Desde las 6 de la mañana, domingo inclusive.
En la hoy calle Mendoza (que entre 1867 y 1888 se llamó Bolívar) estaba “la mayoría de las tiendas, almacenes, talabarterías, para la venta al detalle, y allí concurrían los campesinos a hacer sus adquisiciones”, narra Faustino Velloso en sus recuerdos del Tucumán de las décadas de 1880 y 1890. Agrega que “era interesante y pintoresco a la vez, ver a los dueños y dependientes de esas casas ‘atajando clientes’ para sí, en una puja ‘sui géneris’, pues había momentos en que el cliente se veía apresado por patrones o dependientes de distintos comercios”.
En aquella época, “los comercios se abrían a las 6 de la mañana, con la obligación de los dependientes no sólo de hacer la limpieza del negocio, sino también la de la calle, que debían regar y barrer, aunque ella fuera de tierra. El cierre se hacía después de las 10 de la noche, con excepción de los domingos, que se cerraba las 12 del día, para abrir nuevamente a las 5 de la tarde”. Agrega que “era costumbre que los empleados durmieran en los negocios, por lo general sobre los mostradores. Era aquel, a pesar de todo y sin lugar a dudas, un régimen patriarcal. Los empleados y empleadores vivían bajo un mismo techo, formando casi una misma familia. Todavía en esa época no se conocía la lucha de clases y reinaba una respetuosa armonía social”.
Esta “tenía también otros orígenes y obedecía a otros intereses, no siempre hermanados con la ética”. Había “un solo propósito y a él se acomodaba la conducta de sus propietarios y colaboradores. Había que vender más y al mejor precio. Esa era la dura consigna. De ahí la práctica de disputarse al cliente confiado de la campaña, que de tarde en tarde venía a la ciudad”.