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RITA WALKER MARTÍNEZ DE LÓPEZ. “Un don supremo de elegancia en el vestir, en el andar, en el más sencillo ademán”, según Groussac.

Doña Rita Walker Martínez, esposa del gobernador Belisario López, impactó profundamente a Paul Groussac. La hizo personaje de su novela “Fruto vedado” y la alabó con entusiasmo en “Los que pasaban”


El tucumano Belisario López era un fuerte hacendado y un hombre de negocios. Dueño de la gran estancia de Santa Ana –luego comprada por Clodomiro Hileret- que administraba su hermano Vicente, se ocupaba de vender hacienda en Chile, asociado con don Federico Helguera y don Ambrosio Aybar. Era un negocio que le dio buena ganancia, por bastante tiempo. Además, llegó a gustarle realmente Chile. Allí pasaba largas temporadas, entre cruce y cruce a caballo de la cordillera.

A López nunca le había interesado la política, pero la tentación llamó a su puerta a mediados de 1869. Resultó elegido gobernador de Tucumán como “candidato de transición”. No pudo negarse, pero advirtió que desempeñaría el cargo sólo por tres meses, de septiembre a diciembre. Así lo hizo. El doctor Uladislao Frías fue designado para sucederlo, y López regresó presurosamente a Chile.

Boda y otro gobierno
Ocurría que había empezado a frecuentar a una niña distinguida de la sociedad de Santiago, doña Rita Walker Martínez. Debo a don Alberto Walker los datos sobre ella. Era hija de Alexander Ashley Walker, inglés de Birmingham radicado en Chile, que llegó a ser el mayor exportador de minerales de cobre y oro, y de Teresa Martínez Soria. Nació, posiblemente en Vallenar, en 1852. Era familia de gran actuación política. Joaquín y Juan, hermanos de Rita, y su primo Carlos Walker Martínez, tuvieron funciones cívicas y militares muy destacadas.

Como era de suponer, don Belisario se enamoró de Rita y se casaron en Copiapó el 19 de junio de 1872. Tenía el novio 38 años por entonces, y la novia 20. Pero no pasó mucho tiempo sin que regresara a visitarlo su flamante amiga, la política. En los últimos meses de 1872, López fue elegido otra vez gobernador. Acaso tenía buenos recuerdos del breve período anterior y aceptó rápidamente.

Aparece Groussac
Llegó a Tucumán acompañado por su esposa. Desde un año atrás, se había establecido en la ciudad Paul Groussac, como profesor del Colegio Nacional. Le cayó simpático al nuevo gobernador, quien lo designó jefe de la Inspección y Consejo de Instrucción Pública. Además, el joven francés se hizo amigo del matrimonio.

Gracias a Groussac, el rastro de doña Rita quedaría grabado en la historia. En dos de sus libros, la novela “Fruto vedado”, de 1882, y las memorias tituladas “Los que pasaban”, de 1919, Groussac se referirá extensamente a aquella señora. La describía como “chilena, de estirpe inglesa y apellido ilustrado en las letras y la política por deudos suyos”.

En una novela
En cuanto a su matrimonio –exageraba- por la diferencia de edad, “no había asomo de familia en esa apacible unión, casi tan fraternal por un lado como filial por el otro. Era un leal y hondo afecto hecho de confianza y mutuo agradecimiento, que mantenía un templado calor de rescoldo –sin llama ni centella- entre los corazones fieles”.

En “Fruto vedado”, la incluyó como personaje, con un seudónimo entonces transparente: “Sara Kennedy de Heredia”. La pinta como limeña, y narra que vio con “gran descontento” la elección de gobernador de su marido. En el nuevo destino, no se hizo de amigas: “su franqueza un poco altiva no era muy a propósito para curar las heridas que su elegante superioridad infería diariamente al amor propio de sus administradas”. Los hombres “la encontraban seca, las mujeres orgullosa”.

“Don supremo de elegancia”
En “Los que pasaban”, se ocupará de doña Rita con detención, alargando extraordinariamente los párrafos de aquella novela de 1882. “No era bella; alta, delgada y de talle flexible como el bejuco de sus montes araucanos, su figura exterior dejaba apenas traslucir formas carnales; un velo de lánguida fatiga amortiguaba la tersura de sus finas facciones; pero bastaba el expresivo resplandor de los ojos oscuros, para iluminar y avivar su mórbida palidez”.

Tenía “una cabellera magnífica, sedosa, de color castaño con reflejos dorados, cuya masa parecía doblegar con su peso el delicado cuello; en su casa, solía soltarla en una trenza enorme que llegaría a la rodilla”. En fin, desplegaba “un don supremo de elegancia en el vestir, en el andar, en el más sencillo ademán”. Como decía el pintor Bastien-Lepage, sus manos “si no eran de un diseño muy puro, había una belleza en la manera como se posaban en las cosas”.

