Admiración del tucumano Alberto Rougés.
Aquel célebre jurisconsulto, ensayista y político riojano que fue el doctor Joaquín V. González (1863-1923), era una figura muy querida para el Tucumán de su tiempo. Nadie olvidaba que su entusiasta presencia –como presidente de la Universidad Nacional de La Plata- en el acto oficial de inauguración de nuestra casa de estudios, en 1914, constituyó todo un espaldarazo para la institución que nacía ante la incredulidad -y aún la ironía- de muchos.
El 24 de marzo de 1927, el filósofo tucumano Alberto Rougés escribía al doctor Julio González, hijo de don Joaquín, para agradecerle su libro “La Reforma Universitaria”. Le decía Rougés que “para los que hemos admirado a su padre, nos es sobremanera grato ver que usted se encamina hacia las alturas en que él fijó su morada en los años maduros. Apartamos con ello los ojos de ese espectáculo, un tanto desalentador, de ascensiones y caídas casi rítmicas que la vida nos ofrece en sus empresas. Sentimos que un soplo de optimismo bienhechor hincha nuestra vela”.
Afirmaba Rougés que “sería difícil encontrar, en nuestra historia patria, una vida interior tan rica, tan profunda, como la de su padre. Las premiosas necesidades políticas y económicas de una nación que debió hacerse de prisa, febrilmente, en un momento, puede decirse, fueron poco propicias para las vidas profundas. Su padre, a pesar de ello y de ser uno de nuestros mayores artífices, no se dejó agotar por la obra exterior; supo entregar al espíritu las primicias de su huerto, lo mejor de sí mismo. Y este, en galardón, puso en su atardecer una noble actitud hacia el universo: esa serenidad honda, sonriente y sabia que es quizás el único ademán divino de que es capaz la especie humana”.