Tiempos previos a las máquinas cosechadoras.
Desde tiempo inmemorial y hasta comenzar los años 1970 aproximadamente, la cosecha de caña de azúcar se realizaba a machete limpio. Era una tarea que movilizaba a una multitud. Los cosecheros de todo el noroeste argentino convergían sobre Tucumán con sus familias. Todo eso ya ha desaparecido, y las máquinas han reemplazado a la gente. El escritor tucumano Alberto Córdoba (1891-1957), en su libro “La malhoja” (1952), pintó nítidamente aquellas épocas.
“Y cae la noche, y el habla calla porque hay que descansar. Y ya es el alba grande, y ya se oye el ¡chas! ¡chas! de los cuchillos del catorce, que resbalan rozando el tallo morado de las cañas y le quitan la hoja que la abrigaba y cubría con gracia femenina, para luego, de un golpe seco, cortarle la cola tierna de ‘janas’; y se oye asimismo el tintineo de las cadenas que las han de envolver en cada carga, y el rodar de los carros con el grito de los carreros que animan a las cinco mulas, y sale el sol, y todos, hombres, mujeres y niños, se hallan diseminados por la campaña tucumana, cada cual en su quehacer, deshilachados, raídos, temblando de frío o sudando de calor, silenciosos…”
Mientras, “siguen llegando los santiagueños, los catamarqueños, los vallistos. En las estaciones ferroviarias hormiguea la gente, entre bártulos de toda laya: por las sendas y los caminos andan lentamente familias numerosas; las fábricas y los caseríos se pueblan de rumores; de sol a sol, la grey se doblega sobre el amplio y generoso seno de la tierra; noche y día, como el vuelo de un coleóptero, zumban las máquinas, y por las chimeneas sale, hecho humo, el ríspido esfuerzo del trabajo humano”.