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JUAN ALFONSO CARRIZO. Al extremo derecho, en compañía de Alberto Rougés (al centro) y Manuel Lizondo Borda.

Juicio de Rougés sobre el gran investigador.


No se ignora que el filósofo tucumano Alberto Rougés (1880-1945) fue, con Ernesto Padilla, uno de los más entusiastas propulsores de la magna obra de recuperación de cantares tradicionales que llevó a cabo Juan Alfonso Carrizo (1895-1957). En una carta del 13 de junio de 1936, dirigida a Padilla, se refería Rougés a aquel singular y memorable investigador.

“Veo que la opulencia de Carrizo te hace temblar”, le decía. “Es el peligro de la abundancia mucho más temible que el de la estrechez económica. Yo creo firmemente que aquella mata lentamente a una sociedad, si en ésta no se realiza un gran esfuerzo para mantener el ascetismo, que es la fuerza vital de los grupos humanos. Pero Carrizo no está hecho para atesorar bienes materiales. Cuando los tiene los gasta y siempre anda de la cuarta al pértigo. El bienestar material no puede ser para él sino un accidente”.

Era, finalmente, un “hábito de juglar, y él hace honor a su profesión. Siempre lo ha de despertar la necesidad, cuando se quiera dormir en la abundancia; nunca lo dejará descansar el aguijón de aquella. Lo que el mundo llama previsión, suele ser la previsión del espíritu, que se vale de tales medios para mantener siempre despierta y ágil la vista para sus grandes empresas”.

“Por eso la segura previsión suele ser antipática. El vulgo se la representa bajo la forma de un voluminoso burgués que no se puede levantar ya de su silla, precisamente cuando ha logrado el afán de su vida, que fue sentarse. Miremos, pues, con simpatía a estos pájaros cantores, a estos bohemios que no saben a dónde harán la noche, ni dónde cantarán su próxima canción”.