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LA MONTURA. En la década de 1920, don Eusebio Esteves aparece junto a su caballo, ensillado con el apero que le obsequió don Ciro Anzoátegui la gaceta / archivo

Una colorida anécdota de Ciro Anzoátegui


El escritor Pablo Lascano dedicó a don Ciro Anzoátegui un colorido artículo en “Caras y Caretas”, en enero de 1899. Anzoátegui era salteño, pero lo vinculaba a Tucumán el hecho de haber sido, durante 1893, propietario de la actual estancia de Los Cuartos, en Tafí del Valle.

Criollo de ley, lector y divulgador del “Martín Fierro” en el norte y legendario jinete, le tocó desfilar a caballo en el Centenario, en Buenos Aires, frente a la entusiasmada Infanta Isabel. Obsequió su montura a un estanciero tucumano, don Eusebio Esteves y sus descendientes aun la conservan.

El artículo de Lascano, hecho en base a relatos que escuchó, cuenta que, en una ocasión, don Ciro asistió a uno de los famosos “velorios del angelito”. Como se sabe, eran esos grandes beberajes que se armaban mientras se velaba a un niño muerto de la familia, con el cadáver presente.

Ocurrió que unos hombres provocaron a don Ciro a una pelea a cuchillo. Pero él no estaba armado. A mano limpia, cuenta Lascano, “paró algunos golpes, y como no era hombre de poner pies en polvorosa ni menos rendirse, tuvo una feliz inspiración: tomó el párvulo objeto del velorio y lo enarboló contra sus cobardes agresores”.

“Fuera por los golpes recios que les dirigía a diestra y siniestra, o por el natural terror que infundía un cuerpo humano muerto, el hecho es que Ciro terminó dueño del campo en pocos instantes”. Narrando el incidente, y con mucha gracia, Anzoátegui decía: “¡Los acabé a angelitazos!”.

No hay muchos datos biográficos de este personaje, que nació en 1848 y murió a fines del siglo XIX o principios del siguiente.