Juicios de un periodista de Buenos Aires.
En 1904, la industria azucarera de Tucumán merecía largas apreciaciones del periodista Manuel Bernárdez, quien había visitado largamente la provincia. Decía que “un estanciero de Buenos Aires puede poseer 4 a 6 millones de pesos en campos y haciendas. Con cincuenta o cien peones los atiende y hace sus zafras y ventas sin desembolsos previos. Pero un ingenio, de segundo o tercer orden nomás, con un valor de 1 y medio o dos millones, antes de empezar su zafra ha debido esparcir 300.000, 400.000, medio millón de pesos, y sus jornaleros se cuentan por miles”.
Agregaba: “Ya se ve la diferencia: las utilidades del estanciero convergen casi integras a su bolsa; el azucarero debe compartir la mitad de las suyas, con una muchedumbre de gentes de toda índole, prestamistas, comerciantes, jornaleros, colonos comisionistas, millares de manos que son a cobrar y serán a gastar, a esparcir, a circular dinero, a originar negocios. Finalmente, el ingenio paga impuestos, que no conocen los hacendados: le dan prima al azúcar, pero le aplican un impuesto nacional de 60 centavos y un provincial de 10”.
Tenían los ingenios “un renglón subsidiario de ganancias en el alcohol, y se lo aniquilaron con un 1 peso de impuesto y una legislación desesperante. ¿Qué más? ¡Hasta el trabajo paga impuestos! En algunas provincias limítrofes, cobran los gobiernos una patente de 500 pesos a los contratistas de peones para la zafra tucumana, y además, paga cada peón un peso por la ‘libreta de conchabo’. Sin embargo, la industria vive y vivirá: vivirán chicos y grandes, todos los que sean tenaces y prudentes. De esto no queda duda, después de que se observa, por dentro y a fondo, la industria tucumana”.