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CARGA EN LA BATALLA DE TUCUMÁN. Dibujo ejecutado por Juan Lanosa en 1962, como tapa del suplemento que LA GACETA editó al cumplirse los 150 años de la victoria. la gaceta / fotos de archivo

Francisco Javier de Mendizábal, ingeniero militar del Rey, redactó una descripción comentada de la batalla de Tucumán, con fuertes críticas al derrotado Pío Tristán


En incontables ocasiones se ha narrado, desde diversos ángulos y usando diversas fuentes, la gloriosa batalla de Tucumán, del 24 de septiembre de 1812. Pero no han tenido igual difusión las versiones que los derrotados dieron de ese combate.

Así, creemos novedoso entresacar el relato y los comentarios, escritos en 1824, de un destacado testigo de las guerras de la época, el ingeniero militar realista, Francisco Javier Mendizábal (1787-1838). Era un material inédito de 23 capítulos, hasta que lo publicó la Academia Nacional de la Historia en 1997, con el título “Guerra de la América del Sur. 1809-1824”. El tomo lleva un erudito prólogo del descubridor y analista del manuscrito, arquitecto Ramón Gutiérrez.

El capítulo “Expedición de la vanguardia a las órdenes del brigadier don Pío Tristán”, empieza narrando que, a punto de iniciarse agosto de 1812, el citado brigadier realista “quería proveerse de mulas para el Ejército”. Proyectó entonces, sin tener órdenes de su superior, el brigadier José Manuel de Goyeneche, “una correría hasta el Tucumán”.

“Pillar lo que pudiese”
Mandó al coronel Huici hacia ese rumbo, “con una partida fuerte”, para que “pillase lo que pudiese”. Huici se internó en Jujuy y en Salta con toda facilidad y, envalentonado, escribió a Tristán afirmando que “esperaba apoderarse del Tucumán”.

Esta “arrogancia le costó cara”, ya que “en un pueblecillo” (se refiere a Trancas) fue hecho prisionero. Pero esto no por esto disminuyó el ánimo que se había apoderado ya de Tristán, “de conquistar el Tucumán, vista la facilidad con que habían penetrado sus avanzadas sin hallar casi enemigos”. Ansiaba el renombre que semejante empresa le daría, y tomó su decisión “sin órdenes del general en jefe, que nunca fue de este dictamen”, pero que “disimuló y toleró aquella voluntariedad por las relaciones de sangre que los unían” (en efecto, Tristán y Goyeneche eran primos).

Rompió la marcha el 1 de agosto, “con cuatro batallones y alguna caballería, con su correspondiente artillería”. Cruzó sin problemas Jujuy y Salta y continuó rumbo a Tucumán. Despreciaba a su enemigo por hallarlo débil: “pero así, débil, sorprendió en una emboscada en el río de Las Piedras a parte de nuestra vanguardia, que padeció algún descalabro según las noticias más imparciales, aunque en los partes de acción se dijo otra cosa”.

Plan de Tristán
Esto no detuvo a Tristán, quien “siguió su marcha por entre espesos bosques, que los hay continuos hasta la inmediación de San Miguel de Tucumán, a cuyas cercanías llegó el 23 de septiembre de 1812, sin haberse dejado ver los enemigos”. El 24 continuó “su marcha en columna por batallones, desfilando por su derecha con la artillería sin montar y los bagajes en otra larga columna; habiéndose quedado una legua atrás como 1.200 hombres, compuestos de las ocho compañías de granaderos y la mayor y mejor parte de la caballería”, para custodiar el parque de municiones.

A pesar de que, “según se dice”, los espías de Tristán le avisaron que el enemigo lo esperaba fuera de la ciudad, no dio importancia a tales informes. Su plan era pasar lejos de aquella, “hasta el paso del río, para cortar la retirada a los enemigos cuando fueran acometidos por la otra columna que dejaba atrás”. Planeaba hacerlo al día siguiente, “pero se trastornó todo este plan, porque el enemigo tenía otro muy diverso”.

Fuego de artillería
Continúa el relato. “El 24 después de mediodía, desembocó nuestro ejército en el llano de la ciudad, que está rodeado de árboles, y continuó en el mismo orden de marcha, tomando los bagajes y artillería por el llano a la derecha, pues no pensaba el general pelear ese día”. Tanto, que “los batallones iban sin cargar las armas y la artillería cargada sobre mulas”.

De pronto, “vieron un grueso batallón enemigo con su reserva formada en batalla en un repecho suave, pero sin caballería, porque ella estaba emboscada en la arboleda vecina. Al pasar los batallones por frente del enemigo sin pensar en pelear, empezó a sufrir el fuego de la artillería enemiga, la que mató hasta 4 soldados, dos de ellos del batallón de Abancay”.

