
Hasta promediar la década de 1940 aproximadamente, los duelos (“lances caballerescos”, para el periodismo) eran bastante frecuentes, tanto en Tucumán …
Hasta promediar la década de 1940 aproximadamente, los duelos (“lances caballerescos”, para el periodismo) eran bastante frecuentes, tanto en Tucumán como en todo el país. El doctor Juan Heller (1883-1950) publicó un ensayo sobre el asunto en “El Orden”, en 1922. El gran jurisconsulto proponía allí una forma de evitar o reducir al mínimo estos peligrosos encuentros. De paso, narraba su propia experiencia juvenil.
“Una vez en mi vida me fue dado actuar como padrino del ofendido, en un duelo efectivo. Tratábase de un grave incidente con ofensas de hecho, ocurrido entre dos distinguidísimos jóvenes de Tucumán”. La misma condición tenían testigos, médicos, directores del lance y demás. Como las reglas y costumbres caballerescas establecían que ”la ofensa de hecho es atroz y que no admite excusa”, el duelo se concertó “sin detenernos mayormente sobre las causas o motivos de la injuria, que eran en sí mismas ridículas y que tenían origen en una discusión ¡de filosofía!”… Ocurría que “duelistas y testigos éramos jóvenes, ignorantes de otra responsabilidad que no fuese la social, y marchamos todos al terreno con el corazón ligero”, se disculpa Heller.
El duelo era a sable, arma que ninguno de los duelistas había manejado nunca. “Abierto el combate, uno de ellos, que tenía indiscutible superioridad física sobre el adversario, se precipitó como una tromba menudeando mandobles que, en un abrir y cerrar de ojos, colocaron al contrario en forma tal que, a no mediar la inmediata suspensión del lance, hubiéramos tenido que lamentar una desgracia irreparable”. Añadía Heller que todo se decidió “a los quince segundos, en el primer asalto y durante muchos días pesó en mi conciencia un grave apenamiento.”