Imagen destacada
UN JINETE TAFINISTO. De los años 1910 es esta fotografía, donde “Don Monasterio” lleva guardamontes, nada usuales en el valle.

Visiones de la primera década del siglo XX


“Yo recuerdo, en mi infancia, los veraneos en Tafí del Valle. Era una maravillosa extensión de la montaña tucumana”, evoca el tucumano Rodolfo Aráoz Alfaro (1901-1968) en su libro autobiográfico “El recuerdo y las cárceles. Memorias amables”, editado en 1967. Llevaba un prólogo firmado nada menos que por Pablo Neruda.

Cuenta Aráoz Alfaro que “el valle era casi inaccesible en aquel tiempo. Había que viajar, a través de bosques tropicales que se iban escalonando, prácticamente sin caminos (la senda pasaba constantemente por lechos de ríos que en cuanto crecían hacían imposible todo movimiento) sin parar, al marchado rápido de las cabalgaduras, hasta llegar a cimas de alrededor de cuatro mil metros, para empezar a descender al valle, que estaba a unos mil quinientos”.

Un trayecto de esas características “sólo podía hacerse en mula, animal ideal para los caminos de montaña, o en caballos especiales, criados y enseñados para andar en las cuestas. En los momentos de mayor peligro, había que cerrar los ojos y dejarse llevar por el instinto de las cabalgaduras, sin pretender hacerles obedecer a la rienda. El único coche del valle había sido llevado en piezas y armado allí, en ‘cargas’, como se llamaba a las mulas cargueras, con inmensas alforjas, o árganas, que toda caravana conducía”.

La evocación es de los años 1910. Era, dice el memorialista, “un panorama antiguo, de acentuado tinte feudal. En las grandes solemnidades, doña Emilia Zavalía de Zavaleta, la matrona de Tafí, paseaba en su volanta con mitones y un rebozo de encaje negro. Yo veraneaba en la estancia de los Zavaleta, El Churqui. Compartía allí el dormitorio de Clemente, el gran señor de la zona quien, en homenaje a mi padre, condescendía en darme un lugar a su lado…”.