Elegante y mundano, Rafael Padilla se hizo conocido en Madrid por su producción literaria y sobre todo por su casamiento con María Pía de Borbón. Su brillante estrella empezó a declinar con el regreso a la Argentina.
En mayo de 1907, sobresaltó las crónicas sociales de la Argentina una noticia sensacional. El tucumano Rafael Padilla se casaba nada menos que con una princesa de sangre real, doña María Pía de Borbón. La historia del asunto y la trayectoria del protagonista merecen contarse.
El novio tenía entonces 22 años. Sus padres eran don Isaías Padilla y doña Mercedes Ávila. Era el segundo de seis hermanos. Don Isaías era dueño, con su hermano José, del ingenio Mercedes, que había instalado su abuelo Manuel Miguel hacia 1840. Desde adolescente, Rafael se hizo popular por su gran simpatía y su destreza para escribir en prosa y en verso. No terminó el bachillerato que inició en el Colegio Nacional y pasó a Buenos Aires.
Allí tenía muchos amigos, y pronto se le presentó la ocasión de un empleo en la diplomacia. No la desaprovecharía. Gestionó y obtuvo la designación de agregado a la legación argentina en Madrid, con el brumoso encargo de estudiar documentos del Archivo de Indias. Una tarea nada exigente, que le permitió disfrutar a fondo las variadas diversiones que ofrecía la capital española bajo el reinado de Alfonso XIII.
Tertulias y libros
Elegante y apuesto –gruesos bigotes, pelo renegrido y ojos vivaces-, pronto se movió como pez en el agua en los círculos de la diplomacia y en las peñas literarias. Frecuentaba las célebres tertulias del Café de Fornos, y compartía mesas con figuras como Ramón del Valle Inclán, Rubén Darío, Jacinto Benavente, José Echegaray, Gregorio Martínez Sierra o José María Linares Rivas. También escribía cuentos, obras de teatro y columnas periodísticas.
Salvador Rueda prologó dos de sus libros: “Incógnita” y “A través de la España literaria”. Su “Carlota Corday”, impreso en París, llevaba prólogo de Francisco de Villaespasa.
Cuando apareció su drama “Leonor”, en lujosa edición con prólogo de José Santos Chocano y grabados, Valle Inclán elogió al autor en una carta que difundió la prensa. El gran escritor afirmaba que Padilla, por su producción, “tiene ya un nombre en América”. Se complacía de que la Argentina supiera “exaltar a sus hombres de mérito y confiarles puestos de representación dentro y fuera del país”.
Padilla, decía, “con su bagaje de arte”, representaba “a un gran pueblo” y “al mismo tiempo que entre nosotros pasea sus galones oficiales, es, en la tertulia literaria y en el círculo artístico, un hombre conocido y estimado”.
Noviazgo y boda
Los periódicos se ocupaban con frecuencia de Padilla. Lo mencionaban entre los asistentes a recepciones tanto como comentaban sus libros. Alguna vez cronicaron un duelo: el que mantuvo en Málaga, a pistola y sin consecuencias, con el escritor Enrique López Alarcón. El aristocrático Círculo de Armas de Madrid lo incorporó como socio honorario.
Al parecer, fue en una recepción de la Embajada de Austria donde Padilla conoció, en 1905, a la princesa María Pía de Borbón, que tenía 17 años por entonces. Hija del príncipe Pedro de Borbón y Borbón, primer duque de Durcal y Grande de España, era prima en cuarto grado de Alfonso XIII. Conversaron, bailaron, empezaron a frecuentarse en fiestas y paseos. Padilla desplegaba a toda vela su irresistible encanto tucumano. El flechazo hizo blanco. Dos años después se convertían en marido y mujer. Padilla negó que los Borbón se le opusieran: eran rumores, “sólo campanas al aire, que no se sabe quién las tocó”, declaró a “El Orden”.
“Mamá tenía 17 años cuando papá la conoció. Era preciosa. Vivía en la corte y tenía un montón de festejantes, casi todos primos de ella. Papá la conoció, se enamoraron y se casaron. Fue un escándalo, porque ¿quién era, de dónde era este joven que se casaba con ella?”, recordaría muchos años más tarde su hija Isabel, en un reportaje de 1985 en “La Nación”.
La vida en Madrid
La ceremonia fue el 26 de mayo de 1907. El poeta Chocano dedicó una felicitación fervorosa a Padilla por el casamiento. En una larga carta, declaró que “su triunfo epitalámico es para mí motivo de regocijo americanista. Porque al éxito de los poetas nuestros que llegan aquí a tomar por su mano la rama de laurel, es justo agregar el de este conquistador argentino que toma por la suya la flor de lis borbónica”.
