De 1940 a 1946 enseñó Literatura en la UNT Enrique Anderson Imbert (1910-2000). “Tucumán, ciudad en el camino” tituló una visión de ese tiempo. Recordaba que el continente, “a ojos de pájaro”, se divide, no tanto en América del Norte y del Sur, sino “en una América occidental y otra oriental”. Ya Germán Arciniegas marcó la honda diferencia entre “la vertiente atlántica -New York, La Habana, Caracas, Río de Janeiro, Montevideo, Buenos Aires- con puertos babélicos que concentran grandes masas humanas y crecen atentos a Europa, y la América replegada sobre sí misma y al lado del Pacífico -San Francisco, Bogotá, Quito, Lima, La Paz, Santiago de Chile- con sus ciudades montañesas a varios miles de altura sobre el nivel del mar o abiertas ante el vacío de un océano sin historia”.

Tucumán integraba “esta América del Pacífico”. En Buenos Aires “uno echa a andar por las calles sin saber adónde ir y de pronto se asoma al río; y es por ese río que el litoral ha recibido constantes oleadas cosmopolitas. En Tucumán, en cambio, salimos a dar unas vueltas y siempre vamos a parar a los cerros del Aconquija: y son los cerros los que nos aíslan y guardan nuestras voces y costumbres en un folklore cerrado. Buenos Aires, pues, es el frente del país y Tucumán uno de sus fondos…”

No siempre fue así. Cuando “la gente andaba por todo el continente a pie o a caballo”, Tucumán “fue alguna vez la cabecera de nuestro territorio”. Si aquí se declaró la independencia fue porque entonces “Tucumán era todavía uno de los frentes del país, no uno de sus fondos. La postergación de Tucumán, al quedarse de espaldas en un rincón, cara a la montaña, fue una desgracia que sobrevino más tarde”. Un tucumano ilustre, Alberto Rougés, es quien “ha señalado dramáticamente estas peripecias”.