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LA VIEJA MATRIZ. Dibujo en el antiguo plano de la fachada inaugurada en 1760. El templo sería demolido luego y reemplazado por el actual la gaceta / archivo

Tradición tucumana narrada por Lascano.


“El clérigo de las misas. Tradición tucumana”, se titula un texto de 1899 de Pablo Lascano (1854-1925). Cuenta que se lo narró un viejo sacerdote. Según su relato, el asunto ocurrió en San Miguel de Tucumán a comienzos del siglo XIX.

Cierto día, el sacristán de la antigua Iglesia Matriz (hoy Catedral y en un edificio diferente), informó al párroco José Eusebio Colombres (luego obispo) que “con la última campanada de la doce de la noche, sentía ruidos extraños, como de cajones que se abrían, en la sacristía”. Un día se animó a asomarse, y vio que un sacerdote totalmente desconocido trajinaba con los muebles.

El párroco Colombres llamó a otros tres sacerdotes, los doctores José Agustín Molina, José Ignacio Thames y Lucas Córdoba, para que hicieran la guardia esa noche, en camas que instalaron en el presbiterio del templo. Al sonar la última campanada de las doce, oyeron el ruido de cajones, se prendieron dos cirios del altar e ingresó un sacerdote con todos sus ornamentos. Ofició misa y desapareció.

Estupefactos, se dieron cuenta que era el mismo que había muerto hacía cinco años. Si bien acordaron guardar el secreto, les pareció que estaban ante un alma en pena a la que era preciso calmar. Pensaron –recordando un caso similar de Catamarca- que acaso el difunto había recibido dinero por misas que nunca llegó a rezar. Acordaron entonces que el doctor Córdoba hablaría con la parentela, de gente rica y distinguida.

“La familia, tocada en sus sentimientos más caros, abrió la bolsa e hizo cuanto le fuera indicado para salvar a su deudo en pena”. Hubo entonces “misas a granel, con gran contentamiento de los fieles y de las comunidades religiosas”.