla, Castro no intervino en el combate.

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JUAN FACUNDO QUIROGA. El “Tigre de los Llanos” ejecutó a una treintena de oficiales prisioneros, al terminar la batalla.

El inicio

El plan del general unitario era “esperar el ataque federal para recibirlo con el fuego de sus baterías y, una vez desordenado, cargarlo con su caballería por escalones”. Esto mientras Castro acometía por la espalda.

Hacia las 10 de la mañana del 4 de noviembre de 1831 comenzó la acción. Duraría unas tres horas, en las que se luchó “con terquedad por ambas partes”, narrará Quiroga. Él la inició, atacando al ejército de la Liga por los dos flancos. De inmediato, La Madrid hizo disparar sus cañones, con lo que logró desordenar la embestida, a la vez que ordenaba al coronel Juan Esteban Pedernera atacar la caballería riojana con los jinetes del Regimiento 2. Pero sucedió que este, “en el momento de cruzar lanzas”, volvió la espalda al enemigo y se desbandó. Al ver lo que ocurría, La Madrid ordenó al coronel Juan Balmaceda que cargase con su reserva. Esta no pudo avanzar, porque la envolvieron los soldados que retrocedían en desorden.

Se retira López

La Madrid supuso que Javier López, desde el ala derecha, se lanzaría con su caballería, pero advirtió estupefacto que ella también retrocedía en desbande. Entonces, ordenó al coronel José Videla Castillo que dejara los cañones al cuidado de 50 hombres y que enviase adelante, al trote, a las dos columnas. Estas avanzaron al son de las tres bandas de música, y luego cargaron a la bayoneta.

Pudieron poner en fuga a los infantes de Quiroga. Pero las alas de caballería de este, sin adversarios al frente, avanzaron y se apoderaron de los cañones de La Madrid, cuyos custodios habían huído al advertir la fuga de los jinetes de Pedernera y de López. Enfurecido, La Madrid se las arregló para cargar sobre ellos y recuperar todas sus piezas, menos una que los enemigos se pudieron llevar, atada a la cincha de los caballos.

Quiroga vence

Ante ese movimiento –de éxito momentáneo- las bandas de música volvieron a tocar, mientras la tropa prorrumpía en aclamaciones. Entonces, La Madrid despachó a sus ayudantes para que buscaran a toda prisa a López y a Pedernera –que se habían retirado hasta El Cevilar- y les transmitiera su orden de volver con urgencia al campo de batalla. Entretanto Quiroga, al advertir que la caballería tucumana no aparecía y que estaba disminuida la infantería, volvió a cargar. Fue rechazado, cuenta La Madrid, “a menos de una cuadra de nuestros cañones, pero dejando un tendal de caballos y de jinetes”.

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TUMBA DE PEDERNERA. La caballería a sus órdenes y la de Javier López se retiraron durante la acción. 

Reinaba en el campo un calor infernal, y la sed consumía a los combatientes. Entre los infantes y los artilleros de la Liga había muchos muertos y heridos, y se les agotaban las municiones. Como ya veía que no iba a contar con Castro, y le era imprescindible la caballería, La Madrid partió a buscarla. Dejó a cargo al coronel Isidro Arraya, recomendándole “formar cuadro y sostenerse a todo trance” hasta que él regresara.

Partió al galope, abriéndose paso entre los combatientes. Pero no pudo encontrar a la caballería, ni reunir a los dispersos, ni tampoco volver al campo de batalla, donde las cosas se le convirtieron rápidamente en adversas sin remedio. Quiroga mandó una carga sobre las tres baterías y sobre el batallón de infantes, con éxito completo. Quedó, así, dueño del campo, y el combate cesó.

Después

El “Tigre de los Llanos” mandó fusilar a los 27 (o 34, dicen algunos) oficiales y sargentos primeros de La Madrid que había tomado prisioneros. Entre ellos se hallaban dos tucumanos: el teniente coronel Pedro Nolasco Ibiri y el comisario de Guerra, Francisco Posse.

Los esfuerzos del desesperado La Madrid para reunir alguna fuerza juntando dispersos resultaron estériles. Debió convencerse de que había perdido la batalla. Por la noche, narra que se encontró con Javier López y Juan Esteban Pedernera. Los increpó por haberse retirado del campo y le contestaron: “¡Qué quiere usted, general! ¡Se nos ha desbandado la tropa, y no nos ha sido posible contenerla!”, argumentaron. La Madrid cuenta que, ante esa respuesta, “di vuelta mi caballo y mandé marchar, reprimiéndome, y seguí en silencio”.

Como pesadilla

La batalla de La Ciudadela fue un encuentro con decisivas repercusiones nacionales. En efecto, marcaba el fin de esa Liga del Interior, que con tanto éxito había armado y liderado el general Paz, y que había puesto en muy serios apuros al gobierno de Juan Manuel de Rosas. El contraste lanzó al exilio a una gran cantidad de jefes y oficiales, empezando por Gregorio Aráoz de La Madrid.

Después de La Ciudadela, Quiroga entró en Tucumán como una pesadilla. Arreó con todo el ganado que encontró y saqueó negocios y viviendas. También quiso divertirse. “Asusta para reírse, o se dedica a enlazar caballos en la plaza; a vender él mismo el producto de su saqueo”, dice Juan B. Terán. Al poco tiempo convocó a elegir la nueva autoridad de la provincia.

Concurrieron al Cabildo 196 ciudadanos, de los cuales 180 votaron para gobernador al coronel–doctor Alejandro Heredia. Comenzaba así una nueva etapa, que se prolongaría hasta 1838, cuando Heredia fue asesinado, hecho que preludió la formación, en 1840, de un nuevo frente antirrosista: la Liga del Norte.