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JUAN B. TERÁN. Aparece al extremo izquierdo, junto a Miguel Lillo, el gobernador Miguel Campero y el ingeniero Tomás Chueca.

Era un defecto muy grave, para Juan B. Terán


En uno de los capítulos de “La salud de la América española”, su gran libro de 1926, el ilustre tucumano Juan B. Terán apuntó, como una característica de “nuestra alma española”, el “provincialismo”, el “cantonalismo”: es decir, “una aberración que consiste en llenarse el campo visual de vecindad, de proximidad”. Es el estadio donde “la mirada se impregna de detalles y de colorido; pero careciendo de la perspectiva que da términos de comparación, las cosas se desmesuran”, decía.

Recordaba que, en sus famosas “Memorias”, el general José María Paz refería que “el señor Orihuela consideraba sus manzanas de Córdoba como las mejores del mundo, aunque no conociera otras manzanas”. Además, “¿quién no tiene entre sus recuerdos el del cálido elogio que hace el campesino o el lugareño de su rosal, de su montaña, de alguna originalidad de su comarca que reputa sin igual?”. Consideraba que “el provincianismo no es un fenómeno de geografía física, sino de geografía moral: es un fenómeno que puede observarse en todas las latitudes”.

Añadía que “es un provinciano quien cree que la historia, el suelo, la riqueza, la belleza de su país, son las mayores e incomparables, sin haberse detenido a comparar”. Inclusive, “hay gentes de ciudades populosas, profundamente provincianas”. En suma, “el provincianismo es el obstáculo mayor para el desarrollo de la cultura sana, porque crea un desequilibrio que va de la arrogancia al descorazonamiento”.

Pensaba el fundador de la Universidad de Tucumán que debíamos rastrear el modo de superar nuestras fallas, “limpiarnos de atavismos y, con la misma cruda y feliz franqueza con que los exhibimos, aplicarnos a buscar, con ánimo abierto, nuevos horizontes: mostrarnos capaces de renacer para otras posibilidades espirituales”.