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LA CASA DE TERÁN. Fachada del edificio de la calle Ayacucho, en una fotografía tomada en la década de 1910, cuando era sede del Departamento de Higiene

En septiembre de 1922 y por espacio de tres días, los estudiantes en huelga ocuparon la casa y asumieron su gobierno.


Es obvio decir que el tema de la ocupación de las dependencias universitarias ha adquirido, últimamente, notoria actualidad. Parece oportuno, entonces, revisar el más remoto antecedente de acciones de ese tipo que registra la ya centenaria historia de la Universidad Nacional de Tucumán. Ocurrió ocho años después de inaugurada la casa. Exactamente, en setiembre de 1922.

Como es conocido, la Universidad había pasado de provincial a nacional en 1921, luego de un trámite que condujo con gran inteligencia el rector fundador, Juan B. Terán, y que apoyaron eficazmente la Federación Universitaria Argentina (FUA) y la Federación Universitaria de Tucumán (FUT).

El ministro de Instrucción Pública de la Nación, doctor José S. Salinas, había puesto interinamente a cargo de la Universidad a Alejandro Grüning Rosas, un procurador rosarino de 31 años, con largo curriculum de dirigente estudiantil reformista. Llevaba como secretario a Juan Mantovani, luego reemplazado por Rodolfo Romero. El rector saliente Terán le hizo entrega de las instalaciones el 4 de abril de 1921.

Cuadro de inquietud

 Pero muy poco después, el entusiasmo inicial de la nacionalización, empezó a transformarse en franca inquietud. No faltaban razones. La medida se originaba en un decreto, y el Congreso no llevaba miras de sancionar un presupuesto para la casa, que hasta entonces funcionaba pagando magros sueldos a los docentes y se debatía en una carencia casi total de laboratorios y de gabinetes.

Tampoco se había dictado una norma que la organizara, dándole un nuevo estatuto. Ni siquiera estaba claro el nombre. El ministro Salinas la llamaba “Universidad Nacional del Norte” y no “de Tucumán”.

Grüning Rosas se multiplicaba en el envío de notas sin respuesta al Ministerio, insistiendo en que se llenaran aquellos requerimientos. Y la FUT remitió, en el mismo sentido, un extenso memorial a Salinas, además de designar a los delegados Néstor B. Zarlenga y Alejandro Terrera para entrevistarse con el presidente Hipólito Yrigoyen.

Nuevo delegado

El interinato de Grüning Rosas se extendió hasta el 27 de diciembre. En esa fecha, Yrigoyen designó al diputado nacional por Tucumán, doctor José Luis Aráoz, como encargado “ad honorem” de la casa. El nuevo funcionario elevó al Ejecutivo un proyecto de organización, en base en los informes de los decanos Miguel Lillo, José G. Sortheix y Fidel Zelada. Pero el gobierno nacional seguía en silencio, en lo que respectaba a las medidas de presupuesto y de organización.

A este cuadro, que iba caldeando el ambiente, se agregaba la franca disconformidad de los estudiantes con la gestión del doctor Aráoz. A poco andar, consideraron que debía presentar la renuncia, y en ese sentido la FUT telegrafió a Yrigoyen. Sostenían que “no interpreta la voluntad de los estudiantes”. 

La FUT, que presidía hasta entonces Pedro Brandemburg, se reorganizó totalmente en junio. Con la presencia del secretario de FUA, Roberto Garzoni, se sancionaron los estatutos y se eligió la nueva mesa directiva.

Toma de la casa

El 22 de setiembre de 1922, estalló el conflicto. La FUT, en un comunicado que firmaban Segundo Rasgido y Enrique Salgado Martín, consideró “agotados todos los medios pacíficos para conseguir la organización definitiva de la Universidad”, afirmando que el delegado Aráoz era “un obstáculo contra el cual se han estrellado nuestras gestiones”.

