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GREGORIO ARÁOZ ALFARO. El destacado tucumano fotografiado mientras revisa a un niño en el hospital.

Certeros conceptos de Gregorio Aráoz Alfaro.


La sensibilidad y la agudeza del gran médico tucumano Gregorio Aráoz Alfaro (1870-1955), se reflejó claramente en sus escritos. En el homenaje a uno de sus maestros, el doctor Gregorio Chaves, fallecido a los 44 años en 1905, Aráoz Alfaro quiso pintar cierta realidad de la vida de sus colegas que, si acaso pareciera obvia, no siempre es percibida por el público.

Escribió que al ver pasar a Chaves “pálido, melancólico, descarnado, la gente lo creía minado por graves enfermedades pulmonares. Y en tanto, era su corazón el que flaqueaba; era su corazón el que cedía después de tantos contragolpes de la desgracia ajena, después de tantos espasmos y tantas bruscas palpitaciones”.  

Se detenía Aráoz Alfaro sobre “la vida despedazada del médico digno de su nombre. Ese continuo rodar entre todos los dolores, entre todos los llantos, entre todas las miserias de la humanidad, sintiendo sobre sus hombros el fardo inaguantable de la más pesada de las responsabilidades, torturado su espíritu por la más grave de las preocupaciones: ¡el cuidado de la vida y de la salud ajenas!”

“Preocupado y dolorido, pero debiendo fingir alegría y confianza ante las miradas ansiosas de los dolientes; intranquilo a toda hora; perseguido, aun en el seno del hogar, por la visión de las escenas desgarradoras ocurridas o previstas, la vida del médico se gasta rápidamente”. Así, “sus arterias endurecen, su cerebro se fatiga y al fin el corazón estalla, se detiene a descansar para siempre -como ha pasado en nuestro pobre amigo- por una emoción más, por un sufrimiento nuevo, por una nueva onda amarga que concluye por distender el músculo ya débil y cansado”.