Las murmuraciones
La “mejor sociedad” acudía a las fiestas que de tanto en tanto ofrecían los López. Pero algunos convidados se retiraban, cuenta Groussac, “murmurando soezmente contra ‘los humos de la chilena, como si su marido, con gobierno y todo, no estuviera medio fundido, etcétera’. Era una encantadora criatura; un valiente corazón desdeñoso de la prudencia e hipocresía de aldea, incapaz de fingir cariño falso u ocultar el verdadero”.

Y así doña Rita, “sin reparar en algún corrillo maledicente que tal vez a su espalda movían las lenguas viperinas, pasaba serena, con la gracia lejana y ausente de esas santas medievales que aparecen en las vidrieras góticas, pisando sin verlos reptiles inmundos y respirando una flor”.

Sólo buenos amigos
Seguro de que tan entusiastas líneas podían sugerir equivocaciones, a renglón seguido Groussac aclaraba que “nos quisimos fraternalmente, sin habernos nunca encontrado solos cinco minutos. Y para caracterizar nuestro afecto, basta decir que todos aquellos meses estuvo entera y abiertamente de parte mía, en cierta empresa que adivináis, con una decisión imprudente que le causó graves disgustos”.

No se sabe en qué consistía esa “cierta empresa”. Hay que suponer que se refería a algún amor contrariado que, se dice, el francés veinteañero tuvo en Tucumán, y en el cual Rita habría jugado de cómplice. Es decir, el mismo papel que tocó a Sara Kennedy de Heredia en “Fruto vedado”.

Boisdron reconviene
De todos modos, los párrafos suscitaron un comentario reprobador de fray Ángel M. Boisdron. A su criterio, Groussac había revelado “con evidente complacencia”, un episodio “que nadie sospechaba” en su trayectoria. “Tuvo con una distinguida señora relaciones que podían ser de elevada intelectualidad y cultura social, pero que él describe con insinuaciones que no concuerdan con la dignidad de aquélla”. Remataba sarcásticamente: “esos idilios de juventud tienen gracia y poesía; mas los halagos y los recuerdos afrodisíacos en los vejetes son ignominiosos; lo dice Ovidio en un verso que creo conveniente no traducir”.

Doña Rita se enoja
López terminó su gobierno el 10 de octubre de 1875 y volvió a Chile con su esposa. Tras alguna vuelta a Tucumán –estaba aquí, por ejemplo, en 1881- falleció don Belisario en Santiago de Chile, el 9 de abril de 1892. Se sabe de breves regresos de doña Rita, ya viuda, para pleitear contra Clodomiro Hileret, por cuentas pendientes de la estancia de Santa Ana. En cuanto a Groussac, dejó Tucumán en 1883 para seguir su ascendente carrera. Corría 1893 cuando pasó por Chile y se encontró con doña Rita. Pudo comprobar que ambos “conservaban intactas, bajo las canas, las antiguas simpatías juveniles”. Ella estaba veraneando, pero solía volver a Santiago, cuenta, “sólo para que almorzáramos juntos”.

Es sabido que de aquel viaje de Groussac, que se prolongó hasta Estados Unidos, fue producto el libro “Del Plata al Niágara”. El capítulo sobre Chile disgustó profundamente a la señora de López, quien cortó toda amistad con Groussac y para siempre. El escritor lo deploró profundamente. En “Los que pasaban”, confesaría que “de todos los resentimientos causados allá por mis siempre sinceras –si acaso exageradas- impresiones de viaje, ninguno me fue tan doloroso como el de la noble amiga que tan sin razón se encontró herida en su patriotismo y se alejó de mí sin haber querido nunca (así me lo han dicho al menos) reconocer su injusticia”.

Tristeza de Groussac
En 1914 –narra en “El viaje intelectual”- volvió una vez más a Chile, como parte de una larga gira por el sur. Asistió a un baile de carnaval en el club de Viña del Mar. A la madrugada, abandonó la fiesta y se sentó en un banco frente al hotel, ocupado en revolver recuerdos. Se acercó entonces Norberto Quirno Costa y le contó que, en el club, algunos lo habían llamado enemigo de Chile, acusación de la cual tuvo que defenderlo. Groussac pensó con tristeza: “¡Enemigo de Chile, el que no tuvo, fuera de la familia, afectos más hondos y entrañables que los inspirados por algunos seres chilenos!”.

Paul Groussac murió el 27 de junio de 1929, y doña Rita Walker Martínez de López falleció cinco años después, el 20 de junio de 1934. Está enterrada, junto con su marido tucumano –me informa don Alberto Walker- en la capilla familiar, en el Cementerio Católico de Santiago.