Vida diaria y baile, evocados por Groussac
Es sabido que buena parte de la novela “Fruto vedado” (1884), de Paul Groussac, transcurre entre nosotros. Aquí el autor residió once años, y en su texto disfraza a esta provincia con el nombre de “San José”. Así, muchos párrafos pintan cómo era el Tucumán de los años 1870 y qué sensaciones experimentaba allí un joven veinteañero.
Por ejemplo: “Como los agrícolas de Virgilio, los habitantes de San José no apreciaban bastante su felicidad. Encontraban algunas veces que carecía de peripecias su existencia patriarcal, con sus acontecimientos ajustados al movimiento sideral y casi tan invariables como éste. Eran, además del arribo periódico de la mensajería, la ‘retreta’ con la Banda de Música gubernamental, dos noches por semana; y la menos gubernamental misa de 10, cada domingo, animada con el eco marcial de los susodichos cobres oficiales, que solían estallar, en el momento de la Elevación, con la habanera del último baile”. Esto causaba “distracciones peligrosas a las muchachas sentadas en el suelo, cubierta la cabeza con un pañuelo de espumilla, en el tocado más seductor y avenido con sus grandes ojos de negro diamante”.
Otros párrafos, describían un baile, cierta noche de verano. Cuando el pianista detenía su ejecución, “se tenía la conciencia de hallarse en el desierto, más cerca de la selva virgen que de la ciudad, por el ladrido muy lejano de un perro de guardia o el galope apenas perceptible de un caballo en el camino”. A intervalos, venían “ráfagas de viento, deliciosamente frescas y cargadas de esencias silvestres, que doblaban las luces y agitaban los rulos de las muchachas en los labios de los jóvenes. Y del tibio ambiente, de horizonte indefinido, de la noche llena de misterio y vaguedad, de la música perezosamente ritmada que no lograba cubrir el silencio de las cosas, un efluvio suave se desprendía, que ablandaba las almas y las abría para el amor…”.