Imagen destacada
SAN MARTÍN Y LAPRIDA. La intersección y un sector de la plaza Independencia, en una tarjeta postal de 1910.

Menciones del paseante Guillermo Sullivan.


Además de la Casa de la Independencia, Tucumán tiene varias otras “reliquias históricas”, decía el artículo “Impresiones de viaje”, de Guillermo Sullivan, en “El Orden” de 1911. Especialmente, afirmaba, “esas casas que recuerdan el coloniaje y que así van subsistiendo ante el empuje de la nueva edificación. Reliquias de un pasado heroico y terrible. Restos de las mansiones ya caballerescas, ya funestas y solitarias, casi siempre del patriciado de antaño”.

Describía que “por ahí cerca encuéntrase aún la casa veraniega de (Celedonio) Gutiérrez, tirano que predominó, no quiero decir gobernó, durante varios años en Tucumán. En la calle Rivadavia, entre San Juan y Santiago, hay todavía una vieja casa que fue abrigo de hombres como Belgrano, como Aráoz, como Paz, como Colombres”.

Esto era parte, apuntaba, de esa “simpática heterogeneidad” de la que hacía gala la ciudad. “En sus calles se nota típica la huella de antaño, que obstruye de vez en cuando el paso de la vida moderna. De vez en cuando, al lado de los edificios de modernísimo estilo, diríase que Sevilla había elegido una solariega mansión para venir a dejar algunos de sus balcones cuando las tardes caen o en las noches, en las horas de paseo tras las rejas, cual si aguardaran al castellano trovador. En las salitas aristocráticas y discretas, en la penumbra, suelen delinearse las siluetas de las tucumanas, cuya sociabilidad podría acaso llamarse especial”. Añadía que era como “el romanticismo de las celosías de Toledo, Ávila, Granada… En general, la mujer tucumana tiene todos los atractivos de su provincia. Es seductora. En la calle, una de las cosas que posee es el andar, porque andar es un arte. Y en ciertos labios, la tonada provinciana es una música”.