Imagen destacada
GREGORIO ARÁOZ DE LA MADRID. Vistas del cráneo del guerrero tucumano, con las huellas de sablazos.

Aráoz de La Madrid en un canto tradicional.


Una entusiasta semblanza del famoso guerrero tucumano Gregorio Aráoz de La Madrid publicó Claudio R. Paz en 1922. Recordaba que, como dijo un general al hacer su panegírico, La Madrid había nacido “para iluminar la historia con los relámpagos de su espada”.

Pasó por los campos de la Independencia poseído de una suerte de “delirio del combate”. El general César Díaz narraba que este “sableador infatigable”, rato antes de librarse la batalla de Caseros, dijo: “si hay alguna refriega, pido al general en jefe que me haga el favor de no darme ninguna colocación en que sea preciso esperar para pelear. Porque si me obliga a permanecer a pie firme después que se haya disparado el primer tiro, o dado la primera carga, se expondrá a que yo dé en el ejército un ejemplo de insubordinación”. En ese momento ya tenía 57 años.

Según este autor, se decía que él y el coronel Cornelio Zelaya “eran las primeras espadas de la caballería argentina”. Paz se detenía a evocar algunas de las célebres hazañas del tucumano, referidas con tanto detalle en sus memorias, así como destacaba la impresionante cantidad de heridas que había recibido y soportado.

Contaba que cuando, en 1826, La Madrid debió alejarse a Buenos Aires porque el gobernador de Tucumán, Nicolás Laguna, le había negado la entrada, los paisanos coreaban esta vidalita: “La Madrid se va pa’ abajo,/ no le dejemos pasar,/ reunámonos, paisanitos,/ que a la fuerza se hai quedar./ Ni preso quieren que dentre/ a su pueblo desgraciado./ ¡En premio de sus servicios/ bonito pago le han dado!/ ¡Año y cuatro meses hace/ muerto lo vimos pasar!/ ¿Quién pensaba, paisanitos,/ que así le habían de pagar?