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ESTACIÓN CENTRAL CÓRDOBA. Una foto de 1876, año en que allí se detuvo la primera locomotora llegada a Tucumán.

El tocante caso del perro del maquinista.


En “Tucumán entre dos siglos” (1973), Ezequiel Díaz narra una anécdota sobre el ferrocarril Central Córdoba. Hacia 1906, en la sección Tucumán-Lamadrid, circulaba la locomotora denominada “Lerma”. Su silbato tenía un sonido muy particular, acaso diferente al de otras unidades. En esa época, los silbatos eran conocidos por todos los vecinos de zonas cercanas a las líneas ferroviarias. Sabían, desde antes de que llegara el tren, qué máquina lo arrastraba, “como el criollo conoce por el andar del caballo, a cualquier hora del día y de la noche, quién se acerca a su casa”. El maquinista de la “Lerma” vivía junto al riel, en la calle Bernabé Aráoz, y tenía un perro.

Este perro “seguía incansable las maniobras y paso de la máquina conducida por su amo, costumbre que llegó a despertar la atención del vecindario. Apenas partía de la estación, unas pocas cuadras al norte, el tren o la máquina sola, el perro se lanzaba a la calle a esperarla y correr un largo trecho a la par, como si quisiera de un salto ubicarse en la cabina junto a su amo. Éste a su vez, con ese entendimiento que suele establecerse entre estos compañeros, mostraría complacido las reiteradas muestras de fidelidad del guardián, añadiendo algunos ademanes de saludo”.

Pero ocurrió que un día el maquinista de la “Lerma” cayó en un terrible accidente. Cuenta Díaz: “la máquina no tardó en ser reparada y volver a circular, pero aquel servidor quedó ya ‘fuera de línea’. Es aquí donde empieza la tragedia del pobre animal. Toda vez que ‘Lerma’, con su silbato sonoro, se acercaba a su casa, no se lanzaba a la calle a disparar un trecho, como cuando iba su amo, sino que desde la puerta de calle -instintivo sabedor de la tragedia sufrida por éste- ladraba en forma lastimera: se diría que lloraba, conformándose con verla pasar a la distancia…”