En una casa colonial de 24 de Setiembre al 500, el Gobierno instaló, en 1916, el primer museo que conoció la ciudad, con figuras de cera y muebles de época. Duró muy poco tiempo
En 1916 se desarrolló, en la ciudad de Tucumán, el primer intento oficial de instalar un Museo Histórico. La ocasión parecía inmejorable. Era el año del Centenario de la Independencia, y en su celebración el gobierno del doctor Ernesto Padilla había puesto el máximo esfuerzo. Con medios locales, sobre todo, ya que el Gobierno Nacional no mostró ninguna generosidad.
Se designó una Comisión Provincial del Centenario, encargada de organizar los festejos. Entre las propuestas que allí se debatieron, el gobierno estaba especialmente interesado en montar, para los visitantes, un lugar que contuviera “historia”.
Como se sabe, los únicos que la tenían –en la ciudad- eran el pequeño Salón de la Jura, en la Casa de la Independencia (encerrado en el templete que se erigió en 1904, tras derribar la añosa vivienda de los Laguna), y la casa del obispo José Eusebio Colombres, en el Parque 9 de Julio, recién restaurada.
Un caserón colonial
La Comisión puso los ojos en un caserón colonial de dos puertas y una ventana, que se alzaba en la calle 24 de setiembre 574, propiedad de la familia Cossio. Allí había residido, en tiempos de la Organización Nacional, el infortunado gobernador Manuel Alejandro Espinosa, esposo de doña Bernardina Cossio.
Con su techo de tejas y su ventana enrejada, la vivienda tenía el fuerte aire de época buscado. La Comisión estudió el asunto y se pensó alquilarla para museo. Pero luego el Gobierno dispuso directamente su compra, al precio de 57.000 pesos, que autorizó el acuerdo de ministros del 5 de febrero de ese año 1916. Al parecer, el mobiliario de época iba incluido.
Claro que no se podía, con tan poco tiempo disponible hasta el 9 de julio, instalar allí un Museo propiamente dicho. No se contaba con objetos para exhibir, ni era prudente esperar donaciones privadas, y no había fondos para adquirir ese tipo de piezas, que nunca fueron baratas. De modo que se resolvió, por el momento, acondicionar el local como una casa de familia “ambientada” en los tiempos de la Independencia.
Figuras de cera
Se buscó el concurso de un tal Carlos Hermann, a quien las crónicas de los diarios señalaban como un calificado especialista en esos temas. Hermann vino a Tucumán, estudió el asunto y elevó su propuesta a la Comisión.
En lo sustancial, planeaba distribuir, en las diversas habitaciones, los muebles tal como se suponía estuvieron en la época, y construir figuras de cera de tamaño natural. Estas, ataviadas con el ropaje correspondiente, se distribuirían por los diversos ámbitos del caserón.
Además, se procedería a una restauración integral de la fachada, respetando celosamente el estilo, además de reparar los techos y los pisos de patios y habitaciones, así como los muebles.
La Comisión aceptó la propuesta de Hermann, quien inmediatamente se abocó a ponerla en marcha. Su trabajo fue minucioso, y el periodismo lo fue siguiendo en coloridas notas. Esto picó la atención del público, que ingresaba a la casa a curiosear. Según aquellas notas, la finca tenía una excelente infraestructura de muebles y de utensilios “que se conservan en bastante buen estado, gracias a la prolijidad de las señoras Cossio, últimas propietarias y ocupantes de la vetusta casa”.
Trabajo cuidadoso
Al frente del edificio se colocó un farol antiguo y, pendiente de una ménsula, colgado con cadenas, en un cartel de madera con letras caladas se leía “Época 1816. Museo Colonial”. La gente lo llamaba “Casa Colonial”. A la primera habitación, sobre la izquierda, se la ambientó como una sala donde estaban conversando personajes. Se veía, en figuras de cera, al general Manuel Belgrano, al obispo José Agustín Molina y otros próceres, congregados en reunión.
En otra habitación, ubicada al frente, se reconstruía una escena familiar típica de tiempos de la Independencia. Las figuras de ceras representaban a una anciana dueña de casa, con su hija y una servidora, rodeadas del mobiliario y del ajuar correspondientes. En otros cuartos, se reproducían los antiguos dormitorios y el comedor.
Los comentarios ponderaban la fidelidad con que se había efectuado la reconstrucción de cada ambiente, “complementando la impresión perfecta de un hogar argentino de comienzos del siglo pasado”. Esa nota periodística agregaba que “los amplios patios, la galería, el ‘fondo’ boscoso con sus corpulentos ejemplares de la flora regional; la sala en que Oribe, asiduo visitante de la familia Cossio, era recibido por los dueños de aquella casa solariega, todo armoniza allí de modo perfecto”. Lástima que hubo muy escaso registro fotográfico de todo esto.
Se cierra el museo
Poco a poco fueron llegando algunos donativos de particulares, para enriquecer la ambientación. El más importante fue debido a don Pedro G. Sal. Donó el antiguo armario en el cual, según la tradición, se trajeron en 1685, al trasladarse la ciudad desde Ibatín, los documentos oficiales. Felizmente, el histórico mueble se conserva hoy en el salón de actos de la Corte Suprema de Justicia, en el Palacio de Tribunales.
Pero a poco de concluir el gobierno del doctor Padilla, la “Casa Colonial” se cerró. El ex mandatario, en carta muy posterior a uno de sus amigos, expresaba: “me acuerdo con pena que en Tucumán fundamos el Museo Histórico y que gente del gobierno local lo destruyó dos años después”.
Hacia 1925 o 1926, se remodeló la casa para alojar oficinas públicas.
Cambios
El frente perdió totalmente su aspecto colonial y quedó como cualquier fachada de la ciudad, con una puerta de calle flanqueada por dos ventanas con balcón, más la incorporación de recuadros y cornisas y la desaparición de la cubierta de tejas. No se informo adónde fueron a parar la antigua reja, las figuras de cera y el mobiliario. De todos modos, a nadie pareció importarle demasiado. En “Caras y Caretas” de junio de 1920, una nota de Rodolfo Romero evocó a la “Casa Colonial” como “pintoresca y humorística”, y afirmó que “la gente se rió a su tiempo” de sus “caricaturescas figuras de cera”…
El último destino de la casa fue alojar el Archivo de la Policía. Luego fue demolida, hacia la década de 1950. Entendemos que algún Gobierno -con la insólita generosidad que despliega a veces- resolvió donar el predio baldío a la Cooperadora de la Policía, que la convirtió en una lucrativa playa de estacionamiento.
Todo esto vino a desmentir rotundamente aquel optimismo con que LA GACETA saludó la creación del efímero Museo, en 1916. No dudaba, decía un artículo de redacción, que “será una de las curiosidades que Tucumán podrá mostrar en lo sucesivo al forastero, aparte de los fines educativos que deberá ofrecer a las generaciones presentes y futuras”.