Un escéptico sobre los hombres y las cosas.
En sus memorias, que tituló “La historia que he vivido”, el doctor Carlos Ibarguren dedica varias páginas al presidente Julio Argentino Roca. Lo trató con bastante frecuencia durante su segundo mandato, cuando él se desempeñaba como subsecretario de Agricultura.
Narra que el famoso militar y político tucumano, “sin dejar en ningún momento de ser hombre de acción, de energía, y de bregar por la ejecución de sus proyectos, concebidos siempre con criterio realista”, era un escéptico y guardaba en el fondo del alma algo de amargura sobre los hombres y sobre las cosas. “Tengo cada vez más vivo el sentimiento de la nada y de lo efímero de las cosas humanas. Las palabras del ‘Eclesiastés’ empiezan a tomar para mí otro valor que el de la simple belleza literaria”, decía en una carta.
Advertía “lo ridículo de la vanidad” y del despliegue que de ella hacían los mentirosos llenos de ambición. “Es curioso ver a algunos, como los actores antiguos sofocados bajo la máscara austera, descubrir un momento sus facciones reales. Ya se irán con sus cohetes, sus músicos y sus discursos de melena al viento y ademán profético. La mentira sistemática, tarde o temprano, tiene el castigo de la indiferencia pública”, decía otra vez.
Su espíritu realista le advertía que las resoluciones tajantes y radicales eran muy difíciles de tomar. Esto porque, apuntaba en una carta, “hay un cúmulo de pequeños intereses, de susceptibilidades, de resentimientos, de odios ciegos y de imposiciones del amor propio herido, que se oponen siempre a actos de esta naturaleza, los cuales salvarían muchas veces a un gobierno”. Es que “en política se hace lo que se puede y no lo que se quiere. Esto es muy claro, pero muchos se empeñan en no comprenderlo”.