Entonces el jefe de este, coronel Barrera, mandó cargar las armas a su gente, “y dada una descarga, atacar a la bayoneta en dispersión, según lo han acostumbrado en las refriegas con los indios; todo sin orden del general, que entonces estaba disponiendo montar la artillería para empeñar la acción”.

Lanzas y machetes
Con el ejemplo de Barrera, “mandaron cargar las armas todos los comandantes, y el fuego se hizo general en toda la línea. Mas como la nuestra era de tanta mayor extensión respecto a la enemiga, el batallón de Cochabamba y Real de Lima formaron un martillo a su modo, para hacer fuego oblicuo sobre el enemigo y tomarle la vanguardia”.

Pero “lo hicieron formando un ángulo tan agudo que sus fuegos, hechos con poco tino y peor dirección, herían a los otros batallones, causándoles mucha incomodidad”. Claro que, por ser “nuestro fuego tan superior, el cuerpo principal enemigo, que constaba de 600 hombres, había perdido ya 400 y estaba próximo a fugar a la ciudad”.

En “este momento crítico, saliendo de su emboscada la caballería enemiga, que constaba de 200 cazadores con fusil y 600 de paisanaje armado de lanzas, espadas y machetes, arrolló primero a nuestra poca caballería y se presentó luego por retaguardia de los batallones de Paruro y Abancay que, sorprendidos de aquel repentino arrebato, no supieron tomar más partido que el de desordenarse y dispersarse en el bosque, que no estaba muy distante”.

Desorden y silencio
Lo mismo hicieron “los otros dos Cotabambas y Real de Lima”, permitiendo que “sólo 200 hombres, que estaban ya aterrados y para fugar, los persiguiesen hasta el bosque, hiriendo y matando a muchos”. Mientras “duró este desorden, la caballería enemiga se ocupó parte en robar los equipajes y parte en conducir los 8 cañones que estaban aún sobre las mulas, y las municiones, a la ciudad; y luego se dispersó y se fueron a sus casas, quedando únicamente en el campo los dos cañones que se habían montado al principio de la acción”.

Entonces, “la poca infantería” enemiga “se refugió” en la ciudad, “quedando aquel campo que poco antes lo fue de horror y estrépito, en el más profundo silencio”. Gracias a esa calma, “se fue disipando el terror de nuestros soldados, que fueron saliendo poco a poco de la espesura, y al toque de reunión pudo otra vez nuestro general formar sus batallones”.

Tristán se aleja
Tristán “cercó la ciudad al anochecer, introduciéndose en las primeras calles”. Les intimó rendición, “pero como habían los nuestros perdido la artillería y municiones (pues aún las que venían atrás fueron llevadas a la ciudad, diciéndoles con engaño, a los que las conducían, que habíamos entrado en ella), se le contestó con arrogancia que sabían que no tenían municiones con que poder atacarlos”.

Afirma Mendizábal que esa falta de municiones hizo que Tristán “no atacara la ciudad en esa misma noche, o al día siguiente”. Esto a pesar de que se le reunió aquella columna de 1.800 hombres que había dejado atrás, “los cuales traían sus cartuchos completos, y los batallones tenían también todavía muchos sin consumir”.

El general dispuso luego “retirarse hasta Salta, lo que verificó el Ejército con la incomodidad de algunas arremetidas que dieron a la retaguardia los enemigos en los primeros días”. En síntesis, expresa Mendizábal, “ese fue el éxito de la acción del Tucumán, en la cual perdimos 1.000 hombres, a pesar de la superioridad de nuestras fuerzas”.

Fuerte crítica
El texto de Mendizábal (que en ningún momento nombraba a Manuel Belgrano) decía, en nota al pie, que la batalla “abría un especioso campo de reflexiones a los inteligentes en el arte de la guerra”. Criticaba todos los movimientos del jefe derrotado, desde su ingreso en Tucumán en adelante, hasta la forma en que llevó formada su tropa, con la artillería desmontada.

Pensaba que cuando se acercó al enemigo, en vez de seguir desfilando “en hileras”, debió haber “hecho alto sobre su flanco derecho, formando sus batallones en escalones o en cuadro, y la caballería a un costado, reconociendo el bosque por ambos lados con partidas de infantería”.

Hubiera evitado así la emboscada, y tenido tiempo de planear un ataque “más conveniente para vencer a un enemigo tan inferior”, sin pasar “por el sonrojo de perder por falta de arte su artillería y municiones”. Y perder también “la opinión de su tropa, pues era la primera derrota que (ella) sufría, habiendo hasta entonces triunfado siempre en varias acciones, al mando del general Goyeneche”.