Brevísimo mandato de Clemente de Zavaleta.
En abril de 1822, Tucumán, inmersa en la guerra civil, se conmovía por la enconada lucha que enfrentaba a Bernabé Aráoz con su antiguo aliado Javier López. El día 5, una asamblea popular nombró gobernador interino a don Clemente de Zavaleta, quien asumió sus funciones el 6. Se acordó que Aráoz y López dejarían las armas a disposición de Zavaleta, y que 15 días después, reunidos los representantes de ciudad y campaña, nombrarían al gobernador intendente “en propiedad”, además de una “Junta Suprema” para “restablecer el orden y la paz”.
Pronto se mostró la fragilidad de estos acuerdos. El 6 de mayo, López atacó la ciudad. Aráoz lo derrotó el 11, pero no pudo evitar el triunfador el saqueo de los comercios. “Fue un día aciago y triste para Tucumán -escribe Antonio Zinny- en que muchas familias pasaron, en un solo instante, desde el estado de abundancia hasta el de miseria y desnudez.”
Zavaleta había renunciado días atrás, pero su dimisión no se trataba. El 29 de abril decía al Cabildo que la ciudad estaba envuelta en “un escándalo tan continuado, tan criminal, que no reviste sino el funesto carácter de precursor de la desolación, ruina y destrucción de esta población”.
Agregaba que “a vista de toda ella, y en día claro, se ve que hombres agavillados, armados de sable, corren por las calles al que se les antoja insultar, y provocan con descaro”. Le parecía que “la degradación, descrédito y ultraje que arrastra el Gobierno por estos excesos, que no puede reprimirlos, ni cortarlos, me obligaron a renunciar al mando, como lo tengo hecho, en manos de la Honorable Representación Provincial”. Pedía que esta corporación -que era la flamante Legislatura- se reuniera para considerar la renuncia presentada.