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LA CARAVANA. El grupo de carretas alineadas durante un alto en el camino, en un óleo de Emilio Caraffa.

Las carretas que recorrían el antiguo país.


“Las carretas eran largas y entoldadas haciendo una techumbre abovedada, y descansaban sobre grandes y altas ruedas que giraban sobre ejes de madera”, describe el historiador Bernardo Frías a esos armatostes que fueron el único medio de transporte hasta la llegada del ferrocarril.

“Por atrás, como por delante también, en el lugar de arranque del pértigo, llevaba cada carreta el ‘tramojo’, madera colgada de un extremo y que pendía, como el badajo de una campana, de aquellos dos puntos, en donde estaba asegurado por un nudo holgado -para que le permitiera el movimiento y soltura- formado de cinta de cuero”.

Los “tramojos” servían “como de pies, para que la carreta no cayera de bruces o se golpeara la cola dando en tierra probablemente con el cargamento cuando, desatados los bueyes, el equilibrio sobre un solo eje, que la cruzaba en la parte media, era imposible de mantener”.

Era como un Arca de Noé. Los pasajeros se amontonaban en medio de la mercadería: “mujeres, niños, ancianos, criados y criadas; animales domésticos que por razón natural no podían seguir el libre paso de los cuadrúpedos mayores; animalillos entre los cuales se contaba, con señalada particularidad, el gallo de riña”, etcétera. Cada conductor iba sentado en el arranque del pértigo. “Para animar a los bueyes en la marcha, tenía en uso dos picanas, una corta y por tanto de fácil y libre manejo, que servía para punzar con el agudo aguijón de su extremo, a los bueyes en la marcha”.

La otra picana era lo bastante larga como para alcanzar al buey más distante. Pendía de un aparejo ubicado “en la mitad exacta del yugo y cabeza del pértigo”, y el conductor la manejaba con facilidad desde su asiento.