Poco después de la boda Padilla-Borbón, el doctor Eduardo Wilde fue designado ministro argentino en Madrid. Cuenta su biógrafa Maxine Hanon, que mantuvo a Padilla en la legación, “continuando con su misión en el archivo de Indias y de vez en cuando le servía de secretario privado”. En 1909, editó “España actual”, libro elogiado por Benavente y por Vicente Blasco Ibáñez.
Además, era redactor del periódico “La Monarquía” y de la revista “España y la Argentina”. Después del Centenario, informa Hanon, publicó “Sangre argentina”. Era “un libro de desagravio que contenía una serie de artículos de defensa patria, ya publicados en diversos diarios, contra ataques españoles en todos los campos, desde lo político a lo cultural”.
En Tucumán
Corría 1911 cuando Padilla dijo adiós a la diplomacia y se embarcó rumbo a la Argentina, sin sospechar que iniciaba su lenta declinación. Ya tenía dos hijos nacidos en Madrid: María Pía, luego esposa de Hugo Wilson, e Isabel, luego esposa de José Manuel Berreta Moreno.
Se radicaron en Tucumán, primero en la calle Las Heras (actual San Martín) 981, y luego en la casa de 25 de Mayo 785 que existe hasta hoy, aunque con el frente modificado. Allí nació su tercero y último hijo, Rafael, que se casó sucesivamente con Regina Coelho de Lisboa Matarazzo y con Elena Fernández Concha.
La condición de monárquico y conservador de Padilla, no le impidió afiliarse a la Unión Cívica Radical. El nuevo partido presentaba mejores oportunidades para iniciar esa carrera pública que ambicionaba, y que resultaría bastante módica. En 1917, perdió por un voto la candidatura a intendente municipal y, en los finales del gobierno de Juan Bautista Bascary, se desempeñó (junio de 1919) como jefe de Policía. En 1924, vio con orgullo que el príncipe Humberto de Saboya, en su visita a Tucumán, distinguía especialmente a doña María Pía en los agasajos que le ofrecieron.
Política y literatura
Creó y dirigió la revista “La Raza” y luego “La Victoria”, en 1919. Pero, narraría su hija, con la publicación “se fundió caballerosamente, como debe fundirse todo señor, porque era muy lírico y se metió en política”.
Comenzaba la década de 1930 cuando el matrimonio se separó. Doña María Pía se radicó en Buenos Aires con sus hijos, mientras Rafael quedaba viviendo en Tucumán. Fue en 1930 secretario del interventor municipal Ercolino Lemme, y pocos años después obtuvo una banca de diputado por el departamento Capital. Nunca dejó de escribir. Durante un tiempo, en 1931, firmaba en LA GACETA la columna “Cartas de un salvaje”, y en 1932 estrenó en el teatro Alberdi su obra “Indio perro”, que pintaba las desventuras de un trabajador de ingenio. Los años siguieron pasando. Ya iniciado 1943, la editorial tucumana “La Raza” le imprimió el voluminoso “Andanzas y aventuras de don Sebastián de la Escollera”, abundante en referencias autobiográficas.
En Las Tipas
Ya por entonces la vida se le había vuelto dura, forzado a mantenerse con ingresos muy ajustados. Se trasladó a vivir a una modesta casa en el campo, en Las Tipas, y presidió un tiempo la Comisión de Higiene y Fomento de Lules.
Su amigo y admirador, don Vicente Nasca lo recordaba en esa época, ataviado con chambergo y poncho. Todas las noches presidía una mesa de conversadores en la confitería de Lules. Solía encantar a los contertulios con relatos de los años felices, y anécdotas de los literatos de renombre que había tratado allá en los despreocupados tiempos de la diplomacia.
En el austero “living” de Las Tipas, colgaba la gran araña que fue regalo de casamiento del Círculo de Armas de Madrid. Y en los cajones del escritorio, junto a sus manuscritos de cuentos y poemas, guardaba cartas de Benavente, de Linares Rivas, de Martínez Sierra y alguna de Domingo Faustino Sarmiento a su abuelo.
Los finales
Rafael Padilla falleció en Tucumán el 23 de abril de 1944. LA GACETA, en la nota necrológica, lo pintó como “hombre de inquietudes y de sensibilidad”; un “hábil conversador y viajero de múltiples observaciones, con algo de bohemia en sus actitudes”.
En cuanto a doña María Pía, afincada siempre en Buenos Aires, sobrevivió largamente a su marido. El rey Alfonso XIII la nombró representante de la Corte de España ante las sociedades peninsulares de beneficencia de la Argentina. Presidió también la comisión del Museo Larreta, del cual su hija, la arquitecta Isabel Padilla y Borbón de Berreta Moreno, sería memorable directora.
En 1967, a los 79 años, se casó por segunda vez, con el diplomático Guillermo de Achával, y empezó a escribir un libro de recuerdos, “Sombras que van conmigo”. Falleció el 14 de julio de 1969. Ninguno de sus hijos le dio nietos.