El consumo de la extraída de las acequias.
El 11 de junio de 1895, el presidente del Consejo de Higiene de Tucumán, doctor Domingo del Campo, dirigía una larga nota al Gobierno. Empezaba expresando que el organismo a su cargo, había reconocido que “la mayor parte de las enfermedades infecciosas y contagiosas que diezman las poblaciones de los departamentos de la provincia, tienen su origen en el uso que se hace del agua de las acequias para beber”.
Recalcaba que esas aguas, “por regla general, se hallan alteradas y descompuestas, por la presencia de sustancias orgánicas vegetales y animales en estado de putrefacción”.
El Consejo entendía necesario que el Gobierno “ordene a las autoridades de la campaña, que prevengan a todos los propietarios de ingenios, plantaciones de caña y demás establecimientos rurales, que queda prohibido en absoluto emplear aquella agua como bebida, a menos que se la haga hervir previamente”, si bien podía servir para “otros menesteres domésticos”.
Consideraba Del Campo que, asimismo, era “indispensable ordenar, bajo penas severas, que todos los establecimientos que no tuviesen pozos en número suficiente para proveer de agua a sus respectivas peonadas y demás servidumbre, los manden construir a la brevedad posible”, siendo “el agua de dichos pozos la que servirá únicamente para beber”.
Ponderaba Campo que las medidas solicitadas eran todas ““de una gran importancia real para mejorar las condiciones de la salud y de la vida, entre aquellos pobladores que hacen uso del agua de acequia; porque solamente con la adopción de ellas se podrá disminuir la enorme mortalidad y morbilidad que hay”.