La plaza Urquiza al empezar el siglo XX.
Actualmente, en la zona de la plaza Urquiza la propiedad inmueble tiene muy alta cotización. Distaba mucho de poseer ese “status” desde las últimas décadas del siglo XIX, en que se la inauguró, hasta promediar la centuria siguiente. Mucho la perjudicaba el hecho de tener una cárcel al frente, donde hoy está el grupo de monobloques. Pablo Rojas Paz (1896-1956) virtió sus recuerdos de niño sobre el paseo, durante la primera década del 900, en el cuento “El arpa remendada”.
Era entonces la plaza Urquiza, cuenta, “rincón arrabalero del Tucumán de antaño, en donde los rieles del ferrocarril cortaban bruscamente la expansión de la ciudad. En ese aledaño estaba situada la antigua Cárcel que nos ofrecía, a nosotros, chiquilines, azotacalles, el recreo de mirar a los centinelas que en las prolongadas guardias desperezaban el ocio entre sueño y sueño”. Todavía no se había edificado, sobre Muñecas, el Colegio Nacional.
Frente al penal estaban las instalaciones del Sport Club. Esos terrenos, evoca Rojas Paz, eran “lugar codiciado por raboneros de todas las escuelas de la ciudad, para armar los partidos de fútbol más entreverados que haya presenciado yo en mi vida. El barrio era distinto según la hora del día: la batahola de los ‘yuteros’ que lo invadía por la mañana se disolvía paulatinamente en el subrepticio avance de la calma vespertina. La noche caía sobre el barrio con su paz profunda de templo de columnas macizas entre el cielo y la tierra”. Era “la plaza sin categoría ni sentido, sin muchachas que se paseasen por ella en el atardecer, sin retretas en las noches cálidas, sin ancianos jubilados de todo que por largas horas se sentaran a recordar sus cosas. Éramos del ‘barrio del Sport’, que así llamaban en la ciudad a ese rincón de paz, de abandono, de dulzura, de humilde tranquilidad”.