Sabias prevenciones de un viajero en 1876.
En 1876, se editó el folleto de autor anónimo “Reminiscencias de un viaje de Buenos Aires a Tucumán”. Entre otras cosas, refiere una recorrida por el ingenio San Pablo. Allí vio “un inmenso pino, único según se me ha dicho, en toda la provincia, y que tiene una altura como de 40 varas más o menos, el cual ostenta en su tronco muchas cifras de nombres propios de los visitantes del establecimiento”.
Le mostraron el aserradero del ingenio, “en el cual se cortaban cedros de los bosques inmediatos; se me refirió que, de un tronco de esta especie, se habían sacado 150 tablones. La colosal grandeza de estos árboles de tan estimable madera, nos ha hecho presumir que tal vez venza a los del Líbano, famosos en la Escritura, permitiendo su abundancia que se coloquen pisos de cedro en la generalidad de las casas, así como he visto también en muchas partes tirantes de nogal”.
Más adelante, volvía sobre el tema de las maderas. “He cuidado de informarme si está reglamentado el corte de las selvas, y he sabido con sentimiento, como lo supe ya en el camino, que hasta ahora nada se ha hecho al respecto”.
Agregaba: “Pocas personas hay, sin embargo, capaces de ignorar que los árboles, colosos de la vegetación como se les llama y acontece en Tucumán, forman bosques, verdaderos ornatos del globo, y le protegen contra la desecación de que está amenazado en todas partes, donde la segur improvisadora extiende la devastación”. Tras destacar las enormes ventajas que trae la presencia de los bosques, deploraba que la autoridad, “en los terrenos nacionales o en los particulares de las provincias, no se hayan preocupado de asunto de tan vital importancia, y que en consecuencia de esto, los bosques, tanto los inmediatos a las ciudades como los de los caminos de la República, se corten sin método y sin discreción”.