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SAN FRANCISCO SOLANO. Uno de los frailes que encarnaron “lo más noble en la historia de la conquista”, para Terán.

Juicios en “La salud de América Española”


En su libro de 1929, “El nacimiento de la América Española”, afirmaba Juan B. Terán que la conquista logró solamente una cristianización superficial en el continente. Debajo de la cáscara cristiana, sobrevivía la base aborigen, de cultos demoníacos, de sacrificios humanos. Esos rastros han detectado los modernos investigadores.

Hallaba Terán que todavía era perceptible, en la religiosidad hispanoamericana, el apego a las fórmulas y la falta de espiritualismo. En las clases elevadas, lo religioso es “cosa de mujeres”, que el hombre mira “con indiferencia y con neutralidad benévola”. En el mundo occidental, Hispanoamérica es la que tiene “en menor grado el concepto de la religión, como pura espiritualidad que cría deberes imperiosos sin más sanción que la conciencia”. En ese sentido, opinaba que la conversión de América al cristianismo “no es un hecho consumado durante la conquista, sino un proceso todavía inconcluso”.

La acción del medio degradó también el derecho eclesiástico. El clérigo se había “contagiado del conquistador”. Y facilitó todo esto el Patronato Real, que constituía “la intrusión de lo temporal en lo religioso”.

Para Terán, los verdaderos evangelizadores no fueron los mitrados ni los prebendados, sino esos frailes ignotos que desafiaban muerte y martirio y cuyas vidas “son el espectáculo más noble en la historia de la conquista: Rafael Ferrer, Francisco Solano, Antonio Barzana, Ruiz Montoya, por ejemplo. Los jesuitas dieron los más grandes ejemplares”. Todo esto sin que pueda negarse que la Iglesia “fue la única fuerza moral presente en el nacimiento de América”. La única “que levantó el corazón de los hombres más arriba de la presa del botín y de la mujer”.