Para Juan B. Terán, constituían una sola cosa.
Juan B. Terán (1880-1938) proclamó, en “La salud de la América Española”, libro de 1926, su credo de historiador. Consideraba que al que quiera hacer hablar al pasado por un mero fervor artístico o de anticuario, se le pueden perdonar los recursos de arte o de ingenio. Pero estos no se pueden permitir a quien, “en vez de excavar ruinas, está explorando la tierra en que han de asentarse cimientos”.
Esto porque el historiador debe tener una “vocación de porvenir”, que sepa ver en el pasado “un destino de reconstrucción y florecimiento”. El famoso Thierry, en su “Carta sobre la historia de Francia”, decía que retirado de la actividad, se refugiaba en el mirador de la historia, para desde allí “dar a su país lo que no le era permitido darle en la agitación de las plazuelas”. Expresaba así la condición más valiosa del historiador, que consistía en preservarse tanto de “la adoración del pasado”, como de “la adulación del presente”.
Sostenía que, entonces, “cuanto se más se piensa en el porvenir, mejor se sirve a la vida, porque no estando aun tocado, se puede lograr una pureza imposible ya para el presente”. Deploraba que en América recrudeciera aquella idea vanidosa, que habíamos elaborado de nosotros mismos, de ser países excepcionales, favorecidos con todos los dones de la riqueza y del espíritu.
Entendía que la historia era “una sola cosa con la educación, que es el arte de realizar los votos que aquella trae como lección del pasado”. Entonces, “la historia es el fondo implícito de la educación, su pedestal, su recámara; son ambas como las dos fases de una escultura, unidas en lo secreto por la chispa que las ha creado”.