Por lo tanto, declaraba la huelga hasta que Aráoz renunciara, y resolvía “asumir el gobierno de la Universidad y clausurar sus puertas para entregar el establecimiento al interventor que nombrase el Excelentísimo Presidente de la República”. Se solicitaba el apoyo de la FUA y de “los centros culturales y estudiantiles de la República”. La resolución sería comunicada a los docentes, pidiéndoles que “contribuyan a crear en Tucumán una Universidad nueva y no una Universidad más”. 

La casa fue tomada a las dos de la mañana. Se clausuraron las puertas del rectorado y se labró un acta “en el libro oficial”. 

El desalojo

La temperatura primaveral permitió que varios de los ocupantes durmieran sobre el césped de los jardines. Se mantenía cerrado el acceso por la calle Ayacucho, y sólo podría ingresarse por La Madrid. El doctor Aráoz, quien se encontraba en Buenos Aires, regresó apresuradamente, pero los estudiantes desconocieron su autoridad y le negaron la entrada.

Siguieron pasando los días. Los huelguistas continuaban firmes, salvo un grupo nucleado en el Centro Universitario Renovación, que no apoyaba el movimiento. Igual tesitura tenía el Centro del Secretariado Comercial. La casa permaneció ocupada hasta el 25 de setiembre. Ese día, a las ocho de la noche, llegó un destacamento de la Policía Provincial con el subjefe Antonio Lillo a la cabeza, quien ordenó a los estudiantes desalojar las dependencias. La intimación fue acatada.

Dura resolución

El doctor Aráoz firmó una enérgica resolución. Resolvía “desconocer en lo sucesivo, como entidad representativa de los intereses de los alumnos de esta Universidad, a la junta ejecutiva de la FUT”. Hacía saber a decanos y empleados que, “mientras no se organice la asociación de estudiantes sobre una base de disciplina, de respeto y de cultura”, cualquier pedido o reclamo no se acogería “con otro carácter que el de reclamaciones individuales, aplicando estrictamente el reglamento en cada caso”.

Los duros considerandos expresaban que, si bien los entes estudiantiles eran órganos adecuados para representar sus intereses, “desde el momento en que se convierten en centros perturbadores de la disciplina esencial para el desenvolvimiento de los institutos, o en agrupaciones desordenadas y levantiscas”, constituyen “un peligro en vez de un progreso, y un elemento de disociación en vez de un exponente de solidaridad”. Achacaba a la FUT invocar “representación de mayorías falsas y mandatos de asambleas inexistentes”.

La organización

El conflicto prosiguió sin cambios durante varios días. Las clases se desarrollaban con la ausencia de numerosos estudiantes, y eran cosa cotidiana los comunicados virulentos contra el delegado y a favor de la huelga, así como los ruidosos mitines callejeros. Mientras, el doctor Aráoz sostenía que el movimiento carecía de la dimensión que le adjudicaban sus sostenedores.

El 11 de octubre de 1922, último día de la presidencia Yrigoyen, se conocieron dos importantes decretos, que llevaban fecha 7 de ese mes, y un tercero datado el mismo día 11.

Por los dos primeros, se constituía la Universidad Nacional de Tucumán (quedaba descartado lo de “Universidad del Norte”) fijando sus facultades y planes de estudio, y se disponía que la casa habría de regirse por los flamantes estatutos de la Universidad Nacional del Litoral, en “todo lo que le sean aplicables”.

Nuevo rector

El tercer decreto designaba rector al doctor Felipe Santiago Pérez y nombraba a las autoridades del Consejo Superior y de los Consejos directivos: estos últimos hacían, así, su aparición en la estructura de la casa. Comentaría LA GACETA que el presidente “antes de abandonar el mando, ha querido dar un corte a la cuestión tan debatida de la Universidad de Tucumán y darle, por decirlo así, un sesgo marcado de nacionalización”.

El 18 de octubre, asumió sus funciones el rector Pérez. Esto significó, también, la terminación del conflicto entre los estudiantes y la conducción de la casa. Así, la huelga con ocupación de 1922, fue la primera ocurrida el la Universidad Nacional de Tucumán. Como sabemos, no sería la ultima, ni mucho menos.