Plantas, árboles, cuatro patios y un mirador
El gran estadista tucumano Nicolás Avellaneda vivía, en Buenos Aires, en la calle Moreno, entre las de Chacabuco y Piedras. Era la residencia de su esposa, doña Carmen Nóbrega, quien allí había nacido. En un artículo de la revista “Caras y Caretas” de 1928, Arturo F. González describe esa vivienda. Tenía en la fachada una gran puerta central y seis grandes ventanas laterales. El zaguán estaba revestido de mármol y la puerta cancel era de hierro y pintada de blanco. Desde allí se podía divisar la enorme cantidad de árboles y plantas que colmaba el primer patio.
El segundo patio no tenía árboles, sino una techumbre de parras y enredaderas: era el ámbito reservado para el juego de sus muchos hijos. Al tercer patio miraban la cocina, los baños y la despensa. De allí partía la escalera que llevaba a la planta alta, coronada por un mirador. Había un cuarto patio, donde quedaban los restos de una huerta con su vieja higuera.
Las primeras habitaciones del ala izquierda estaban ocupadas por la biblioteca (“enredadera interior que se desarrollaba rápidamente, con miras de invadir la casa toda entera”) y el dormitorio de Avellaneda.
Este era un cuarto amplio y severamente amueblado. En el centro estaba la cama, de jacarandá oscuro, cubierta con una colcha de brocato punzó. El mueble de lavatorio tenía mesada de mármol blanco y un gran espejo, con tres cajones a cada costado y uno en el centro. Sobre el mármol estaba el juego de palangana, jarra y jabonera de plata antigua. El ropero tenía un gran espejo cuya puerta bordeaba una moldura tallada: en el interior, había un juego de perchas fijas de madera. Sobre la cabecera de la cama se veía un Cristo de marfil, obsequio de doña Carmen, que llevaba en sus viajes. Retratos, con marco oscuro, de su padre, de su madre y de su esposa, colgaban de la pared.