Sobrevivió a dos descargas del pelotón.
Largas páginas dedica Benjamín Villafañe, en sus “Reminiscencias históricas de un patriota”, a narrar la infortunada campaña de La Rioja en 1841, cuando se desempeñaba como secretario del general Gregorio Aráoz de la Madrid. Cuenta que un día un oficial se presentó llevando a tres hombres “que según ciertas apariencias debían creerse espías”, y a los que era necesario “arrancarles sus secretos”.
La Madrid “estaba de mal humor”. Después de dirigir a los presos “pocas palabras, a las que no dieron sino contestaciones sospechosas”, dijo a Villafañe que pusiera en su sombrero “tres cédulas, negra una de ellas”. Villafañe sabía lo que esos trozos de papel significaban y, dice, “escribí, con profunda repugnancia, la palabra ‘Muerte’ en una de aquellas”.
La Madrid indicó a los presuntos reos que cada cual tomase una cédula. Así le hicieron dos, y el último, “abrió como habían abierto sus compañeros la suya y quedó un tanto maravillado al verla diferente de las otras”. Era que “el desdichado ni siquiera sospechaba que lo que tenía en la mano era su tumba”. Lo llevaron afuera, fue puesto de rodillas y el pelotón le disparó la primera descarga. Cuenta Villafañe que después de esta permaneció inmóvil. “Sufrió otra, con el mismo resultado, y recién a la tercera cayó de espaldas. Pero levantándose súbitamente, echó a correr desatinado, pidiendo socorro”. Estaba “todo ensangrentado”, pero “se tenía con paso firme”.
Villafañe ordenó que no lo tocasen y fue a ver a La Madrid para contarle el caso. Por la noche, tras acampar, “hallamos todavía al pobre muchacho asistido por dos mujeres. Su herida no era grave: una bala le había roto la clavícula. Indicamos el modo de curarlo, y a ese fin dejamos vendas, otros remedios y a él, de orden del general, le entregué quince o veinte pesos”…