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EL OBISPO TORO. En 1900, un ataque cerebral lo dejo mudo, insensible y a medias paralítico.

Fray Reginaldo Toro, prelado de Córdoba.


Pocos saben que un tucumano fue uno de los más distinguidos obispos de Córdoba. Se llamaba Reginaldo Toro, y nació en Tucumán el 31 de julio de 1839, hijo de don Carlos Toro y de doña Ignacia Mendoza. Vistió el hábito de Santo Domingo, estudió en Córdoba y se ordenó sacerdote en 1862.

Fue prior del convento dominico de Córdoba y prior provincial de la Orden, desde 1877. Al crearse el Obispado de Córdoba en 1888, el papa León XIII lo nombró titular de esa diócesis. Fue consagrado por monseñor Federico Aneiros, en el templo de Santo Domingo de Buenos Aires, el 25 de agosto de 1889. Su gestión pastoral fue de gran importancia. Visitó los curatos más necesitados, dio misiones en la campaña, animó la construcción de varias iglesias y promovió la radicación de comunidades religiosas.

En 1892 partió a Roma, donde lo recibió el Papa: era el primer obispo de Córdoba que se presentaba personalmente ante la Santa Sede. Logró la coronación de la Virgen del Milagro, instaló nuevas parroquias y colocó la piedra basal del Seminario. Pero la salud le empezó a fallar y en 1900, mientras inspeccionaba el establecimiento de terciarias dominicas en Villa Rosa, sufrió un ataque cerebral. Fue llevado inmediatamente a Córdoba. No perdió la vida, pero quedó mudo, insensible y a medias paralítico. En 1902, el Papa lo autorizó para celebrar misa de sentado. Lo hizo por primera y única vez el 17 de agosto, que era aniversario de su consagración.  

A causa de su estado, había venido delegando el gobierno de la diócesis en monseñor Aquilino Ferreyra y monseñor Filemón Cabanillas, sucesivamente, no sin que se planteara la polémica de si podía seguir gobernando el Obispado con un impedimento tan irreversible de salud. Pero falleció el 21 de agosto de 1904, a los 65 años. La escultora Lola Mora ejecutó su busto.