Se inquietaba el rector por la deserción
Es conocido que el Colegio Nacional de Tucumán empezó a funcionar en 1865. El 14 de febrero de 1870, el rector Benjamín Villafañe elevaba un informe sobre esa etapa al Ministerio de Instrucción Pública. Decía que ascendían a 9 los alumnos que habían completado sus estudios y que podían ingresar a la Universidad.
Examinando los libros de matrícula, observaba Villafañe que los citados integraban el grupo –ahora reducido solamente a 30- que ingresó al Colegio al abrir este sus puertas. La frecuente deserción provenía, a juicio del rector, de “la falta de hábitos establecidos, de la poca fe en la estabilidad de nuestras cosas y en la eficacia de nuestros medios”. Y acaso, también, de “las falsas ideas que, en materia de educación, predominan en estos países”, unidas a “cierto abandono en la voluntad, que espera más de la Providencia que de sí misma”. Los desordenes militares, que convirtieron el Colegio en un cuartel, tuvieron asimismo su parte en el proceso.
Según el reglamento, para ingresar era requisito saber leer, escribir y las cuatro operaciones matemáticas. Decía el rector que, si se hubiera exigido con rigor tal recaudo, “este Colegio no habría tenido sino poquísimos alumnos”. Esperaba que, en lo sucesivo, las escuelas impartieran la suficiente “preparación rudimental”.
En cuanto a la disciplina “no tenemos todavía habitaciones donde realizar la penitencia eficaz del estudio solitario prescripto, para casos que son muy frecuentes”. Tampoco tenían ese “recurso poderosísimo” de los premios a fin de año”. Destacaba la incorporación de una clase de Música, la llegada de los instrumentos de Física pedidos y el crecimiento de la biblioteca, y deploraba la estrechez del edificio.